Dom
6
Ago
2023

Homilía Transfiguración del Señor

Año litúrgico 2022 - 2023 - (Ciclo A)

Este es mi Hijo amado, escuchadle

Comentario bíblico
de Fray Miguel de Burgos Núñez - (1944-2019)



l.ª Lectura (Daniel 7,9.13-14): La visión apocalíptica del Reino

Sabemos que este es un texto muy polémico y que ofrece materia para las mentes y tendencias apocalípticas. El libro de Daniel fue alimento de la apocalíptica judía y cristiana. El mismo concepto de Reino de Dios, tan usado por Jesús, es determinante a este respecto. Hay una concepción del Reino de Dios que aparece en momentos de singular tribulación del pueblo, en el momento del exilio, reflejado en el Deutero-Isaías, y en el momento de la terrible opresión de los Seleúcidas, como se refleja en el libro de Daniel. En estos momentos el Reino de Dios se proclama en neto contraste con los reinos opresores del presente, pretende suscitar la resistencia y esperanza de un pueblo que sufre y se refiere a una intervención futura y liberadora de Dios, que cambiará la historia.

Esta era una manera de resistir a la tiranía y al poder dominante. El pueblo judío, como los otros pueblos tenían a sus profetas para expresar otra alternativa, en este caso, a los babilonios (Baltasar), aunque era en tiempos de la helenización de los Seléucidas. En realidad esta era una forma "teologal" de decir que nadie en este mundo puede suplantar el poder de Dios (de Yahvé)... Por ello se lo entrega a un "hijo de hombre", alguien que "no tiene poder". Era una forma de "combatir" pacífica y de condenar la tiranía de los imperios. La lectura, a "posteriori", de Jesús como "hijo de hombre", proclamador del Reino de Dios, es una identificación propia de la época, pero que deja claro que el "poder de Dios está en la justicia y la paz, el poder de la tiranía está en las armas y la guerra. Por eso Dios, en esa visión magistral, se lo entrega a un "don nadie", un "hijo de hombre". Luego el poder no puede divinizarse.

II.ª Lectura (2Pedro 1,16-19): Siempre debemos esperar una transfiguración de nuestra vida

Este texto de la 2Pe es un comentario al relato sinóptico de la transfiguración. Pero no debemos perder de vista que estamos leyendo, no una carta del apóstol Pedro, sino de un cristiano anónimo de finales del s. I, quizás más tardío (ni siquiera se considera el autor de la 1Pe), que está haciendo una lectura de esa tradición precristiana en perspectiva de la parusía a la que se aguarda con pasión. Si el relato de la transfiguración se ha considerado como un relato pascual en cierta forma. transformado en un hecho de la vida de Jesús que se prepara para ir a Jerusalén para morir y resucitar, se comprende que setenta años más tarde sea el referente para la parusía o la vuelta de Jesús para transformar esta historia y este mundo.

El lenguaje delata estas expectativas que alimentaban momentos difíciles para los cristianos, en aquellos momentos, en que ya habían comenzado las persecuciones locales, para dar testimonio de su fe. Un día, el Jesús trasfigurado, resucitado, debía venir, no solamente para ayudar a los suyos, sino también para que terminaran los sufrimientos de la humanidad. No eran fábulas, se afirma. Pero la verdad es que eso de "ser testigo ocular de su grandeza" se dice porque Pedro, efectivamente, se nos presenta como testigo de la transfiguración, como de la resurrección, aunque no sea el autor de este escrito neotestamentario. El texto recuerda el lenguaje bíblico de Is 42,1 y el Sal 2,7, de la misma manera que el relato de los sinópticos. No obstante, se quiere llamar también la atención sobre palabras de los profetas cristianos, que al contrario de los falsos augures, traen luz que ilumina la vida cristiana. Son los profetas cristianos los que mantienen viva la esperanza de las comunidades.

Evangelio: Mateo (17,1-9): La Transfiguración, la transformación de lo divino en lo humano

Los pormenores del este relato mateano no nos alejaría mucho de su fuente, que es Marcos (9,2ss). Lucas (9,28ss) sí se ha permitido una autonomía más personal (como la oración, por dos veces, que es tan importante en el tercer evangelista y otros pormenores, como cuando Moisés y Elías hablan de su “éxodo”). Para el evangelista Marcos es el momento de emprender el viaje a Jerusalén y este es el punto de partida; Lucas ha querido adelantar la Transfiguración antes de emprender de una forma decisiva el “viaje” (9,51ss). Por tanto, Mateo es el más dependiente de Marcos a todos los efectos literarios. Deberíamos pensar que una experiencia muy intensa vivida por Jesús con algunos de sus discípulos, ha marcado la tradición de esta narración.

