“Nadie invocaba tu nombre, pues nos ocultabas tu rostro” (Is 64, 6)

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“Nadie invocaba tu nombre, pues nos ocultabas tu rostro” (Is 64, 6)

Meditación para el I domingo de Adviento


“Nadie invocaba tu nombre, pues nos ocultabas tu rostro” (Is 64, 6)

  Contemplar el rostro de la persona que amamos es una experiencia importante en la vida cotidiana. ¡Cuánto lamentamos la ausencia del rostro amado que produce la muerte, la separación física temporal, o sencillamente la ruptura de ese amor! La lejanía o la pérdida van generando distancia. Y quizás olvido. ¡Y qué triste cuando el recuerdo no es capaz de llegar a visualizar los rostros que hemos amado!

  Quizás un problema de nuestro tiempo sea ver desdibujado el rostro de Dios en las vidas de la gente. No es un rostro pintado, ni reconocido, ni reclamado por muchos de nuestros contemporáneos. Para ellos es un rostro inexistente o imposible de llegar a contemplar. Como si la experiencia de Dios no tuviese posibilidades de formar parte de lo más cotidiano de la existencia.

  El Adviento nos recuerda que Dios ya no oculta su rostro. Que se ha dejado ver y ha llenado este mundo que habitamos. Y que su imagen se nos desvela en lo más luminoso de lo humano. Tal vez esa sea nuestra labor, y la conversión a la que se nos llama en este tiempo: “vuelve a hacer el esfuerzo por distinguir la vida de Dios, su imagen y su proyecto, en la vida que te rodea”.

  Por eso lo de vigilar, lo de velar, sigue siendo un desafío en este tiempo en que parece que lo importante se nos esconde y aleja. El reto está en encontrar a Dios en todo lo que rodea la existencia humana. Encontrarlo “en la tarea” en la que estamos comprometidos. Hacer el esfuerzo porque su imagen sea más clara y visible. Ayudar a otros a desentrañar los lenguajes y los trazos de Dios que tienen el sello y la firma en lo mejor de lo humano: “somos todos obra de tu mano” (Is 64, 7).

Para la reflexión personal

  • ¿En qué experiencias humanas distingues el rostro de Dios?
  • ¿Te esfuerzas por ser imagen suya en los ambientes que te mueves?
  • ¿Acompañas a otros a reconocer lo que de trascendente se esconde en la vida cotidiana?
  • ¿Vigilas, velas, porque la imagen de Dios no se desdibuje en ti?
  • ¿Tienes capacidad para rescatar su rostro en las realidades sociales de nuestro tiempo?

Oración

“Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti,
que hiciera tanto por el que espera en él”
(Is 64, 3)

¡Tú haces tanto por mí!
Me gusta recordarlo cuando mi autosuficiencia me puede
y siento que todo sale de mí como de una máquina perfecta.
No es lo que puedo, lo que hago o lo que proyecto lo que me da valor.
Es lo que soy por dentro y aún no intuyo del todo.
Es lo que he recibido gratis de tu inmensa bondad.
Es lo que sueñas para mí mientras me sigues modelando.
Son las sorpresas que se desvelan en mi camino...
De tus manos fluye mi vida, como lo hace el manantial del agujero en la roca.
Y la enlazas con otras vidas y otros nombres y otras experiencias,
para que nunca me olvide que soy parte de tu huella.

Fr. Javier Garzón, O.P.