Santos y Difuntos

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Santos y Difuntos

Meditaciones sobre la llamada a ser santos, y a encontrarnos, con las manos y el corazón colmados de obras que rezumen amor, caridad, solidaridad, gratitud, sacrificio. Propia para los días primeros de noviembre. Texto de san Juan Crisóstomo, san Basilio, Cesareo de Arlés, Ignacio de Antioquía


Santos y Difuntos

En el hemisferio boreal noviembre forma parte importante del otoño, tiempo en que el ciclo anual de la naturaleza ya declina.

El amarillo es su color dominante en los árboles que nos regalaron en verano con su sombra.

También lo es en los ramos de flores que depositamos sobre las tumbas de los hermanos que ya emprendieron el camino de la eterna primavera en Dios.

En ese clima otoñal, la Iglesia Católica nos invita a asociar el ciclo litúrgico de meditaciones con los tiempos y espacios que el ciclo de la naturaleza nos adelanta; y hablando de la "madurez de vida" en que ve cercano el "declive de los días", asigna a noviembre dos celebraciones simbólicas:

  la fiesta de la SANTIDAD o de la plenitud de vida de los creyentes en Cristo,
  y la memoria fraterna y caritativa de aquellos hombres/mujeres que (fueran o no fueran ejemplo de santidad) SALIERON YA DE ESTE MUNDO.

 Deseémosles a todos, que, a pesar de sus debilidades, vivan en el Señor eternamente.

Para recoger el mensaje que en esas dos celebraciones simbólicas se contiene, vamos a recordar en nuestras cuatro meditaciones que todos estamos llamados a ser santos, y a encontrarnos (cuando nuestro otoño llegue y nos anuncie la próxima partida de este mundo), con las manos y el corazón colmados de obras que rezumen amor, caridad, solidaridad, gratitud, sacrificio.

Ama y haz que tu corazón se ensanche de gozo

Amo y el corazón se me ensancha de gozo (IICor,6)

Abramos la Biblia en el capítulo 6 de la segunda Carta de san Pablo a los corintios. Pongamos mucha atención y veremos que el apóstol se explaya ante los miembros de aquella comunidad para dar rienda suelta a palabras de amor entrañablemente. Os amo de corazón, les dice, y para nadie he sido motivo de escándalo; más bien he dado pruebas de ser ministro fiel, sin ceder a golpes de infortunios, luchas, cárceles, ultrajes, noches sin dormir y días sin comer.

¡Grande es el amor que puede con todo! Dejadme, pues, que me desahogue con vosotros, corintios, porque al amaros "siento el corazón ensanchado".

Un Santo Padre de la Iglesia, Juan Crisóstomo, en su Homilía 13 sobre  la II Carta a los Corintios, al comentar esas palabras de san Pablo, "sentimos el corazón ensanchado", hace una glosa que nos puede ayudar a hacer meditación:

"Del mismo modo que el calor dilata los cuerpos, la caridad tiene gran poder dilatador en el hombre, pues la caridad es virtud cálida y ardiente, como lo fue en Pablo cuyo corazón se dilataba en la medida del amor ...

Con dificultad encontraremos algo más dilatado que el corazón de Pablo.

Él, en efecto, como un enamorado, estrechaba a todos los creyentes en el fuerte abrazo de su amor, sin que por ello el amor se dividiera o debilitara. El verdadero y profundo amor se mantiene íntegro y se da a cada uno en plenitud.

Aún más. Los sentimientos de amor puro que brotaban del corazón del apóstol no alcanzaban sólo a los creyentes sino que se irradiaban a todos los infieles del mundo, para atraerlos a  Cristo.

Ese es el motivo por el que Pablo, cuando habla de su amor a los corintios, no dice sólo que les ama sino que empleaba una expresión más enfática: "nos hemos desahogado con vosotros, sentimos el corazón ensanchado".

Es como si dijera: os llevamos a todos dentro de nosotros, y no de cualquier manera sino como a quienes se mueven con entera libertad dentro del corazón que les ama de verdad.

De forma parecida habló Pablo a otros grupos de fieles comunicándoles el ardor de su corazón para con ellos...

A los Gálatas, por ejemplo, les decía: "Hijos míos, otra vez me causáis dolores de parto" , pues os llevo en mis entrañas.

Y a los Efesios: "Porque os amo, doblo las rodillas ante vosotros"

Y a los Tesalonicenses: "¿Quién sino vosotros será nuestra esperanza, nuestra alegría y nuestra honrosa corona?"

 San Pablo llevaba  a todos consigo en su corazón: en los sufrimientos y en los gozos, en las adversidades y en días de bonanza, estando en libertad y encadenado.

