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Revista CR: El cuidado, gesto amoroso con los demás y con uno mismo

1 de julio de 2019

Revista CR: El cuidado, gesto amoroso con los demás y con uno mismo

Para cuidar hay que prepararse porque sólo damos aquello que somos, aquello que tenemos. Necesitamos cuidarnos

“Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a la vuelta” (Lc 10,35b) Esta fue la actuación del samaritano que nos relata el evangelista Lucas. Ese samaritano prototipo de persona rechazada e incómoda que representaba la ilegalidad más que la pureza legal, ésta quedaba en entredicho por su comportamiento. Sin embargo, su actuación supera a la Ley, brota del amor: con compasión, con generosidad, con desinterés y con misericordia.  “Cuida de él...” El otro me importa… y el cuidado no es consejo, ni amenaza, es actitud, presencia ante el otro. Presencia amorosa y, por tanto, cargada de respeto, adornada sólo y exclusivamente de gratuidad. El otro, en sí mismo, es un valor que invita a “dejarlo todo”, invita a olvidarse de uno mismo para que su presencia ocupe el corazón. Todo ser humano que ocupa el corazón de otro ser humano es “lo más” y significa: ¡Es un bien que tu existas! ¡Tú existencia llena la vida!...

El sentirse amado es fuerza de trascendencia, el horizonte no es límite, invita a caminar, a ir más allá, a crecer.  En la obra Los miserables su autor, Víctor Hugo, expresa la siguiente vivencia de un ciego que no se sentía merecedor de ser amado: “Digámoslo de paso: ser ciego y ser amado es, en efecto, en este mundo en que nada hay completo, una de las formas más extrañamente perfectas de la felicidad. Tener continuamente a nuestro lado a una mujer, a una hija, a una hermana, un ser encantador, que está allí, precisamente porque necesitamos de él, y porque no puede pasar sin nosotros, conocer que somos indispensables a aquel ser a quien necesitamos; poder medir incesantemente su afecto, por la cantidad de presencia que nos da, y decir: pues que me consagra todo su tiempo; es que tengo todo su corazón; ver el pensamiento a falta de la fisonomía; comprobar la fidelidad de un ser en el eclipse del mundo, percibir el crujido de un vestido como un ruido de alas; sentir ir y venir, salir, entrar, hablar, cantar; y pensar que uno es el centro de esos pasos, de esa palabra, de ese canto; manifestar a cada instante su propia atracción; conocerse uno tanto más poderoso cuanto es más impotente; y llegar a ser en la obscuridad y por la obscuridad, el astro a cuyo alrededor gravita aquel ángel; pocas felicidades igualan a este”.

Volvemos a la figura del samaritano, que además de lo dicho, precisaba de algo previo: la libertad interior, que no anula la ley, la norma, ni otras amenazas del exterior. “Ser uno mismo”, es lo mejor que podemos ofrecer a los demás y esto requiere cuidado y atención hacia uno mismo, de lo contrario, bajo la imagen y la fantasía del cuidado al otro, se demanda y espera del otro lo que uno mismo no se dispensa. “Vigila tu persona y tu enseñanza y sé constante. Haciéndolo os salvaréis tú y tus oyentes” (1Tm 4,16)   

Número Nº 529 (mayo-junio, 2019)

EL CUIDADO, gesto amoroso con los demás y con uno mismo

“Tu mirada de amor ante todo cuanto te doy”, es el regalo, la expresión más gratuita, que remite a uno mismo y anima, se convierte en un imperativo a dar las gracias por permitir estar a tu lado, por aceptar mi cuidado y mi amor.   

Una vez más se puede y se debe afirmar que la dicha, la felicidad, radica en amar y en ser amado. La respuesta que recibimos del otro ante nuestro cuidado es, consecuentemente y no menor, a la calidad de nuestro cuidado. Está en relación a nuestro amor expresado en ese cuidado. Amor y cuidado gratuito, una pura libertad de ser, de situarse, de sentirse vivo; una expansión del alma no condicionada por la avaricia de la imagen, de lo que se debe o no se debe hacer; una urgencia del don, de la gratuidad.

