Declaración del Padrenuestro

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Declaración del Padrenuestro

Meditaciones que el agustino Fray Alonso de Orozco dedicó al Padrenuestro


El beato Alonso de Orozco fue un famoso fraile agustino, escritor espiritual y predicador, del siglo XVI. En 1544 dio a la luz en Sevilla dos de sus obras espirituales: Vergel de oración  y Monte de contemplación. Ambas han sido incluidas en el primer volumen de las Obras Completas que la familia agustiniana ha comenzado a reeditar en la Biblioteca de Autores Cristianos.

Del libro Vergel de oración vamos a tomar algunos "soliloquios" que Alonso de Orozco dedicó a la declaración del "Padre nuestro". Sus pensamientos, vertidos a mediados del siglo XVI, siguen siendo provechosos para los creyentes y hombres sensibles a la piedad en el siglo XXI.

Como preámbulo, leamos esta declaración y alabanza del "Padre nuestro":

"Habéis de notar que esta oración del Padre Nuestro excede a todas las otras, no sólo en dignidad, por la haber ordenado el mismo Dios, Jesucristo nuestro Salvador, {sino también porque es} más compendiosa y breve {que las demás}, porque {así} ni el más simple se excuse de no saberla, ni el más inhábil la pueda perder de la memoria"(p.140).

Estos son los tres primeros textos, elegidos para disfrutarlos en el mes.

Padre nuestro que en los cielos estáis

Este soliloquio constará de dos partes: la primera versará sobre "Dios, Padre nuestro" y la segunda dirá "Que en los cielos estáis". 

Con el reconocimiento de nuestro Dios en calidad de Padre nos introduciremos en la intimidad cristiana del Señor y Creador, y con la alabanza de su morada recordaremos su grandeza y su intimidad en nosotros.

Padre nuestro

"Padre nuestro que estás en los cielos, Padre celestial, Dios y Señor mío, Padre, dos veces Padre, pues de la nada me creasteis, como hechura que soy de vuestras poderosas manos, dándome vuestra imagen y similitud, según en tan pequeño ser pudo ser dibujada, haciéndome capaz de vuestras misericordias y gloria para que entrase en la herencia del cielo y gozase de la beatífica visión de tan omnipotente Señor y Padre.

Siendo Vos trino y uno, disteis a mi alma que, siendo una, tenga trinidad de potencias tan admirables:

entendimiento que os contemple por fe en esta vida; memoria que de Vos muy piadoso Padre se acuerde con firme esperanza; finalmente me disteis voluntad libre, con la cual, pues me amáis como a hijo, os sorprendiese con la dulce paga de amor libre, honrándoos como a Padre.

Gracias os hago infinitas, y todas las criaturas sean lenguas que por mí os alaben por esta primera paternidad, que con tanta franqueza, no siendo yo, me hicisteis a vuestra imagen y similitud..Mas no menores gracias os debo porque, siendo por el pecado destruido, hijo de ira, cautivo del demonio, digno de penas eternas, Vos me reengendrasteis redimiéndome a tan gran costa, dando vuestra sangre santísima y preciosa vida (Ef 2, 5-6).

¡Oh mi Padre piadoso! Si todo me debo emplear en vuestro servicio y amor por la deuda primera, creándome tan sin costa con una sola palabra vuestra, ¿qué daré, con qué pagaré la segunda filiación de adopción que me disteis (Gál 4,7), poniendo a riesgo vuestra honra, vida y sangre, Redentor mío y Salvador dulcísimo?

Con entera confianza y con entrañas amorosas de hijo, viéndome tan obligado a tan inmenso Padre, el cual me dio su espíritu para que ose llamar sin temor, con tales prendas de amor confiado diré : ¡Padre nuestro, que estás en los cielos!

Vos sois Padre que me hicisteis y poseísteis...

Vos, como Padre, me predestinasteis antes de los siglos, amándome antes que tuviese ser por creación, y finalmente redimiéndome, pareció el poder cumplido, que para ser hijo vuestro me disteis...