Es que el amor consumado redunda en felicidad y hace dilatarse el corazón del que ama, por el gozo de la felicidad de los demás."

Amemos también nosotros de verdad y seamos felices con la felicidad de los demás.

En la medida del amor, se dilatará nuestro corazón.

Siembra justicia y cosecharás misericordia

En esta segunda meditación vamos a leer y saborear algunos párrafos de la tercera homilía de san Basilio sobre la caridad.

Subrayaremos en ella, y repetiremos de forma preferente, esta idea clave: quien siembra justicia cosecha misericordia.

Pero le añadiremos un elemento más: quien siembra y practica la justicia tiene su alma en paz y cosechará misericordia.

"Hombre/mujer que me escuchas, imita a la tierra.

Produce en tu vida frutos como lo hace ella, no sea que parezcas peor que ella que es un ser inanimado.

¿Cómo fructifica la tierra?  Obsérvalo: la tierra produce, entre sus frutos, muchos de los cuales ella misma no se va a gozar, sino que los  tiene destinados al provecho del ser humano. ¿No es esto desinterés admirable?

Pues ahora mírate a ti mismo y comprueba qué frutos produces y para quien, y verás cómo tiene el Señor ordenadas todas las cosas para tu bien.

Supongamos que tú produces frutos de beneficencia, haciendo el bien a los demás. Esos frutos ¿no los recolectas tú luego en provecho propio?; ¿no está ordenado por Dios que la recompensa de las buenas obras revierta en beneficio de quienes las hacen?

¡Oh bondad divina que así has pensando en nosotros!

¡Cuando ayudamos al necesitado, lo que le damos se convierte en algo nuestro y se nos devuelve acrecentado!

Al modo como el grano de trigo, al caer en tierra, cede en provecho del que lo ha sembrado, así también el pan que tú das al pobre te proporcionará en el futuro no pequeña ganancia espiritual.

¿Qué hacer, entonces?  Procura que el fin de tus trabajos sea comienzo de siembre celestial: Siembra justicia, y cosecharás misericordia, dice la Escritura.

Tus riquezas tendrás que dejarlas aquí, lo quieras o no. Pero la gloria que hayas adquirido con tus buenas obras las llevarás hasta el Señor, cuando, rodeado de los elegidos, se proclame tu generosidad y tu largueza...

Muchos dilapidan sus bienes con deshonor...

Porque ellos lo hacen, ¿serás tú su imitador, o más bien procurarás ser avaro de bienes que puedan redundar en gloria para ti mismo? Si obras con esa santa avaricia, recibirás la aprobación de Dios y de los hombres buenos...

No te dejes llevar por el afán de bienes presentes; no desprecies los bienes auténticos, los que son objeto de nuestra esperanza. Modera tu vida. Reparte tus bienes según convenga; sé liberal y espléndido en dar a los pobres; busca en todo la gloria de Dios y bien de los hombres.

 Si lo haces, tendrás paz en tu espíritu, alegría en tu corazón, y en la medida en que fuiste justo, caritativo y solidario con los demás, así encontrarás en Dios acopio de misericordia y amor de Padre.

Misericordia divina, misericoridia humana

Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia

Sobre estas palabras del Evangelio, escribe uno de sus sermones san Cesáreo de Arles, y sus palabras nos sirven para introducirnos en la meditación.

"Dulce es el nombre de misericordia, hermanos muy amados.

Y si el nombre es tan dulce, ¿cuánto más no lo será lo que bajo el nombre se contiene?

Todos los hombres desean contar con la misericordia, pero no todos, por desgracia, obran de manera que se hagan dignos de ella.

Todos desean alcanzar misericordia, pero son pocos los que quieren realmente practicarla.

Oh hombre,

¿con qué cara te atreves a pedir misericordia, si tú te resistes a darla?

Quien desee alcanzar misericordia en el cielo debe él practicarla en este mundo.

Por eso, hermanos muy amados, ya que todos deseamos hallar misericordia, actuemos de forma que ella llegue a ser nuestro abogado en este mundo, para que nos libre del mal en el futuro...

Existe una misericordia terrena y humana, y otra celestial y divina.

¿Cuál es la misericordia humana? La que consiste en atender a las miserias de los hombres.

¿Cuál es la misericordia divina? Sin duda, la consiste en el perdón de los pecados.

Todo lo que da la misericordia humana en este tiempo de peregrinación se lo devuelve después la misericordia divina en la patria definitiva.

