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Diálogos espirituales de Diego de Estella

18 de octubre de 2016
Etiquetas: Espiritualidad
Diálogos espirituales de Diego de Estella

Cinco lecciones de vida tomadas del Florilegio de las obras espirituales del franciscano fr. Diego de Estella (1524-1578): paz del corazón, desprecio de las vanidades para gozar de Dios, la verdadera amistad, cómo perdonar las injurias y la verdadera nobleza humana. Fr. Cándido Ániz Iriarte O.P.

Presentación

En todas las historias de la literatura española hay siempre un lugar reservado a la literatura espiritual, como tesoro que forma parte de nuestro caudal heredado.

No hay colección o biblioteca que se anuncie en la prensa diaria, en las novedades editoriales o en los florilegios de memorias regionales que no incluya algún personaje famoso por su aportación al mundo de la religión y mística, al aprecio del mundo y a su abandono, al canto de sus gracias y al llanto por sus desgracias.

Hace unos días, revisando la "biblioteca  básica navarra" con que el Diario de Navarra celebra su centenario (1903-2003), tuve el gusto de leer el volumen número 9 de la colección, que es un Florilegio de las obras espirituales de Fray Diego de Estella, franciscano conocido en aquellos lares (1524-1578) por sus predicaciones y dirección de almas.

De ese florilegio voy a tomar hoy cinco lecciones de vida.

Tal vez, a algunos les parezcan arcaicas, porque reflejan un tipo de espiritualidad o actitud humana que huye demasiado del  "mundo" y sus complicaciones reales, pero es hermoso compartirlas mientras suenan tambores de guerras nacidas de egoísmos, o se escuchan llantos de familias rotas por el terrorismo, o se sufren maltratos en personas que son víctimas de pasiones desordenadas. Falta espíritu auténtico en nuestras relaciones humanas.

Si tú, lector amigo, añades a estas históricas lecciones "piadosas", quizá demasiado "monásticas", acaso tendentes a separar demasiado "vida en Dios" y "vida inserta en la cruda realidad", un lenguaje nuevo y un "compromiso de encarnación", tendremos el camino abierto hacia la formación de un Hombre Nuevo cuyo espíritu pacifique la Tierra de Jesús, los campos de Irak, la hambruna de muchos marginados...

Salva, pues, una espiritualidad eterna, y deja caer del árbol algunas hojas ya marchitas.

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