Dom
3
Oct
2010

Homilía XXVII Domingo del Tiempo Ordinario

Año litúrgico 2009 - 2010 - (Ciclo C)

El justo vive por su fe

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • El justo vive de la fe, es decir, de la confianza en una Persona

Cuán equivocados están los que piensan que el cristianismo es aceptar un conjunto de verdades, algunas de ellas bastante difíciles de explicar. El cristianismo es, ante todo, una historia, una historia entre un Dios personal y cada uno de los hombres que aceptamos su intervención en nuestra vida. Esta historia sabemos cómo empieza. También sabemos que, por regalo de Dios, va a terminar bien. Pero nos queda el trayecto entre el principio y el final. En ese trayecto, además de Dios y de nosotros, los principales protagonistas de cada historia personal, intervienen otras personas, otras libertades, otras circunstancias, diversos acontecimientos sociales y personales…

En cada historia personal, en la que se mezclan múltiples, variados y contradictorios factores, el cristiano vivirá momentos apacibles y momentos de desierto en los que puede pensar que Dios le ha dejado a su suerte, le ha abandonado y gritar con el profeta: “¿Hasta cuando clamaré, Señor, sin que me escuches?”. Puede tener también momentos de desánimo como Timoteo al participar en “los duros trabajos del evangelio”.

Pero estos posibles desfallecimientos y la vivencia de soledad divina siempre son pasajeros, porque “el justo vive por su fe”. Es decir, vive gracias a depositar toda su confianza en la persona del Hijo de Dios, que le ha prometido no dejarle nunca en las distintas vicisitudes por las que pueda atravesar su vida: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta la consumación del mundo”. En los momentos más delicados, nuestro Padre Dios se le acercará y le dirá como al hijo mayor: “Tú siempre estás conmigo. Y todo lo mío es tuyo”. En esta misma línea, Pablo anima a Timoteo y le recuerda que Dios nos ha regalado su propio Espíritu, “el Espíritu Santo habita en nosotros”, que “no es un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio”.

  • Ante Dios y… ante los hombres, nada de engreírse

Pocas cosas hay que tengan tan buena acogida entre nosotros como encontrarse con personas sencillas, de las que siempre se colocan al nivel del común de los humanos, sea cual sea el cargo que ocupan. Pocas cosas hay que molesten tanto a la mayoría de las personas humanas, como encontrarse con un hombre orgulloso, altivo, muy creído de sí mismo, que mira a todos por encima del hombro, incluidos a los jugadores de baloncesto que miden de dos metros en adelante, que nos hace sentir su supuesta superioridad, que cada dos por tres, o mejor dicho, cada tres por tres, nos recuerda las grandes cosas que ha hecho en la vida, algo, según él, que sólo está al alcance de unos pocos privilegiados.

Jesús, en el evangelio, siempre se muestra en contra, muy en contra, de los orgullosos, como, por ejemplo, de los fariseos, que se creían muy por encima de los demás y Jesús les descubre su hipocresía y debilidad… su realidad. Esta actitud de los orgullos fariseos podemos decir que irrita sobremanera a Jesús y las palabras más duras que salieron de su boca se las dirige a ellos: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, que por dentro están llenos de rapiñas y codicias! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que os parecéis a sepulcros blanqueados, hermosos por fuera, mas por dentro llenos de huesos muertos y toda clase de inmundicias!”.

Si hay algo claro en Jesús es que todos los hombres y mujeres, aunque tengamos diferentes talentos, gozamos de la misma dignidad. Todos somos hijos de Dios y hermanos unos de otros. Nadie, pues, tiene derecho a considerarse más que los demás. Incluso si uno, con la ayuda de Dios, trabaja fuerte en la dirección de Jesús, es decir entrega su vida por amor al servicio de sus hermanos… tampoco puede engreírse por ello: “Cuando hayáis hecho lo mandado decid. Somos uno pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Nada de que se nos suban los humos a la cabeza.

Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est al hablarnos de la ayuda que todo cristiano, guiado por el amor, debe estar dispuesto a ofrecer a cualquier persona, nos advierte que lo primero que el ayudador debe reconocer es que todo lo ha recibido de Dios, sus dones y cualidades, y que estar en situación de ayudar a otros es un regalo que Dios le hace. El Papa dice textualmente: “Cuanto más se esfuerza uno por los demás, mejor comprenderá y hará suya la palabra de Cristo: ‘Somos unos pobres siervos’ (Lc 17,10). En efecto, reconoce que no actúa fundándose en una superioridad o mayor capacidad personal, sino porque el Señor le concede este don”.

Como siempre nuestro referente es Jesús de Nazaret. Si alguien podía gloriarse de estar por encima de nosotros era él, Dios y hombre verdadero. Sin embargo, conocemos el camino que siguió. “No hizo alarde de su categoría de Dios; al contario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”. Éste es el camino que debemos imitar: hacernos esclavos de nuestros hermanos por amor, y nada de creerse superior a nadie, sino pasar por uno de tantos y decir: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Nuestra recompensa y nuestro gozo es siempre el amor, dar y recibir amor.