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Desafíos actuales para la mística cristiana

10 de noviembre de 2016

Desafíos actuales para la mística cristiana

Reflexión a la luz del pensamiento del P. Arintero en la Evolución mística

 Introducción

Dos grandes pensadores del siglo pasado, aunque desde distintos puntos de vista, hicieron un pronóstico similar acerca del siglo XXI. El primero, A. Malraux, novelista francés, afirmó de una manera más general: El siglo XXI o será místico o no será. Por su parte el teólogo alemán K. Rahner, ya de una manera más específicamente cristiana, vino a sugerir el mismo pensamiento: El hombre religioso de mañana será un místico, una persona que ha experimentado algo, o no podrá seguir siendo cristiano... El cristiano de mañana será místico o no será cristiano”.

El mismo P. Arintero, citando a uno de los autores espirituales de su época (P. Weis), viene a decirnos algo parecido: La Mística es verdaderamente la flor y el término de la vida cristiana… Es el cristianismo en su entero desenvolvimiento. Por eso concierne a todos a todos cuantos quieren aceptar el cristianismo entero.

No hace falta ser un conocedor muy profundo de la situación por la que está pasando la fe cristiana para percibir la crisis, carencia y endeblez de una vida contemplativa que afecta a una buena parte de comunidades creyentes cristianas. No pretendemos entrar en el análisis y causas de esta situación. Seguramente hay estudios muy bien hechos, porque es un tema que preocupa y apasiona. Tan sólo quisiéramos que una vez más volviéramos a reconsiderar las raíces y motivaciones más profundas de nuestra fe, que como apunta K. Rhaner nos llevan necesariamente a ser místicos. Es más, sería el mejor aporte que podríamos hacer a la sociedad en que vivimos, como nos señala la mirada perspicaz de A. Malraux.

En nuestra reflexión, trataremos de indicar en un primer punto los condicionamientos sociales que están afectando a la pérdida de mística en la vida cristiana y religiosa. En un segundo apartado, trataremos de señalar qué aportaciones o valores positivos desde la mística cristiana podemos ofrecer a nuestra sociedad. Y, finalmente, volveremos a la tradición mística para tomar de ella los medios más eficaces que nos ayuden a vivir una verdadera mística cristiana.

1.- Problemática actual para una vida del espíritu

No vamos hacer un análisis exhaustivo ni muy profundo porque no es el objetivo principal de este pequeño trabajo, y porque, por otra parte, la situación es sobradamente conocida. Tan sólo nos limitaremos a indicar algunos de los desafíos más importantes a los que hoy día se enfrenta la vida religiosa.

            a) Materialismo consumista

Es tan evidente que el abuso de los bienes materiales, al menos por una parte de la población, ha llegado a unos extremos tan insoportables, que hoy día ya han sonado las alarmas, incluso desde ámbitos de los propios recintos del materialismo, llámense economistas, financieros, mercados bursátiles, políticos etc. Se nos exhortó y animó a hacer el cielo del bienestar aquí ya en la tierra: Consumir, usar y tirar, vivir la vida a tope, exhibicionismo de una riqueza insultante…, que al final el sistema se está quebrando.

Esta atmósfera del materialismo consumista ha ido entrando, poco a poco, hasta en los recintos más cultivados del espíritu. Quizás primero como una reacción a una concepción un tanto estrecha del antiguo voto de pobreza. Lo cierto es que, casi sin enterarnos en muchos de nuestros ambientes religiosos, vivimos una vida burguesa, acomodada, en donde se nos han metido demasiadas cosas superfluas, que nos impiden caminar ligeros de equipaje…

Las justificaciones de cada uno de nosotros para tener mucho más de lo necesario son infinitas, algunas podríamos tildarlas de pintorescas. Si no fuera porque más de ochocientos millones de seres humanos se mueren de hambre, esto podría hasta dejarnos indiferentes con el pretexto de «allá cada uno con su conciencia», pero la verdad es que produce pena, hastío y desánimo.