El colmo de la gratuidad: la oración de un judío que murió en un campo de concentración y que se encontró entre sus pertenencias: “Señor, cuando vengas en tu gloria, no te acuerdes solamente de los hombres de buena voluntad; acuérdate también de los hombres de mala voluntad. Y, en el día del juicio, no te acuerdes solo de las crueldades y la violencia que cometieron: acuérdate también de los frutos que dimos a causa de lo que ellos nos hicieron. Acuérdate de la paciencia, el coraje, la confraternización, la humildad, la grandeza del alma y la fidelidad que nuestros verdugos consiguieron despertar en cada uno de nosotros. Permite entonces, Señor, que esos frutos puedan servir también para salvar a esos hombres”.

El cuidado, no es una cuestión de alcanzar un objetivo, el secreto está en el camino. El viaje es lo importante y en el viaje se puede modificar la manera y la respuesta, su trayectoria, se aprende a cómo cuidar; se descubre cómo la debilidad del otro es nuestra fortaleza y se descubre la propia vulnerabilidad…Puedo cuidar y puedo dejarme cuidar.

Una descripción alegórica sobre el cuidado muy sugerente: Un día, mientras Cuidado atravesaba un río, se detuvo, y después de reflexionar, cogió un poco de lodo y empezó a formar la figura de un ser humano. Mientras meditaba sobre lo que había realizado, llego Júpiter, y enseguida Cuidado le rogó que impartiese un soplo de vida al ser que había formado. Entonces Cuidado manifestó su deseo de poner su propio nombre al ser humano, pero Júpiter insistió en ponerle el suyo. Mientras Cuidado y Júpiter discutían sobre esta cuestión, apareció Tierra y declaró que su nombre era el que debía llevar el ser humano, ya que era ella la que había dado su cuerpo para moldear la figura. 

Después de un tiempo, los tres participantes en la disputa acordaron someterse al juicio de Saturno. Y éste fue el fallo de Saturno: Júpiter, que había insuflado el espíritu o alma al ser humano, recuperaría dicha alma después de la muerte, y eso le bastaría a Júpiter. Puesto que Tierra le había dado su propio cuerpo, a ella le sería devuelto tras la muerte; y de nuevo Saturno manifestó que eso sería suficiente para ella. Finalmente, añadió Saturno que “puesto que Cuidado fue el primero en formar al ser humano, que fuera él quien lo poseyera y soportara durante su vida”. Por último, en cuanto al nombre que había de recibir. Saturno dio esta solución: que se llame “homo” puesto que parece haber sido fabricado del “humus”. (Cf. Reich, W.T. “El arte de cuidar”)

El cuidar parece estar en el mismo origen del ser humano, según el relato es Cuidado quien crea al hombre y le protege. Es propio de la humanidad el hecho de cuidar, forma parte de su constitución y revela la realidad que es el ser humano. En esta línea se podría afirmar que el ser humano, en su acción de cuidar, se humaniza, hace suya su humanidad y se aproxima a su creador; la acción de cuidar le ennoblece y le eleva al rango de quién lo creo… “El ser humano necesita cuidar a otro ser humano para realizar su humanidad, para crecer en el sentido ético del término, pero de la misma forma, necesita del cuidado de otros para alcanzar la plenitud, es decir, para superar las barreras y las dificultades de la vida humana.” (F. Torralba)

Otra dimensión más del cuidado que podría llamarse “cuidado colateral”. “¡Déjate cuidar, por tu necesidad y la de los demás!”. El cuidado hacía quien lo precisa no sólo beneficia al asistido, también hace más fácil el desenvolvimiento de los que le rodean… A veces, nos cuesta aceptar nuestra limitación, todo necesita su tiempo, y, lógicamente, nos cuesta aceptar que precisamos del cuidado del otro.  “Dejándome cuidar, estoy cuidando a los demás”

Para cuidar, hacerlo con cuidado. El “cómo” se hace, es importante. El hecho de ayudar, desde lo más prosaico, que es necesario, hasta los más sublime, requiere del respeto y el amor. Cuidar, acompañar y, sobre todo, hacer que la persona que es cuida descubra que su deficiencia, necesidad, vulnerabilidad, no le hace menor, no oscurece, ni niega, su dignidad. No tienen espacio en el cuidado los paternalismos y proteccionismos, sino que debe ser una acción de responsabilidad, de respuesta a las necesidades del otro. Cuidar, compartir, por tanto, establecer una relación que sea enriquecedora para ambos. El cuidado acompañado, amoroso y compartido, traspasa la piel, llega al corazón y es sanador en todos los campos: material, físico, psicológico, espiritual.

Para cuidar hay que prepararse porque sólo damos aquello que somos, aquello que tenemos. Necesitamos cuidarnos

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