El hecho de que esté en este momento, tras la predicación de Jesús en Galilea y ya a las puertas de emprender el viaje definitivo a Jerusalén, resulta elocuente. No podemos negar que esta narración está concebida con el tono apocalíptico y con el lenguaje veterotestamentario pertinentes. Las dos columnas del AT, Moisés y Elías son testigos privilegiados de esta “experiencia”, en el monte (que nosotros lo conocemos como el Tabor, pero que no está identificado en el texto, y no es necesario). Porque el “monte” en cuestión es un símbolo, un lugar sagrado, un templo, el cielo… Precisamente esos dos personajes del AT tuvieron con Dios su experiencia en el monte, el Sinaí o el Horeb que es lo mismo. Por tanto, ya podemos llegar a percibir unas claves concretas de lectura a partir de estas semejanzas con los personajes mencionados. Por una parte están esos personajes para ser testigos de la “intimidad” de Jesús, el Hijo de Dios, pero en su necesidad más humana… Jesús, no es un impostor que habla del Reino a los hombres sin autoridad. Moisés y Elías testifican que no es así… si “conversan” con él es porque ellos le conceden a Jesús el “testigo” definitivo de la revelación. Pero este no es solamente un nuevo Moisés o un nuevo Elías… es el Hijo, como hace notar la voz celeste: escuchadlo!

Independientemente de la fisonomía literaria y teológica del relato, con las cartas marcadas por la cristología que respira la narración, nos preguntamos: ¿Qué significa la transfiguración? La transformación luminosa de Jesús delante de sus discípulos, ya camino de Jerusalén y de la pasión, es como un respiro que se concede Jesús para ponerse en comunicación con lo más profundo de su ser y de su obediencia a Dios. Jesús lee, digamos, su propia historia a la luz de su obediencia a Dios con objeto de llevar adelante ese plan de salvación para todos los hombres. Jesús no sube al monte de la transfiguración siendo el Hijo de Dios de la alta cristología, sino el hombre-profeta de Galilea que pregunta a Dios si el camino que ha emprendido se cumplirá. Por eso Lucas pone tanto interés en la oración, porque estas cosas se preguntan y se viven en la oración. Y las respuestas de Dios se escuchan también en la experiencia de la oración. De esa manera, los dos personajes que se presentan acompañando a la nube divina, Moisés y Elías, representantes cualificados del Antiguo Testamento, indican que ahora es Jesús quien revela a Dios y a su mundo. Los discípulos le acompañan, pero no pueden percibir más que una especie de sosiego que les lleva a pedir y desear “plantarse” allí, construir tiendas en lo alto del monte.

Pero los hombres están abajo, en la tierra, en la historia, y se les invita a bajar, como una especie de vocación; deben acompañar a Jesús, recorrer con él el camino de Jerusalén, porque un día ellos deben anunciar la salvación a todos los hombres. Jesús decide bajar de ese monte y pide a los suyos que le acompañen. Viene de “arriba” con la confianza absoluta de que su Dios lo ama… y ama a los hombres. Pero en Jerusalén no le otorgarán la autoridad que ahora le han concedido Moisés y Elías. También un día Moisés tuvo que bajar del Sinaí y se encontró con la realidad de un pueblo que se había fabricado un becerro de oro (Ex 32,1-35); Elías también descendió del Horeb (1Re 19), sabiendo que lo perseguirían las huestes de Jezabel que querían imponer a los dioses cananeos. Jesús tuvo que aclarar en el “monte” si su mensaje y su vida eran la voluntad de Dios. La voz celeste, por muy apocalíptica que suene, lo deja claro.

¿Se debe o no se debe subir al monte de la transfiguración? Desde luego que sí. Y este es un relato que nos habla de la búsqueda de Dios y de su voluntad en la “contemplación” y en la “oración”. No obstante, la enseñanza es palmaria: lo contemplado debe ser llevado a la vida de cada día, de cada hombre. Como Abrahán tuvo que dejar su tierra, los discípulos deben dejar la “altura infinita” del monte para abajarse, porque ese evangelio que ellos han vivido, deben anunciarlo a todos los hombres cuando Jesús resucite de entre los muertos. Probablemente Jesús vivió e hizo vivir a los suyos experiencias profundas que se describen como aquí, simbólicamente, pero siempre estuvo muy cerca de las realidades más cotidianas. No obstante, ello le valió para ir vislumbrando, como profeta, que tenía que llegar hasta dar la vida por el Reino. Se debe subir, pues, al monte de la transfiguración, para bajar a iluminar la vida.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)