b) El imperio de lo efímero

Esta frase acuñada ya hace unas décadas sigue teniendo pleno vigor. El bombardeo de permanentes mensajes superficiales,a través sobre todo de los medios audiovisuales y escritos, apenas dejan nada de tiempo para que podamos pensar y decidir por nuestra propia cuenta. Una buena parte de los permanentes mensajes (políticos, deportivos, espectáculos…), que se nos envían a través de estos medios tratan de manipular y manejar nuestra condición humana más sensible y frágil. Lo que se pretende con estos mensajes abusivos es utilizarnos para obtener pingües beneficios en negocios de cuya elemental moralidad habría que dudar mucho.

            También ha invadido este aire enrarecido de lo efímero a una buena parte de nuestras casas religiosas, que hasta no hace mucho tiempo eran recintos privilegiados de soledad y silencio. El pretexto, que en un principio también estuvo justificado, era estar al día de lo que acontecía en la sociedad en que vivíamos. Pero esta idea, necesaria y buena, ha ido decayendo o degenerando hasta vaciarnos de contenido serio nuestro espíritu. Muchos de nosotros padecemos acusados síntomas de dependencia de estas manipulaciones efímeras de nuestra sociedad. Parafraseando las palabras evangélicas podríamos decir que estamos edificados o asentados, sobre arenas movedizas.

            c) Individualismo

Al final toda esta autosuficiencia de bienes materiales y de medios de distracción y halago de los sentidos, ha generado personas muy celosas de sus derechos, de su tiempo libre, de su vida privada…, y muy débiles para asumir cualquier compromiso que les saque de su cerrado círculo. Interesa sólo, mi yo, mi felicidad, mis vacaciones, mi tiempo… En fin, un egoísmo narcisista más o menos maquillado. Palabras como bien común, fidelidad, austeridad, honradez, solidaridad…, han sido muy devaluadas, si es que no han desaparecido. Lo que importa ante todo y sobre todas las demás cosas es lo que atañe a mi persona, que es intocable. Lo cual nos ha conducido a extremos tan peligrosos como la droga, el alcoholismo, las rupturas familiares precipitadas…

            Esta enfermedad también ha tocado a la vida religiosa. Se ha pasado de extremos en que a los miembros de muchas de nuestras instituciones se los sacrificaba, sin muchas contemplaciones, al fin y objeto del llamado bien comunitario, al momento actual, en que lo más importante y, a veces lo único que se debe tener en cuenta, son mis intocables proyectos particulares, que en muchas ocasiones si fueran evaluados comunitariamente con honradez, ofrecerían muchos aspectos de muy dudosa eficacia apostólica. Pero también aquí mi vida privada está por encima de cualquier tarea comunitaria a la que criticamos fácilmente pero que apenas aportamos nada para mejorarla.

            Por supuesto que estos tres puntos que acabamos de señalar como peligros generados en nuestra sociedad de consumo no afectan de igual manera a todas las personas. Más aún, existe un buen grupo de mujeres y de hombres que se esfuerzan por conservar una serie de valores que han heredado de la mejor tradición de sus antepasados, y que tratan de mantenerlos y renovarlos, sabiendo que en ellos está la felicidad y las bases de una convivencia que fomenta la paz y la armonía de la mejor de las maneras posibles. La mayoría de estas buenas gentes, anónimas y desconocidas, contribuyen eficazmente a mantener la esperanza para la humanidad.

2.- Qué puede ofrecer la vida mística cristiana

¿Qué podemos aportar desde nuestra fe cristina a nuestros conciudadanos para ayudarles a caminar hacia horizontes más amplios que los que le ofrece el materialismo actual, y que satisfagan sus deseos de una felicidad más plena y más en consonancia con un humanismo más verdadero?

a) Un sentido trascendente de la vida

Buscar la felicidad, ansiosamente y solamente a través de los bienes y objetos materiales, no lleva muy lejos. La vida en sí misma, que tantas expectativas nos presenta, nos deja siempre una herida o un anhelo abierto sin cicatrizar. Ni siquiera en los momentos más felices de nuestra existencia, alejamos la sombra de nuestra limitación: ¿cuánto durarán los momentos felices? Es aquí donde los místicos ensanchan nuestras perspectivas terrenas y materiales. Digamos que nos abren una ventana a la luz y la esperanza a esa felicidad ilimitada que todos buscamos por diferentes caminos. Nos hablan de una nueva vida: la vida sobrenatural.

