Hacía el martirio

Monasterio de las monjas Dominicas de Quejana

A la Vicaría de las monjas Dominicas de Quejana, donde ejercía su ministerio como Capellán fray Raimundo Castaño, llegó fray José Mª González Solís el 1 de julio de 1936. Pretendía reponerse de su delicada salud y predicar, después, los ejercicios espirituales del año a las religiosas. Desatada la persecución vivieron ambos serenos y en clima intensamente comunitario, hasta el 25 de agosto, en que los apresaron. Todavía el 15 de agosto de 1936, vigilado de cerca por milicianos descreídos y a pesar de la oposición de los mismos, predicó fray Raimundo Castaño con gran fervor sobre el misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos. Uno de aquellos escopeteros lo amenazó a continuación con matarle si hablaba de nuevo.

Detenidos, como queda dicho, el 25 de agosto los llevaron prisioneros a Bilbao y en esta ciudad los encarcelaron. Pero pocos días más tarde los condujeron al barco-prisión llamado «Cabo Quilates», que se hallaba anclado en la ría de Bilbao, entre Erandio y Baracaldo. Con verdadera saña los sometieron a malos tratos, humillaciones y burlas continuas. Quisieron obligar a los dos a que renegaran de su fe cristina y a que profirieran blasfemias. Se negaron con extraordinaria firmeza, con más énfasis si cabe fray José Mª G. Solís. Los dos soportaron todo con resignación, serenidad y alegría.

Algún compañero de prisión descubrió en fray Raimundo Castaño un alma pura y atrayente, incapaz no solo de hacer mal a nadie, pero ni tan siquiera de pensar que existiera alguien positivamente dispuesto a dañar a otro. Hasta que se lo prohibieron, rezaba las tres partes del Rosario con otros prisioneros. Luego lo hacía en voz baja con los que estaban cerca. Lo recordaban como persona sencilla y buena. Era la admiración de los compañeros de infortunio por sus dotes especiales. Uno de los presos comunes que hacía años que no se confesaba lo hizo con él, y después de su muerte lo vieron llorar como un niño.

Otro que estuvo asociado a fray Raimundo Castaño en la prisión, publicó en un periódico —veinte años después de los hechos— estas afirmaciones, llenas de emoción:

«A ti, Padre Castaño, debe mi alma su íntimo contacto con Dios. A ti se debe mi completa identificación con los misterios de la religión. A ti te debo el reafirmarme en mi fe, te debo el acrecentamiento de resignación cristiana a los designios de la divinidad. Con tu elevado espíritu, tu humildad inigualable, tu envidiable serenidad, ejemplar conducta, modestia y resignación, fuiste quien en la bodega número 3 infiltró la santidad hasta en los presos comunes, que para mayor vejamen hicieron convivir con nosotros las amargas horas del barco “Cabo Quilates”. Más de uno, convirtiéndose, recibió de ti la absolución en el santo sacramento de la confesión. Tú que repartiste el lecho y abrigo, también el pan en los continuados días de forzoso ayuno, tú que sin una lamentación o queja, soportaste siempre con la frente alta y la mirada puesta en lo Alto los mayores insultos, las más procaces injurias y las más soeces actitudes con que te “distinguían” los milicianos».

Buque Cabo Quilates

En la noche del 2 al 3 de octubre de 1936 los hicieron subir a la cubierta del barco. Fray Raimundo ascendió con presteza, con las botas puestas, porque un instinto interior le impelía hacia la «liberación». Se iba a encontrar, efectivamente, con la «definitiva y plena».

En la cubierta del tristemente célebre «Cabo Quilates» fueron fusilados poco después de las 10 de la noche. Se sabe que algunos de los fusilados en esta ocasión quedaron malheridos, porque determinados compañeros de cautiverio oyeron, no solo las descargas de las armas de fuego, sino también los lamentos consiguientes, hasta que a los que gemían los remataron alrededor de las tres de la madrugada.

Lugar de enterramiento

Los testigos del martirio afirmaron que los cuerpos de los mártires fueron trasladados al cementerio municipal de Santurce. Posteriormente, en concreto el 12 de noviembre de 1938, los restos de fr. Raimundo Joaquín Castañofueron trasladados desde el Cementerio de Santurce al de Vista Alegre de Bilbao, a la Cripta Mausoleo, ocupando desde entonces hasta el presente el nicho 121. También se trasladaron a Vista alegre los restos mortales de fr. José Mª González Solís. Pero este traslado se efectuó el 18 de noviembre de ese mismo año 1938. Estos restos ocupan el nicho 265 en la Cripta del Mausoleo del cementerio bilbaino.

En el año 1996, fr. Nicanor Maíllo y fr. Felipe Mª Castro pudieron localizar dos lápidas que dan fe de estar enterrados allí los restos de los dos mártires. El nicho 121, donde está enterrado fr. Raimundo, está situado al inicio de la Cripta, parte izquierda, fila 8 vertical nicho 2º, comenzando a contar desde arriba. El nicho 265, donde está enterrado fr. José Mª González, se encuentra al inicio de la Cripta, parte izquierda, fial 4, nicho 4, vertical comenzando a contar desde arriba. Así consta en dos documentos del Instituto Municipal de Funerarias y Enterramientos de Bilbao.