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Revista CR: IDENTIDAD “Si perdemos de vista nuestra misión, perdemos nuestra identidad”

14 de enero de 2019
Revista CR: IDENTIDAD “Si perdemos de vista nuestra misión, perdemos nuestra identidad”

“Si perdemos de vista nuestra misión, perdemos nuestra identidad”

            En los tiempos que corren aparece la duda, ¿qué es lo importante, parecerse a…, ser cómo…, o ser uno mismo? Y para darle más cuerpo a esta duda, situémosla en una sociedad individualista, sobre todo. Y añadimos otro color a este cuadro, además de “ser cómo”, en “una sociedad individualista”, ésta cada vez más homogénea. Tres características que no aportan luz para mejor “ser” y “ver”, más bien limitan la visión, la esperanza, la búsqueda, la capacidad de compromiso. Jugamos nuestra existencia en un mercado en el que nosotros somos los consumidores. Y ese mercado, ese estado, expone lo que le interesa, para sacar mayores beneficios, no para beneficiar a los ciudadanos. Sólo se benefician unos pocos…

            Mary Douglas, antropóloga británica (1921-2007), cuenta que una sociedad sana es la que tiene todo tipo de estructuras que se contrarrestan y de instituciones que dan voz y autoridad a los diferentes grupos, de modo que no haya una clase de seres humanos que domine ni un único mapa que te diga cómo están las cosas. Quizás lo que necesitamos no es reproducir el desierto homogéneo del mundo consumista, sino más bien parecernos a un bosque forestal que tiene toda clase nichos ecológicos para las diferentes posibilidades de vida humana.  Y respecto al individualismo, continúa Mary Douglas: “los procesos de individualismo degradan a los fracasados económicamente, y sólo pueden crear abandonados y mendigos. Los miembros de una cultura individualista no son conscientes de su conducta excluyente”. Y el Papa Francisco afirma: “Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia.” (Evangelii gaudium, 54) 

            ¿Quién soy? La respuesta a esta pregunta siempre está abierta, en el vivir vamos descubriendo otras facetas, otros matices, y posibilidades que enriquecen nuestro propio concepto, nuestra conciencia, nuestra manera de estar, de ser, de hacer. “… recibimos la identidad como una gracia si, olvidándonos de nosotros mismos, nos entregamos a una misión. Si perdemos de vista nuestra misión, también perdemos nuestra identidad” (V.E. Frankl). La identidad permite que alguien se reconozca. Tenemos conciencia de la identidad porque tenemos memoria… Sin memoria andamos perdidos. Sin conciencia de quiénes somos, andamos perdidos. Andar perdido es “perder contacto con nosotros mismos y con la totalidad de nuestras posibilidades. Caemos en una manera robotizada de ver, pensar y hacer. Entonces rompemos el contacto con lo que es más profundo en nosotros mismos y que nos ofrece tal vez las mayores oportunidades de ser creativos, aprender y crecer. Si no tenemos cuidado, esos momentos nublados pueden ensancharse y convertirse en la mayor parte de nuestra vida.” (Jon Kabat-Zinn)

 

Número Nº 526 (noviembre-diciembre 2018)

 

IDENTIDAD. “Si perdemos de vista nuestra misión, perdemos nuestra identidad”

 

            La receta para el éxito es “ser uno mismo”, no ser “como todos los demás”. Lo que mejor se vende es la “diferencia” y no la “semejanza”.

            No sé lo que se vende mejor o peor, lo que sí es verdad es la “diferencia”. Tenemos en común nuestra dignidad, esto nos iguala. Pero cada persona es única y   cada una debe escribe su propio guion e ir tomando conciencia de ser, conciencia existencial. Esto es un proceso. “Las fases de la conciencia existencial son las siguientes: primer momento, tomar conciencia de ser; segundo momento, tomar conciencia de la propia contingencia; tercer momento, darse cuenta de que la vida es un don generoso, no merecido; cuarto momento, caer en la cuenta de que sólo somos si otros nos han acogido primero; último momento, tomar conciencia de la libertad, de que la historia individual no está escrita y de que, si está escrita, no conocemos dónde se esconde el libro de la vida. “(F. Torralba.” El sentido de la vida”, 2011)