            Pero, ¿qué es la vida sobrenatural? Se puede decir, que la vida del espíritu, sobrenatural o trascendental tiene su punto de referencia en la entraña del mensaje de Jesús. En la conversación amistosa que Jesús mantuvo con un hombre con serias inquietudes religiosas como Nicodemo, éste se mostró sorprendido cuando Jesús le dijo que hay que nacer a otra vida nueva de arriba…, del Espíritu. En un principio Nicodemo no acierta a entender cómo se puede nacer a esa nueva vida del Espíritu (Jn 3, 3-8).

            El P. Arintero nos ofrece una ajustada reflexión sobre este mensaje de Jesús a Nicodemo: Nacer de nuevo es recibir una segunda naturaleza; ser creados en Jesucristo, cuando ya existimos, es recibir una vida superior, una segunda vida, sobrepuesta a la natural. Pero ¿de quién es hijo el hombre regenerado?, ¿de quien recibe el principio de la nueva existencia? No de la carne y sangre, ni de voluntad humana, sino de Dios, que quiso que nos llamásemos hijos suyos y que realmente lo fuéramos.

            Se puede decir, que el objetivo principal de los escritos místicos del P. Arintero, es darnos a conocer las particularidades de esa nueva vida del ser humano. Recogemos de una manera muy sucinta su principal clave: Lo que constituye el orden sobrenatural (es), la manifestación de la vida eterna: al entrar así en sociedad o relación familiar y amistosa con Dios, participando de la comunicación divina y de sus íntimos secretos.

            Manifestación de la vida eterna. Como decíamos anteriormente, esta nueva vida, viene abrirnos el horizonte de los ilimitados y mejores deseos del ser humano. Levanta nuestra mirada de los acontecimientos inmediatos y limitados de nuestra existencia diaria para relativizarlos. Suceda lo que suceda, todo pasa, bueno o malo, y el fin del camino se nos presenta con más rapidez de lo que en principio imaginamos. En definitiva, debemos saber o vislumbrar, con la mayor claridad posible, hacia donde caminamos, y no andar perdidos por atajos de la vida, que por atractivos que sean no llevan a ninguna parte. Para el creyente el caminar no es otra cosa que entrar en sociedad o relación familiar y amistosa con Dios, participando de la comunicación divina y de sus íntimos secretos.

            El P. Arintero nos precisa, que este sorprendente horizonte abierto al ser humano situado más allá de sus límites y limitaciones, no es un sobreañadido que nada tuviera que ver con nuestra existencia terrena. No. Más bien este horizonte sobrenatural o del espíritu, aunque mira más allá de nuestras fronteras humanas, se asienta y parte de nuestra naturaleza humana: El verdadero orden sobrenatural, el único que realmente existe en unión con el natural, es aún más que todo eso: no sólo excede a las exigencias naturales, sino que trasciende todas las suposiciones y aspiraciones racionales: es un orden que nadie hubiera podido conocer por analogía, ni sospechar, ni aún soñar siquiera, si el mismo Dios, a la vez que nos elevó a él, no se hubiera dignado manifestárnoslo. «Ni el ojo vio,» (1Co 2, 9; Is 64, 4).

