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Revista CR: La mesa, sentados en torno a ella hacemos memoria

9 de mayo de 2019

Revista CR: La mesa, sentados en torno a ella hacemos memoria

Sentarse a la mesa todos juntos para comer, para charlar, para resolver conflictos, para diseñar proyectos, para firmar compromisos, por razones materiales. Sentarse a la mesa por razones vitales, unos a otros nos enriquecemos cuando compartimos, estamos juntos, alimentamos las propias necesidades: presencia, hospitalidad, compañía, palabra, cuidado, afecto y amistad.

  La mesa convoca, la mesa reúne. En torno a la mesa, unos junto a otros, unos frente a otros, “ponemos sobre la mesa” lo que somos. Lo que somos con los demás cuando atendemos, escuchamos, contemplamos, servimos.

  Sentarse a la mesa por razones espirituales, despertar a la vida, celebrar la vida, compartir la vida, expresar el origen de lo que somos y las posibilidades que se poseen en el interior; la trascendencia de nuestras opciones y respuestas a la vida; el impulso de búsqueda de comunión con lo Divino. “La fe se construye en un diálogo”

  Jesús, el Hijo de Dios, sabedor de la llamada del Padre, ha de hacer la voluntad del Padre y se rodea de hermanos y hermanas. Los evangelios hacen memoria de muchas comidas del Maestro con sus discípulos, con la gente y con los pecadores... Lucas nos ofrece una serie de pasajes donde aparece este contexto en la acción de Jesús (Lc 7,36; 11,37; 14,1; 19,1-10; 24, 28-31), así como ocasión para expresar la alegría que se comparte con los reunidos en torno a la mesa (Lc 15,23). También los evangelios nos transmiten como este aspecto de la vida de Jesús fue criticado y considerado una extravagancia en su vida: decían de él que era “¡un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores!” (Lc 7,34) Y es que, Jesús hacía de la mesa un encuentro inesperado, más allá de las fronteras establecidas por la ley.

  Y fue en torno a la mesa, celebrando una fiesta, el pan y el vino partido y repartido, donde el Maestro pide a sus discípulos: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19b). Actualizar al mismo Jesús, hacer memoria, hacer realidad lo que Jesús hizo.

  Todos quedaron en silencio y apoyando los brazos en la mesa bajaron la cabeza y se preguntaban ¿cómo podría ser eso...? Respuesta: “Yo estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). La posibilidad está en el encuentro, en la celebración, en la escucha de la Palabra, en el compartir el pan y del vino. Todos somos invitados a la mesa del Señor.

Número Nº 528 (marzo-abril, 2019)

LA MESA, sentados en torno a ella hacemos memoria

  Hemos sido convocados, llegamos al lugar, todos nos aproximamos a la mesa que está en el centro de la sala y oímos: “¡Sentaos, por favor!” “¡Ponerse a la mesa!”. La mesa se convierte en el foco de la reunión para cualquier ocasión y celebración.

  La mesa es el punto de encuentro también para sanar. En los estudios sobre esta cuestión, sus conclusiones se basaron en los beneficios físicos y psicológicos que se obtienen cuando una persona tiene el sentido de pertenencia, cuando forma parte de una familia y obtiene apoyo social, cuando se siente protegido y comparte momentos de risa, ocio y sentimientos. Parte de nuestra salud, de nuestro equilibrio y armonía, depende de algo tan simple como disfrutar en torno a una mesa...

  Alrededor de una mesa nos reconocemos mejor, nos alimentamos mutuamente con un alimento invisible: el de la relación. Intercambio, puesta en común, darse a conocer, salir de uno, aceptar y acoger al otro, tenerlo en cuenta y dar primacía a su necesidad antes que a la propia. El otro me importa.

  Lo significativo no es estar sentados en una misma mesa, lo importante es la manera cómo estamos juntos en torno a la mesa. ¿Qué ocupa nuestro corazón, nuestra mente en ese momento? Si nos alejamos del momento, perdemos el control y se pierde efectividad; ocasión perdida para compartir y disfrutar... Además, no olvidar que los humanos somos intuitivos y nos afecta el estado de ánimo de quienes nos rodean, conocemos los sentimientos de confianza y desconfianza, reconocemos cómo somos tratados y cuándo estamos siendo utilizados en aras de intereses ajenos. Desaprovechar las ocasiones de compartir momentos significativos con los demás es un sinsentido y una pérdida de tiempo. Es empobrecerse, dar primacía a la desconfianza, cerrarse a conocer y saber más; es dar valor a generalidades como: “todos son igual”, “siempre pasa lo mismo”. A partir de aquí todo da igual y, consecuentemente, el aburrimiento se apodera de la persona y se pierde de vista y se pierde la vista: “ciegos”.

  Tenemos necesidad de recordar, pensar, hacer memoria, cuando la nostalgia se apodera de nosotros y nos impulsa a afirmarnos en las creencias y pensamientos de que lo bueno, la solución, está en el pasado. Ese tiempo que ya pasó, que ha quedado atrás, que no volverá, y si algo volviera no sería lo mismo, el contexto es otro. ¿De qué nos sirve?

  Tenemos necesidad de recordar, pensar, hacer memoria, y así contemplar y compartir acontecimientos y personas que formaron parte de nuestra historia, que son significativas, que nos ayudaron a crecer a construir nuestro bagaje de experiencias, en definitiva, a capacitarnos para responder a la vida, para ser responsables de nuestra vida.

  Los momentos, los recuerdos, las emociones, y las mismas lecciones, se amplían, se disfrutan, se celebran, se entienden, se hacen propias, de uno mismo y nos comprometen; son sabiduría para cada uno, sobre todo, cuando se comparten, se dialogan, se “ponen sobre la mesa”, se viven con los demás...

  Los filósofos de la felicidad no entienden ésta sin los otros. Para los sabios de la Antigüedad al igual que para las sabidurías orientales, la felicidad en solitario no existe. Una vez más, reconocer la importancia de los otros en la vida de cada cual. Con los demás, para vivir y crecer. Con los demás hacemos memoria... “¿Hacer memoria?”

  Hacer memoria, puede sugerir espontáneamente una mirada hacia atrás. Para la cultura cristiana eso de mirar hacia atrás nos remite a las palabras de Jesús: “El que ha puesto la mano en el arado y mira atrás no es apto para el reinado de Dios” (Lc 9,62) En este caso se subraya la dificultad, el obstáculo, que supone para seguir adelante, para comprometerse, para desarrollar una vocación, el peso del pasado que paraliza, que anula la libertad de acción. Por otra parte, también es cierto que la memoria se puede entender como un poner delante. Hacer memoria sería, entonces, tener ante sí los momentos, emociones, recuerdos, lecciones, personas, y descubrir lo que significaron y significan para nuestra vida. Se recuerda activamente, de una manera vital, no mecánicamente. No es memoria, por tanto, de tiempo pasado sino, más bien, ampliación y enriquecimiento del presente. Sólo a causa de la memoria el tiempo pasado no está acabado y el presente no se reduce y pervierte en la actualidad.

  Hacer memoria con los demás, poner delante, “poner sobre la mesa”, personas, sentimientos, experiencias, trozos y trazos de vida que se comparten, se tienen en común, que crean lazos, sentimientos de no estar solo, de pertenencia, de compañeros de camino, desde esa memoria compartida que no nos es extraña sino morada de todos los que la habitan.

  Y la mesa también forma parte de la mentira. “Poner las cartas sobre la mesa”, decir la verdad, esclarecer... La mesa, sentado en torno a ella para buscar la verdad.

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