No digo, Señor, que sois Padre mío, sino Padre nuestro, porque ser hijo natural fuese vuestro mayorazgo eterno e Hijo, Verbo Dios.  De aquí es que cuando él dijese: Padre mío, si es posible, pase este cáliz de mí (Mt 26,39), a nosotros, hijos adoptivos, bástanos como a hermano gozar de tan alto privilegio, que es llamaros, Señor, con un vocablo familiar, dulce y amoroso, como es Padre nuestro (Gál 4,6)...

¡Oh ánima mía! En diciendo esta palabra, Padre, se te habían de mover las entrañas con amor tierno y afervorado para con gran confianza pedir misericordia a tan poderoso Señor! ¿Qué mujer hay que se olvide del hijo que parió con tanto dolor?...

¡Oh Señor,  ya no desesperaré, aunque más mis pecados me amenacen!

Esa escritura de los clavos en esas benditas manos me dan voces que confíe como de padre piadoso. En ellas confiaré.

Que en los cielos estáis  

Estáis, Señor, en los cielos morando, en los cielos corporales y espirituales.

No confesamos, Señor nuestro, que los cielos son bastante a os limitar y encerrar, porque Vos dijisteis que henchís el cielo y la tierra, y aún de Vos está escrito que sois más alto que el cielo, más profundo que el infierno, más largo que la tierra y más ancho que el mar.

En todo estáis por presencia, potencia y esencia..., porque todo lo veis..., todo lo gobernáis y toda criatura os es sujeta por esencia, pues a todo inmediatamente os halláis, penetrando el ser de cada cosa y conservándola.

Mas decimos que estáis en los cielos, por ser tan admirable su hermosura, ser y orden...

¡Oh ánima!, cuando dices estar con tu Padre en el cielo, entiende que allí más se manifiesta, adonde es lugar de los bienaventurados, en el cielo empíreo, como el ánima está que en todo el cuerpo, y muy más se enseña en lo más alto que es el rostro, adonde los sentidos todos están juntos.

Sube, pues, ánima, tus deseos. ¿Qué quieres en la tierra? ¿Qué te agrada en esta cárcel, confesando tener tal Padre, tan generoso, rico y glorioso en el cielo, lugar de tan gran Majestad, tan abundoso de bienes, tan resplandeciente y hermoso?

¡Oh, qué vergüenza es para los hijos, que tienen y confiesan estar su Padre y Señor en el cielo, mientras ellos, apocados y abatidos, no aman sino la tierra y las heces de ella...!

Padre nuestro, que estás en los cielos...

Cielo es la conciencia, adonde no hay centellas de infierno que es pecado.

Paraíso es el corazón, adonde no hay llaga de culpa.

Cielos son vuestros amigos, Señor, porque, hechos celestiales ciudadanos, su conversación tienen en el cielo. Cielos son, que sin cesar ganan tierra, caminando apresuradamente por la gran prisa que les da vuestro santo amor... Cielos son, finalmente, porque todo lo rodean trabajando de noche y de día, para dar agua de doctrina a las ánimas, y luz de buen ejemplo y vida a los prójimos, siendo en todo obedientes a vuestra santa voluntad...."   

Alonso de Orozco:
Vergel de oración,
o.c. I, pp. 142-144

Santificado sea tu nombre

Alabanza y gloria al nombre de Dios

"¡Sea, Padre de misericordia, santificado vuestro nombre!

Muchos nombres os da, Señor, la sagrada Escritura: Adonay, Agios, Theos. Mas el que Vos por grande amistad declarasteis al profeta Moisés fue el que más conforme os viene: Yo soy el que soy (Éx 3, 14).

Disteis por nombre vuestro ser divinal, en sí mismo perfectísimo, infinito, santísimo, de cuya bondad, como pequeñas centellas, todo lo que es bueno y santo participa, en tanto que digáis Vos, Creador nuestro: Sed santos que yo santo soy (Lev 20,26). En manera que vuestro nombre santo es y por sí mismo y en sí mismo santo.

A nosotros ha de venir de lejos la santidad y bondad, como a necesitados de todo bien, y esto pedimos: que vuestra gloria y honra sea de todos conocida, de todos creída y deseada, y aun de todos mucho loada. Conviene al hijo leal que sea celoso de la honra de su padre; y si esto no tiene, no es hijo sino enemigo.