            Más aún, para el P. Arintero el desarrollo o crecimiento de esta vida sobrenatural o mística, es el que lleva al ser humano a alcanzar su plenitud, o dicho de otra manera, cuanto más divino más humano, o si queremos al revés, cuanto más humano más divino: El progreso místico –nos dice– es el único y verdadero progreso integral. El único en que la naturaleza logra realmente adquirir la plenitud de sus perfecciones, a la vez que con esplendores divinos se realza... Nuestro único progreso está en participar cada vez más de la plenitud de Aquel en quien estaba desde un principio la vida que es la luz de los hombres; de Aquel que vino a este mundo para ser el único camino que lleva a la perfección del progreso, la única verdad que desengaña y hace libres, y la única vida con que verdaderamente se vive sin andar en tinieblas, sino procediendo como hijos de la luz, que huyen de las sombras de muerte (Rm 13, 12; Ef 5, 8-11). Creciendo en vida divina, en todo se crece, y sin ese crecimiento, como no cabe aquí el estacionarse, todo es retroceso y degeneración.

            b) Un sentido profundo e interiorizado de la vida

Este Espíritu de Dios, que anima y se percibe desde sus comienzos en todo lo creado, se manifiesta especialmente en el espíritu del ser humano, en su más profunda intimidad. Encontrarnos con nosotros mismos, es lo que acabamos de señalar, según las palabras del mismo Jesús, como nacer de nuevo. Es el camino más directo para encontrarnos con Dios.

            Este nacimiento a la vida del espíritu no se hace sin nuestra colaboración. Digamos que entra en juego la aventura hermosa y responsable de nuestra libertad. El P. Arintero nos ofrece el testimonio del gran místico Taulero: Más para sentir este nacimiento y presencia de Dios, de modo que produzcan abundantes frutos, es menester recoger las potencias (en sentido amplio podríamos decir los sentidos) a su origen y fondo, donde tocan la misma desnuda esencia del alma; pues allí conocen y hallan presente a Dios, y con este conocimiento desfallecen y en cierto modo se divinizan; por lo cual todas las obras que de ahí manan se hacen también divinas[1].

            Y más adelante en uno de sus más famosos sermones, insiste en la misma idea: Si alguien preguntare –dice Taulero– cómo podrá más fácil y compendiosamente conseguir esa vida deiforme, y llegar a ser hecho un espíritu con Dios, le diré que aprendiendo a ser diligente morador de sí mismo, recogiéndose dentro de sí con una perpetua introversión. Porque allí se siente resplandecer la luz… Quien desea hallar toda la verdad, conviene que dentro de sí la busque, abriendo a Dios el fondo interior de su alma”.

            Recogiendo el pensamiento de los grandes místicos el P. Arintero apuesta de una manera radical por esa vida interior del espíritu: Lo interior vale por sí solo, mientras lo exterior es cosa estéril y muerta. Así, las muchas obras exteriores, sin la rectitud de intención y pureza de corazón…, son de muy escaso valor ante Dios, por más que sean muy apreciadas del mundo.

            Este conocimiento de Dios, raíz de nuestra felicidad, no es meramente especulativo, sino también vital y como experimental. No basta un simple conocimiento especulativo, frío y abstracto, que se pare en una idea estéril; se requiere uno tan vivo y palpitante, que toque en la misma realidad”. Por decirlo de una manera directa, este conocimiento entra de lleno en todo el quehacer del ser humano.

            c) Un amor generoso y solidario

Esa mirada y experiencia de nuestra intimidad más profunda nos lleva de la mano a un conocimiento más auténtico del ser humano y, a la vez, a un conocimiento más real y cercano de Dios. San Buenaventura formuló en una acertada síntesis los objetivos del camino del espíritu: Quién es Dios, y quién soy yo, y cómo seremos una misma cosa por el amor.

            El Amor creemos que es la Esencia, la Vida de Dios. El amor incuestionablemente es el fundamento de la existencia humana. Pero para que este amor ande por camino cierto y seguro,es necesario el conocimiento previo de los que se aman. En el caso del hombre para con Dios, especialmente podríamos decir, que es la tarea más apasionante que le da el verdadero sentido de su existencia.

