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En el 750 Aniversario de la canonización de nuestro Padre

30 de marzo de 2017

En el 750 Aniversario de la canonización de nuestro Padre

Carta a la Orden de Predicadores con motivo del 750 aniversario de la canonización de Santo Domingo.

Este año es el 750 aniversario de la canonización de santo Domingo. En la bula de canonización el Papa Gregorio IX habla de la santidad apostólica de santo Domingo y de la fecundidad de su familia espiritual. Sin duda, el mejor modo de celebrar este aniversario será una reflexión sobre estos aspectos de la vida de santo Domingo en relación con nuestro modo de vivir hoy su ideal.

Como santo Domingo, nosotros estamos llamados, por el bautismo, a ser santos. El evangelio del Miércoles de Ceniza, invitándonos a la conversión, nos recuerda tres elementos esenciales de la vida cristiana: Oración, ayuno, limosna. El proceso de canonización de santo Domingo nos ofrece claramente su vivencia de estas realidades con singular intensidad.

La oración

“Ciertamente él fue muy ferviente y constante en la oración, más que cualquier otro hombre que él había conocido”. Sabemos que santo Domingo, fue al mismo tiempo, siempre fiel a la obligación de la oración común en el coro y practicó la oración privada en el más alto grado de intensidad. “Oraba más que los otros hermanos que vivían con él guardando largas vigilias” (Juan de España).

Necesitamos ser hombres y mujeres de oración en el sentido de orientar la totalidad de nuestras vidas hacia Dios y siendo fieles a la oración comunitaria y privada si queremos conocer la voluntad de Dios para nosotros y llevarla a la práctica. El ritmo de la oración será diferente para cada rama de nuestra familia: las monjas de clausura, el predicador, las religiosas de vida activa, el laicado dominicano y, además, será diferente para cada persona dentro de cada grupo. Lo importante es que cada individuo, cada grupo, se dé cuenta de su necesidad de orar y establezca el ritmo conveniente para orar y para ser fiel a este ritmo.

Ayuno

Santo Domingo fue frugal en la comida y en la bebida pero particularmente respecto de cualquier manjar exquisito.

Cada uno de nosotros debe examinar su estilo de vida: nuestra comida, nuestra bebida, nuestras vacaciones, nuestros viajes. También debemos ensanchar nuestra perspectiva de la penitencia en el sentido que el Papa Juan XXIII hizo cuando decía que nos hemos de dejar mortificar por los demás y hemos de mortificarnos un poco a nosotros mismos también.

Hay un lugar para imponernos nuestros ayunos y penitencias, pero eso es la penitencia menos importante. La penitencia más importante viene de fuera, de aceptar las mortificaciones de los otros, las dificultades de la vida diaria, el sufrimiento causado por la envidia, la celosía, la crítica, la intolerancia, el egoísmo.

Santo Domingo nos enseña a ocuparnos de los demás, de nuestros compañeros (“él estaba siempre dispuesto a la dispensa” de los otros), de los pecadores. Debemos cuidar nuestras propias respuestas y no juzgar las respuestas de los otros. “Nunca oyó una palabra mala, hiriente, ociosa de los labios del Hermano Domingo”.

Limosna

“Movido a compasión y misericordia, el Hermano Domingo vendió sus libros (que él había anotado) y otras posesiones y dio el dinero a los pobres”.

Nuestro Señor nos dice (Mt. 25) que las cosas ordinarias de cada día son importantes para su seguimiento … me disteis de comer, vinisteis a verme. Nosotros hacemos realmente un servicio a los demás cuando les ayudamos a superar las raíces o causas de la injusticia y de la opresión. Es necesario que nos dediquemos nosotros mismos a la causa de la justicia y de la paz según las mejores tradiciones de la Orden, pero ninguno de nosotros se puede sentir desligado de la obligación del servicio personal a los demás dentro y fuera de nuestras comunidades.

En este contexto también, es importante que cada comunidad dedique un porcentaje de sus ingresos a la ayuda de los pobres como una asignación normal de sus recursos. Debemos también acoger con mucha más seriedad las recomendaciones de nuestras constituciones respecto a la repartición de bienes entre nosotros y la tasa provincial y general debe ser vista claramente como parte de esta repartición de bienes entre nosotros.