¡Oh ánima mía, cuán poco sientes las ofensas de tan bueno y tan santo Padre!  ¿No le oyes quejar por el Profeta: Grande es mi nombre en las gentes y vosotros le mancillasteis...Cada día mi nombre es vituperado de vosotros?(Mal 1,6)  ¿No miras tantas sectas de moros, turcos, idólatras, que dejando de dar gloria a un Dios, tienen mil errores y herejías?

Y aun lo que más se ha de llorar, que hoy día entre los cristianos se comete el sacrilegio que los hebreos una vez hicieron (Hb 6,6), crucificando muchas veces los pecadores a Jesucristo Señor nuestro, dentro de sus malas conciencias e infernales corazones.

¿Cuántos soberbios le escupen el rostro, cuántos avarientos le desnudan las vestiduras a sus pobres, cuántos lujuriosos le azotan a la columna y dan los clavos de la cruz, regalando su maldita carne con deleites?  Por cuyo remedio la carne del inocente fue llagada y en la cruz con clavos lastimada (S.Cipriano).

¡Oh Padre celestial!, lo primero que suplicamos como hijos obedientes y leales es que vuestro nombre sea santificado; sea en nosotros santo, que en sí mismo lo es en eternidad; sea conocido de todos y adorado, no porque algo se aumente en sí mismo de esta honra, sino porque a nosotros nos glorifique y haga santos.

Suplicámoslo así, porque si no somos nosotros bastantes a pensar cosa tan grande de nuestras cosecha, ¡cuánto menos podremos poner por obra esta santidad de parte nuestra!. Ya lo pedimos, Señor. Vos, Padre celestial, habéis de dar perfección a tan soberana obra.

 

Santificado vuestro nombre en nosotros

¡Oh miserable de mí, que para sentir mis afrentas y vengar mis injurias caudal hallo dentro de mí mismo; mas para compadecerme, Señor, de vuestras ofensas y remediarlas y castigarlas, hállome una piedra inmóvil, y ni las siento ni las basto a remediar, si no me dais la mano de vuestro favor!

Por tanto, suplico sea santificado vuestro nombre en nosotros. Séanos, Señor, vuestra gloria y honra tener escrito vuestro nombre dulcísimo en la memoria, para ninguna otra cosa contemplemos.

Vuestro nombre sea en la lengua panal de miel hablando siempre de vuestras misericordias. Y en los oídos séanos melodía celestial (S. Bernardo).

En el entendimiento esté por conocimiento, y en la voluntad esté plantado por amor y deseo.

Santifíquese en nosotros, glorifíquese vuestro santo nombre. No sea blasfemado por nuestras maldades y vituperado por nuestros graves pecados. Santo y terrible es vuestro nombre, según lo entendió David (Sal 110,9)

Santo quiere decir sin tierra y puro. Tal sea mi corazón, para que como vaso digno de tal reliquia y precioso tesoro le reciba...

Vos sólo seáis, Padre nuestro, conocido. A Vos todos los hombres adoren. Solamente a Vos glorifiquen, como a su Padre, Creador y Redentor.

Todos, finalmente, delante de tal nombre y ser infinito, que es sobre todo nombre, hinquen la rodilla y hagan homenaje, así los del cielo como los de la tierra (Flp 2,10), y todos canten a una voz y digan: Padre nuestro, que estás en los cielos, sea santificado tu bendito nombre, admirable y santo"

Alonso de Orozco:
Vergel de oración,
o.c.  I, 145-146

Venga a nosotros tu reino

Venga tu reino

"Padre de misericordia, venga tu Reino.

Primero demandamos lo que primero debemos desear, cuales leales hijos, que sea santificado vuestro nombre, santo y admirable, en toda la tierra y cielo; que sea conocido y declarado a todos los hombres; que nuestras vidas y obras sean santas para que todos glorifiquen a Vos, Padre nuestro celestial, que moráis en los cielos.