            En realidad este conocimiento, nos librará de lo que pueden ser los engaños que nos vienen del mundo exterior y también de los autoengaños acerca de nosotros mismos. Santa Catalina de Siena lo expresó con una claridad insuperable en una de sus meditaciones: ¿Sabes, hija mía, quién eres tú y quién soy yo? Si sabes estas dos cosas, serás feliz. Tú eres la que no es; yo, por el contrario, el que soy. Si hay en tu alma este conocimiento, el enemigo no te podrá engañar, te librarás de todas sus insidias, jamás consentirás en cosa contraria a mis mandamientos, y sin dificultad conseguirás toda gracia, toda verdad y toda luz.

La expresión más fidedigna del amor de Dios ha sido su Hijo Jesucristo. El apóstol Pablo nos ha dejado uno de los cantos más profundos y conmovedores del amor de Dios manifestado en Jesús: Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús quien a pesar de tener la forma de Dios…, se anonadó, tomando la forma de siervo…, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, muerte de cruz, por lo cual Dios lo exaltó un nombre todo nombre (Flp 2, 5-11).

            El amor verdadero, es la expresión de la más bella de las paradojas cristianas: Cuando se renuncia a todo sin esperar nada, es cuando alcanza la persona su plenitud. No buscándose a sí mismo, lo encuentra todo. Así ama Dios, y así hemos de amarle a Él y a nuestros prójimos.

Una vez más acude el P. Arintero al gran maestro del espíritu, Tablero, para expresar el proceso de este amor místico, en contraposición de lo que podríamos llamar amor terreno: La naturaleza se deleita en sí misma, en las novedades del mundo, en pasatiempos y en criaturas perecederas; la gracia no se complace ni en uno mismo ni en las criaturas, sino sólo en Dios y en la santidad de la vida. La gracia hace al ser humano humilde, sufrido y justo, sin que él lo sepa y entienda… La naturaleza en todas las cosas dice: Yo, a mí, para mí, mío; voluntaria o forzosamente se busca a sí misma…; pero Dios y su gracia siempre excluye este yo, a mí, para mí y mío.... Así, toda la vida espiritual consiste en saber distinguir las obras de la naturaleza de las de la gracia.

El encuentro del ser humano con Dios amándole con todas sus fuerzas, y a través de Él a todas la criaturas, genera un grupo de mujeres y hombres excepcionales, llenos de paz y con un corazón abierto a todos los seres humanos, es decir, aman con el espíritu de Dios que les vivífica: El hombre fervoroso..., nada quiere, nada conoce y nada desea; pero no queriendo nada, lo quiere todo, y no conociendo nada, todo lo conoce. Todo es para él la tierra, y todo el cielo; encuentra a Dios en todo, y en todo halla un medio de unirse con Él. Todos los hombres le parecen buenos y santos, y los tiene a todos por más justos y más perfectos que él; compadece sus errores; evita cuerdamente sus defectos; ama la soledad, se complace en la muchedumbre cuando está reunida para los santos ejercicios; sufre con paciencia las injurias y suaviza la amargura de ellas con su mansedumbre y bondad (Santa Magdalena de Pazzis).

            Salta a la vista que la oferta de este amor generoso y transparente de las personas que viven en comunión con Dios ayuda a nuestra sociedad para no perder la esperanza. En una sociedad donde impera por cima de todo el interés personal, que en ocasiones se transforma en un cruel y descarado egoísmo, esta clase de mujeres y hombres son como una brisa y bálsamo suave que ayudan a dar una visión más esperanzadora del mundo.

3.- Medios para desarrollar y fomentar una mística verdadera

Ya hemos visto, que a estos problemas, que no sólo afectan a nuestra sociedad secular, sino que también se han introducido incluso en los recintos más recónditos de la vida religiosa, la vida mística puede y debe ofrecer unas realidades que aportarían un suplemento de alma que ayudarían a mejorar la vida humana con una mayor paz y una mirada más profunda y auténtica del ser humano. Ahora queremos hablar de los medios más fundamentales para desarrollar y proteger esa vida mística en nosotros.

a) Austeridad, ascética de la vida…

Nada más adecuado para proponer estos medios que vigoricen y hagan crecer nuestra vida sobrenatural, eterna, nuestra mística cristiana, que las palabras del apóstol Pablo: ¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos corren, pero sólo uno alcanza el premio? Corred, pues, de modo que lo alcancéis. Y quien se prepara para la lucha, de todo se abstiene, y eso para alcanzar una corona corruptible; más nosotros para alcanzar una incorruptible. Y yo corro no como a la ventura; así lucho no como quien azota al aire, sino que castigo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que, habiendo sido heraldo para otros, resulte yo descalificado (1Co 9, 24-27).

