“La Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros…” (Jn 1, 14)

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“La Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros…” (Jn 1, 14)

Meditación para Navidad


  Y así, un año más, llegó la Navidad. La agenda se llena de compromisos, el buzón de felicitaciones, el armario de regalos y el corazón de ese sentimiento especial que sólo en estas fechas vivimos. Miramos las celebraciones del pasado y añoramos a los que ya se fueron. Nos entusiasma la ilusión de los niños y sentimos la tentación de hacernos como ellos. Se despiertan esos sentimientos solidarios que, estando siempre ahí, parecen más evidentes en estas fechas. ¿Qué tendrá la Navidad que arranca de lo escondido del corazón lo más hermoso y puro que en él se esconde?

  Es tiempo de humanidad. De saltarnos los preceptos que imponen las máscaras y actuaciones, de pasar por alto las rencillas que ahuecan el alma. Es tiempo de agradecer y recordar, de valorar la vida y a aquellos con quienes la compartimos. De soñar un poco con la inocencia que creíamos perdida… Y detrás de todo ello, Dios, que sigue despertándose en nosotros, iluminando la noche que nos envuelve para hacernos entrar en calor… Sólo Él pone en marcha lo más genuino de la Navidad.

  Nos sentíamos lejos de aquel Dios que creó el mundo de la nada. El que acompañaba a su pueblo peregrino y alentaba la palabra de los profetas. No le conocimos bien hasta que se hizo nuestro vecino y plantó su tienda al lado de la nuestra. Entonces le vimos cara a cara, le reconocimos tan humano como los demás chiquillos. Le perdimos el miedo y le llamamos “amigo”. Y entendimos que Dios no podía ser de otra manera que semejante a nosotros. Quizás por eso nos espabila la Navidad: porque nos recuerda lo sagrado que es ser humanos, profundamente humanos.

Hoy siguen siendo las fronteras y las vallas donde se grita por un mundo mejor

  La Navidad nos regala lugares. Entonces fue un establo en Belén, en medio de la noche, cuando todo era silencio y las puertas se cerraban por miedo a lo desconocido. Hoy siguen siendo las fronteras y las vallas donde se grita por un mundo mejor; los hospitales y espacios de acogida; los barrios sin esperanza; los hogares en los que se comparten risas y vida… Belén sigue estando en nuestro mapa y se sitúa en la calle de al lado, en espacios que nos resultan familiares. Sí, Dios sigue prefiriendo este mundo para vivir en él.

  La Navidad nos regala señales. “Encontraréis un niño envuelto en pañales”… Señales que impiden la pérdida y facilitan el encuentro. Lo más frágil de lo humano continúa siendo su señal. Palabras que se dan con visos de ser eternas; abrazos que perdonan y abren puertas de futuro; tiempos regalados gratuitamente a otros; manos que curan, ayudan o enseñan. Dios ha escondido pistas en nuestra realidad concreta para que sepamos verlo.

  La Navidad nos regala testigos. Aquellos pastores que se resistían a dormir y oyeron canciones de fiesta; o los sabios, expertos en caminos, pendientes del lenguaje de los astros. María y José que acunaban, asombrados, a un niño tan humano que parecía Dios… Gentes inconformistas que buscaban pese a todo, personas humildes y sin curriculum capaces de sorprenderse ante lo nuevo. Ahí siguen estando, y los conocemos. ¿Cómo no reconocer el brillo de Dios en ellos?

  La Navidad nos regala mensajes. “No temáis”, “os traigo una gran alegría”, “gloria a Dios, paz a los hombres”… Palabras que empujan una nueva creación, y que se pronunciarán estos días en el hogar o en el trabajo, en la intimidad y el sosiego, a los de siempre o a los recién llegados. Mensajes que ayudan a crecer y tienden puentes de humanidad, que frenan la violencia y el egoísmo que nos tientan… Dios sigue llegando por medio de esos mensajes que alegran el mundo.

  La Navidad, en fin, nos regala una Palabra. Y se convierte para nosotros en comunicación inteligible, en diálogo abierto y franco, en verdad que nos habla al corazón. Palabra que permanece, eterna en medio del devenir de los tiempos y las prisas. Palabra que fortalece y levanta, cura y abre caminos. Dios quiso ser Palabra en nuestro lenguaje, para entenderse con nosotros y contagiarnos su vida. ¿Habrá dado cualquier otro dios en la Historia, pasos tan grandes para vivir entre aquellos que ama, como uno de tantos?

  El lugar de Dios es lo humano, porque así lo sigue eligiendo. Un año más, la Navidad nos despierta a esta verdad, la de un Dios enamorado de nuestra pequeñez que desea hacer camino junto a nosotros. Por amor. Por puro amor. Porque no trata de otra cosa esto de la Navidad que de aprender a amar, tanto como somos amados.

Fr. Javier Garzón, O.P.