            Si no nos reconocemos como una individualidad única e irrepetible en la historia no podremos ejercer nuestra libertad. En esta circunstancia, en el momento en que la persona toma conciencia de sí misma, surgen las preguntas: ¿Quién soy? ¿Qué hago yo aquí? ¿Qué tengo yo que ver con todo esto…? Y comienzan los temores, las inseguridades, ¿cómo responder? o ¿dónde está la respuesta…?

            La toma de conciencia nos permite un distanciamiento, capacidad de mirar con perspectiva, contemplar la vida pasada, a los tuyos, a la gente que ha pasado por tu historia hasta ese momento. La toma de conciencia nos hace espectadores de los propios actos, de lo que se ha hecho y de lo que se ha dejado de hacer, de los errores y de los aciertos. 

            ¿Qué vemos…? ¿De qué tomamos conciencia? De nuestra existencia y de nuestro poder de cambio o de seguir como siempre o de volver atrás. Podemos aprender de las propias experiencias, cada uno es su mejor maestro; o podemos dejarlo todo como está y seguir el camino de la mentira. La vida no se para por mucho que nos empeñemos, la no aceptación de esta realidad nos conduce al autoengaño. El miedo se apodera de nosotros y éste es muy traicionero. ¿Qué hacer? “Cada ser humano tiene dos sistemas de fuerza en su interior. Uno de ellos se aferra a la seguridad y a las posiciones defensivas por miedo, y se instala por el retroceso, por la fijación en el pasado, asustado del desarrollo que se aleja de la primitiva comunicación con el útero y el pecho de la madre, asustado de correr riesgos, temeroso de arriesgar lo que ya posee, asustado de la independencia, la libertad y la separación.  El otro sistema de fuerzas le empuja hacia delante, hacia la totalidad y unicidad del Yo, hacia el funcionamiento pleno de todas sus capacidades, hacia la confianza frente al mundo exterior al mismo tiempo que consigue aceptar su Yo inconsciente, real y más profundo. […] En consecuencia, podemos considerar el proceso de desarrollo saludable como una serie ininterrumpida de situaciones de libre elección a las que cada individuo se enfrenta continuamente a lo largo de su vida, en las que debe escoger entre los goces de la seguridad y del desarrollo, de la dependencia, de la regresión y la progresión de la inmadurez y de la madurez. La seguridad comprende tanto ansiedades como goces; el desarrollo comprende tantas ansiedades como goces.” (Abraham Maslow. “El hombre autorrealizado”)

            Somos diferentes, exterior e interiormente. La diferencia es un dato de riqueza, de belleza, y de inquietud también, no podemos controlarlo todo.  La pluralidad nos motiva a pensar individualmente, no podemos ir a remolque, nunca alcanzaríamos una mínima satisfacción si nos conformamos con llevar un plan de vida ideado por otro, hay que tomar decisiones, buscar cada uno su lugar, su función. ¿Cuál es la misión a la que se está llamado?

             Misión, camino de desarrollo, de crecimiento, dónde exteriorizar las potencialidades, dónde experimentar y descubrir los valores y contravalores, la propia realidad y la de los otros. La misión, servicio, aportación, realización, creación, sobre todo cuando se hace desde el olvido de uno, revela la verdad propia y la de los otros, la capacidad de valorar y valorarnos en esa relación y servicio. El amor y el agradecimiento inundan nuestra existencia, forman parte de nuestra identidad.  

            “Si perdemos de vista nuestra misión, perdemos nuestra identidad”. Andaríamos perdidos, sin rumbo… No podemos ser adolescentes siempre. Es una irresponsabilidad desaprovechar las riquezas que se nos dan, las propuestas que se nos ofrecen.

            Silencio, escucha, dirigir la mirada, la atención, hacia Jesús, el Hijo de Dios que nos descubre a Dios y al ser humano…

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