            La ascética, que nos propone una serie de ejercicios para el dominio de uno mismo y desprendimiento de cualquier atadura que encadene nuestro espíritu, tiene en la pobreza de espíritu uno de sus medios más eficaces. La mística anglosajona Evelyn Underhill nos propone unas reflexiones que nos pueden ayudar a asumir y dar sentido a esta faceta de la vida espiritual, que tan difícil se nos presenta en esta sociedad materialista: La verdadera ley de la pobreza consiste en desprenderse de las cosas, que encadenan el espíritu, dividen sus intereses y lo desvían de su camino hacia Dios –con independencia de que estas cosas sean riquezas, hábitos, observancias religiosas, amigos, intereses, aversiones o deseos–, y no en la mera indigencia per se. Es la actitud, no el acto, lo que importa. Desnudarse sería innecesario si no fuese por nuestra inveterada tendencia a atribuir un falso valor a las cosas desde el momento en que son nuestras[2].

            Terminamos esta pequeña reflexión con las intuitivas y profundas palabras de Juan de la Cruz: Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada… Porque, cuando algo codicia (el alma), en eso mismo se fatiga[3].

            Ni que decir tiene que los ejercicios ascéticos y de pobreza voluntaria, que tan extraños suelen resultarnos hoy día, facilitaron el camino de la santidad a muchas mujeres y hombres. A esta motivación habría que añadir también la necesaria y urgente solidaridad con el gran número de pobres forzosos que no tienen lo imprescindible para vivir.

            b) Espacios de soledad y silencio

No es nada fácil, en una sociedad como la nuestra donde han proliferado y siguen aumentado cada día los medios tecnológicos de comunicación, encontrar espacios para el silencio y para la soledad. Digamos que esta sana ecología del espíritu es imprescindible para cualquier ser humano, y de una manera especial para el religioso. Hay que encontrar espacios de silencio y soledad para encontrarnos con nosotros mismos, espacios que nos conduzcan directamente al encuentro con Dios y, a través de su Espíritu, con nuestros prójimos.

Leemos los consejos que a este respecto nos ofrece el P. Arintero:Mas para oír bien la voz divina –y sobre todo para gozar de la vista y conversación amorosa del Dios de todo consuelo (Io 14, 17-21)– es menester mucho recogimiento y muchísima pureza de corazón (Mt 5, 8). Por eso los disipados, los enemigos de la soledad, los que se derraman excesivamente en obras exteriores, por santas que sean, no cuidándose lo bastante de andar en la presencia divina y purificar sus almas; y, en fin, todos lo que son más amigos de especular y hablar con gran aparato, o de trabajar entre el bullicio del mundo, que de sentir y experimentar en silencio las cosas de Dios, suelen ser refractarios a la vida mística.

Digamos que esta oración personal y recogida con la que nos encontramos con Dios, debe salir de lo íntimo del corazón y hacerse con toda el alma y «con todas las entrañas», como decía Santa Angela de Foligno. Si oramos con vacilación, nada debemos esperar (Santiago1, 6-7), y si voluntariamente nos ponemos a orar sólo con los labios, eso no es orar, sino provocar a Dios con nuestra irreverencia.