Nuestro compromiso cristiano se vive en la Familia dominicana. Nos sentimos inspirados por el ejemplo de la vida evangélica de santo Domingo y también por su celo apostólico.

“Pareció al testigo (Juan de España) que él era más celoso por la salvación de las almas que cualquier otro hombre que jamás hubiese conocido” y esto se manifestaba principalmente en su dedicación y constancia “en la predicación y oyendo confesiones”.

Nuestra Familia no puede perder estas características de nuestra dimensión apostólica. Santo Domingo fundó su Orden para ser llamada y ser realmente de predicadores. Existirán otras necesidades y se fijarán otras prioridades pero para nosotros todo estará orientado hacia la salvación de las almas, la nuestra propia y la de los otros, mediante la predicación.

Los capítulos generales recientes han sido muy claros proponiendo estas cuatro prioridades para nuestra actividad apostólica hoy: Enseñanza-investigación; Justicia y Paz; Medios de comunicación Social; atención a todos aquellos que necesitan comprender mejor el mensaje de Cristo.

No todos estamos llamados igualmente a dedicar nuestras energías en una o en las cuatro prioridades, ni tampoco se nos pide que abandonemos nuestros apostolados tradicionales, pero sí se nos pide que cada uno de nosotros aporte algo a cada una de estas prioridades en todo lo que hagamos y examinar nuestra acción individual o común (conventos, congregaciones, provincias) a la luz de estas prioridades establecidas. Esto exige una gran capacidad de escucha en cada uno de nosotros, una constante buena voluntad para aprender a adaptarse y una disposición para aprovechar los talentos y la ciencia de los otros.

En nuestra Familia, consiguientemente, se da gran importancia a la comunidad. El sistema de gobierno de santo Domingo y su ejemplo aceptando la voluntad de los hermanos son directrices esenciales para que vivamos este tipo de vida comunitaria. Normalmente, esto quiere decir que un grupo de hermanos o también de hermanas viven juntos.

He estado presente en inútiles discusiones, donde los hermanos trataron de determinar el “ideal” o número mínimo de frailes para componer una comunidad dominicana y sin embargo me he sentido edificado por la adhesión a los ideales comunitarios de algunos hermanos que viven solos por obediencia o por razón de su labor apostólica.

Pero parece que el número de hermanos y de hermanas que viven fuera de la comunidad está aumentando. Esto debe interpelarles a ellos sobre cómo viven su compromiso con la comunidad y a nosotros cómo es la calidad de nuestra vida comunitaria

La dificultad que algunas casas y provincias han tenido para encontrar hermanos que acepten cargos administrativos como un servicio para toda la Orden y para la Iglesia es notable y exige una reflexión de parte de todos nosotros sobre el valor apostólico de la vida administrativa.

Finalmente el Papa Gregorio IX habla de la fecundidad de la Familia de santo Domingo. La lista de nuestros santos y beatos (religiosos y laicos, hombres y mujeres, casados y célibes) es variada e impresionante y nos muestra cómo gentes de diferentes capacidades y de diferentes naciones, en todo tiempo, han encontrado modos de realizarse y medios para santificarse en nuestra Familia. Hoy no debería ser diferente.

Quiero recordar dos cosas que los últimos capítulos y congresos han dicho. La primera es la colaboración dentro de la Familia en la actividad apostólica y esto exige promocionar y dar el lugar justo a las mujeres y al laicado. El capítulo de Walberberg y de Roma tiene muchas y buenas enseñanzas en este sentido.

La segunda es que nosotros debemos ser fieles a nuestra vocación a la misión que está encarnada tan profundamente en la vida de santo Domingo. El Congreso de Madrid, de 1973, marca un gran avance en nuestro concepto de Misión y yo espero que el Capítulo general de Ávila, 1986, fecha del IV Centenario de nuestra Provincia misionera, desarrollará aún más nuestro concepto de Misión e incrementará la conciencia de la dimensión misionera de nuestra Familia.

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