Ahora os suplicamos, Señor, -pues somos hijos vuestros adoptados (Gál 4,7) y admitidos en la herencia por nuestro redentor, mayorazgo natural-  que venga ese  reino, que se nos dé la posesión muy presto, y aparezca quien somos, y enséñese tan noble Padre como tenemos.

Muchos reinos, alma mía, hay en la Sagrada Escritura que aquí has de pedir.

Es el primero la gracia y amistad de Dios, la cual llamó el dulcísimo esposo, Cristo,  Reino de Dios, cuando dijo: El Reino de Dios está dentro de vosotros (Lc 17,21). Este es el Reino de Dios, por el cual su Majestad toma posesión en nuestra alma, desterrando a los tiranos que la poseían, el pecado y Satanás, que la aprisionaban (Jn 12,31).

Esta gracia que nos hace gratos a Dios, levanta la bandera de amor en el homenaje de la voluntad y da voces en alto pregón, y dice:¡Viva el Rey Jesucristo! Mi amado a mí y yo a Él (Cant 2, 16)....

Venga también vuestro Reino, Señor, a nosotros, dándonos clara inteligencia de vuestra Escritura Sagrada, de la cual dijisteis a los soberbios e ingratos fariseos: Yo os digo en verdad que os será quietado el Reino y darse ha a una gente que haga fruto en él (Mt 21,43).

¡Oh mi Dios, no nos desterréis por nuestra presunción de tal y tan precioso Reino! Declárenos vuestro Espíritu Santo los misterios del Reino tan escondidos, cuyas leyes son amor de vuestra Majestad y de nuestros hermanos (Mt 22, 38-39)

Finalmente, venga en nosotros tu Reino, cesando la guerra y lucha continua naturalmente de este tirano, nuestra carne, que siempre contradice al espíritu (Gál 5,11) ¡Oh desventurado y abatido hombre!, decía el bienaventurado Pablo, que sentía esta conquista. ¿Quién me librará de este cuerpo mortal? (Rom 7,24).¡Venga, Señor, ya es vuestro Reino, cautívese el tirano...

Mas ¿cuándo veremos tan gran triunfo sino cuando Vos, Reino nuestro Cristo Jesús, pareciereis el día del juicio para el Reino al Padre acabado y perfecto?...

Hagámonos varones perfectos

Mas, venido el Reino vuestro, ¿cuándo saldremos al camino a vuestra Majestad, hechos varones perfectos, libres de estas pasiones, exentos de tantas sujeciones y miserias? 

Levantaremos la cabeza para mirar a Vos, Padre, Reino y gloria nuestra, que habiendo redimido las ánimas, daréis por la resurrección redención y libertad a los cuerpos que sean claros, siendo ahora tan oscuros y feos. Serán ligeros, teniendo ahora tanta pesadumbre y molestia consigo. Serán finalmente inmortales y sutiles sin alguna contradicción ni desobediencia al ánima.

¡Venga, Señor, tal reino, tan próspero y rico de todas maneras de riquezas! Siempre sois Rey  y tenéis entero dominio en vuestras criaturas (Sal 46,3).

Mas este Reino, porque visiblemente parezca en aquel día, suplicamos a vuestra Majestad que venga, adonde todos vuestros enemigos sean conocidos y castigados por tales, y vuestros amigos estimados y honrados por quienes son.

Pidamos, hermanos, con gran celo y fervor en esta petición que se nos dé el Reino de Dios, que es su gracia, para que del todo ya no enseñoree ni mande nuestra ánima el pecado que antes reinaba.

Supliquémosle humildemente nos reciba y escriba en el libro de los hijos y amigos de su Reino.

Demandemos el Reino de su doctrina y Escritura, porque el primero Reino se sustente con tal fervor y perseveremos en la amistad del Señor...

¡Oh ánima!, pues pides tal Reino y demandas tal día, mira bien qué cuenta tienes, considera con qué conciencia dices cada día, Señor, venga tu Reino, sea presto el día del juicio...

¡Oh palabra de Padre: venid, hijos, venid, benditos, recibid el principado para reinar sin fin!"

Alonso de Orozco:
Vergel de oración.
o.c. I, pp. 147-149.

Alonso de Orozco