            Lamentablemente esta gozosa experiencia de una oración profunda que tanta serenidad y luces nos aportaría en nuestra existencia se ha perdido por completo en muchos de nuestros creyentes cristianos, y en algunos ambientes religiosos languidece, rutinaria y mortecinamente. Y sin oración, dicen los santos, el cristiano es como “un soldado sin armas que nunca podrá resistir al enemigo.

            c) Compartir la vida fraternalmente

            En una sociedad donde tantos problemas existen en las relaciones humanas, tanto a nivel social como familiar, las mujeres y hombres que poseen un auténtico espíritu cristiano deberían manifestar su fe en Dios, Padre de todos los seres humanos, en una fraternidad comunitaria seria, cercana y abierta a los que acudan a ellos.

            La buena salud espiritual de cada uno de los componentes ha sido recogida de la experiencia de las personas más espirituales: [El justo] Vive familiarmente con todos, sin conservar la imagen ni el recuerdo de nadie: sin apego, los ama: y sin ansiedad ni quietud los compadece en sus penas... Su oración es eficacísima, porque está en espíritu... Dios es su vida, su ser y todo su bien... Habla poco y con sencillez: su conversación siempre es benévola, todo cuanto dice le sale sin esfuerzos, y sus sentidos permanecen en calma y en paz... Cuando aflojan, un poco estos justos tienen opiniones como los otros; mas cuando se elevan sobre sí mismos a Dios, que es la suma Verdad, viven en plenitud de la ciencia, sin engañarse nunca; pues nada se apropian ni se atribuyen lo que viene de Dios... Mientras no se despojan de sí mismos, experimentan el tormento de su posesión...; mas quien no se vuelve sobre sí, y permanece enteramente abandonado a Dios, goza de una vida tranquila e inalterable (ENRIQUE SUSÓN, Eterna Sabiduría).

            En la Comunidad Cristiana, debieran encontrar sus miembros la fuerza, el estímulo y aliento, para manifestar la generosidad y alegría de su amor a Dios y al prójimo. El testimonio comunitario no sólo ayudaría a sus componentes, sino que trascendería a los que a ellos acuden: No hay ni una de estas almas grandes, por encerrada que esté que no deje trascender muy lejos el fruto de su actividad y, hasta muy a pesar suyo, el buen olor de sus virtudes.

Conclusión

Todo este cultivo interior de nuestro espíritu interior es una fuerza que dinamiza de una manera especial la vida de estas mujeres y hombres místicos. Por eso quisiéramos finalizar nuestra reflexión con una serie de proposiciones o aclaraciones que desmientan la falsa imagen que con frecuencia se tiene de la espiritualidad de estas personas, y sobre la importancia y necesidad de su presencia en nuestra sociedad.

– El proceso ascético-místico, con sus austeridades, soledades, silencios…, no deshumaniza al ser humano; todo lo contrario, no hay hombre tan hombre como aquel que ha llegado a esta unión con Dios.

– Nada más lejos de una auténtica vida contemplativa que cualquier atisbo de dejación de responsabilidades o cómoda pasividad: La actividad que despliegan (los contemplativos) es infinita, como verdaderamente divina (S. Bernardo, Sto Domingo, S. Francisco, Sta. Teresa, Sta. Catalina…). Los que creen que la vida contemplativa fomenta la ociosidad, podían fijarse en estos ejemplos… Un solo santo basta a veces para reformar una religión y aun toda una gran nación.

– La vida mística verdadera no tiene nada de frustrante. Digamos que responde a los deseos más profundos de búsqueda de felicidad del ser humano: Los que piensan que la vida de los místicos es sombría y triste, como llena de oscuridades sensibles y sembrada de cruces, esos no saben lo que es la felicidad. Las mismas cruces, llevadas por amor de Aquel que las ennobleció con su sangre, son más dulces que todas las dulzuras terrenas, y esas aparentes oscuridades que se encuentran como en el vestíbulo de la luz divina, resultan más claras y alegres que todas las luces humanas.

 

 



[1] Instituciones, c. 34.

[2] La Mística, Trotta, Madrid 2006,p. 243.

[3] Obras Completas, Editorial de Espiritualidad, Madrid 19935, p. 212.