Dios, en este mundo, padece frío y hambre en la persona de todos los pobres, como dijo él mismo: "Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis". El mismo Dios que se digna dar en el cielo quiere recibir en la tierra.

¿Cómo es que nosotros, cuando Dios nos da queremos recibir y, cuando nos pide, no le queremos dar?... Mira: no apartes tu mirada de la miseria de los pobres, si es que quieres esperar confiado el perdón de los pecados; y advierte que Cristo pasa hambre. Es él quien se digna padecer hambre y sed en la persona de los pobres; y lo que él reciba aquí en la tierra lo devolverá luego en el cielo.

Practicad, pues, la misericordia terrena, y recibiréis la misericordia celestial.

El pobre te pide a ti, y tú le pides a Dios. El pobre te pide un bocado, tú pides la vida eterna.

Da al indigente, y merecerás recibir de Cristo...

 Si niegas a Cristo en el pobre lo que puedes dar, no te atrevas a esperar que recibirás de Cristo la gloria"

Vive, ama y sufre en el corazón de la Iglesia

La cuarta meditación la haremos tomando como base algunos pensamientos muy valiosos de san Ignacio de Antioquía, que fue discípulo de los apóstoles, obispo y mártir (+107) . Entre los cristianos de Asia, a finales del siglo primero, puede considerársele como el Pastor de mayor prestigio, después de san Juan. En  los primeros años del reinado de Trajano (98-117) fue denunciado, apresado, conducido a Roma y condenado. Son famosísimas sus Cartas a las comunidades, desde sus prisión en Esmirna, ciudad de la que era obispo san Policarpo.

Hoy utilizamos algunos fragmentos de la Carta dirigida al obispo Policarpo, para considerar cómo debe ser nuestro amor a la Iglesia.

"Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a Policarpo, obispo de la Iglesia de Esmirna... Mi más cordial saludo.

He comprobado que tu sentir está de acuerdo con Dios y está asentado sobre roca inconmovible.

Yo glorifico en gran manera al Señor por haberme hecho la gracia de ver tu rostro intachable, del que ojalá me fuese dado gozar siempre en Dios.

Yo te exhorto, por la gracia con que estás revestido, a que aceleres el paso en tu carrera, y a que exhortes a todos para que se salven.

Preocúpate de que se conserve la concordia entre los hermanos, que es lo mejor que puede existir. Lléva a todos los hombres, a ti encomendados, sobre tus espaldas, como a ti te lleva el Señor. Sopórtalos a todos con espíritu de caridad...

Dedícate continuamente a la oración. Pide cada día mayor sabiduría, y mantén alerta tu espíritu, pues el espíritu desconoce el sueño.

Habla todos los hombres al estilo con que habla Dios.

Carga sobre ti, como atleta perfecto, las enfermedades de todos...

Ama a todos de corazón. Si sólo amas a los buenos discípulos, poco mérito tienes en ello. El mérito está en que logres someter, con tu mansedumbre,  incluso a los más perniciosos en la comunidad y sociedad. Bien sabes, para ello, que no toda herida se cura con la misma medicina.

Procura ser, al mismo tiempo, corporal y espiritual. Aquellas cosas que salten a la vista desempéñalas sin dilación; y aquellas otras que no se dejen ver, ruega al señor que se te hagan manifiestas. De este modo, nada te faltará, y abundarás en todo don de la gracia.

Los tiempos en que vivimos requieren de ti que aspires a alcanzar a Dios, llevando contigo a cuantos te han sido encomendados. Anhela prósperos vientos, como lo hacen el piloto y el navegante, sobre todo cuando se ven sorprendidos por la tormenta y han de buscar uierto seguro. Que no te amedrenten quienes se dan aires de hombres dignos y luego enseñan doctrinas extrañas a la fe.

Mantente firme, como un yunque golpeado por el martillo. Es propio de un gran atleta el parecer como  desollado y, sin embargo, salir vencedor. Huye de la intriga y del fraude... Recomienda a los hermanos que amen al Señor... Trata de que todos sean gratos al Señor y de que nadie resulte desertor de Cristo y de la Iglesia.

Vuestro bautismo ha de ser para vosotros como vuestra armadura; la fe, como un yelmo; la caridad, como una lanza; la paciencia, como un arsenal de todas las armas; vuestras cajas de fondos sean vuestras buenas obras... Tened unos para con otros un corazón grande, con mansedumbre, como lo tiene Dios para con vosotros...

El cristiano no tiene poder sobre sí mismo, sino que está dedicado a Dios... Sed, pues, de Dios, y él será vuestro tesoro y vuestro premiador en la gloria..."

Varios Santos Padres