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Carta del Maestro de la Orden para el congreso internacional del laicado dominicano

7 de febrero de 2018

Carta del Maestro de la Orden para el congreso internacional del laicado dominicano

Carta a los laicos de la Orden de Predicadores

Estimadas hermanas y hermanos laicos de la Orden de Predicadores,

  Es en el espíritu de la celebración del Jubileo de la Orden que me dirijo a ustedes que, durante estos próximos meses, prepararán el congreso internacional del laicado dominicano. En todas las regiones, esta asamblea será indudablemente un evento muy importante de celebración de la gracia dada a la Orden de tener hermanas y hermanos laicos como miembros activos de su misión. Según la especificidad de cada región, también será una oportunidad para considerar nuevamente la forma en que la vocación laica es más que nunca esencial para que la Orden integre en la mejor manera posible la proclamación de la buena nueva de la venida del Reino. Para toda la Orden, y de acuerdo con la visión del congreso para la misión de la Orden que marcó la celebración del Jubileo en enero de 2017, expreso el deseo de que esta reunión sea motivo de una exigente llamada a una creatividad apostólica que integre verdaderamente la participación específica de los laicos de la Orden. Es así que esta última podrá servir mejor al mundo y a la Iglesia mediante la predicación. Ochocientos años después de la determinación de Domingo de enviar a sus hermanos a los cuatro rincones del mundo conocido en su tiempo, me parece que este envío necesita hoy una actualización, no solo manteniendo el interés por una dispersión "geográfica", pero también buscando establecer la predicación de la Orden enriqueciéndola con diversidad de culturas y de estados de vida y entendiendo que es a través de la riqueza de esta diversidad que la Orden se encuentra hoy llamada a manifestar su identidad de ser un solo "cuerpo de predicación" enraizado en la comunión en una única llamada a "ser totalmente diputado a la evangelización de la Palabra de Dios».

  Como todos sabemos, la realidad de las Fraternidades Laicas de la Orden es muy diversa según la región; su dinamismo es desigual aquí y allá, y su integración plena en la vida de la Orden varía. También sabemos cómo podemos demorarnos demasiado y gastar demasiada energía para cuestionarnos sobre la "identidad" dominicana de las fraternidades sin que siempre se consigan los frutos de la vida que esperamos. Pero, como muchos de ustedes, estoy convencido de que la vida de los laicos de la Orden no vendrá de una tensión en las formalidades y las estructuras, sino de la audacia de escuchar la llamada hecha a la Orden, porque es la Orden de Predicadores, para servir a la misión de la Iglesia que, como Pueblo de Dios en peregrinación en la historia (Lumen Gentium), se convierte incesantemente en lo que es llamada a ser proclamando la venida del Reino. ¿No es este el camino por el que nos guían tantos dominicos laicos, como Pier Giorgio Frassati o Giorgio La Pira? Según el Concilio Vaticano II, es esencial recordar que los laicos mediante su bautismo son «hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo» y «ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano» (Lumen Gentium 31).

El signo de la fraternidad

  La elección de referirse a los miembros laicos de la Orden no más como "Tercera Orden", sino "Fraternidades Laicas dominicanas" pone de relieve un aspecto central de la proclamación del Reino que, con toda la Orden Uds. están llamados a desarrollar. Para Domingo, quien desde el comienzo de su misión en Languedoc quiso que le llamaran "Hermano Domingo", la fraternidad está estrechamente conectada con la proclamación del Reino. Hermanos y hermanas que no se reúnen después de elegirse entre ellos, sino que se reciben como amigos de Dios, aprendiendo unos de otros cómo convertirse en miembros y actores de una familia de hijos e hijas del mismo padre. Ser un signo de fraternidad en el corazón de la vida secular es ser una señal de que los humanos llevan dentro de sí la capacidad de vivir como hermanos, es decir, establecer entre ellos relaciones que, asumiendo su diversidad, los unen en solidaridad en la misma filiación y el mismo deseo de ser enviados a este mundo como testigos de la Palabra y de la vida de la gracia de Dios.

  Durante mis visitas a la Orden me convenzo cada vez más de que esto es para toda la Orden, en cada rama según su propio modo, una forma de responder al llamado de Pablo VI cuando en Evangelium nuntiandi escribía: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan […] o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio» (EN, 41). Como "predicadores de la gracia", somos llamados a ser estos testigos, "parábolas de la comunión", despertadores en el mundo de todas las capacidades humanas para llegar a ser mutuamente hermanos y hermanas, en el corazón de la historia concreta de la humanidad que, entonces, se transforma. Al escribir esto, también me gustaría ampliar mi objetivo más allá de una sola "rama" de la Orden para enfatizar que, desde esta perspectiva, el propio carisma evangelizador de la Orden no puede definirse por la suma de las diferentes "funciones" de los evangelistas, sino más bien se basa en esta realidad "casi sacramental" de la incesante aparición de la fraternidad humana. También es a menudo la experiencia viviente de la fraternidad que, a su vez, nos lleva a profundizar nuestro deseo de la "proclamación del Reino". Asimismo, desde el punto de vista de este signo de fraternidad podemos, me parece, considerar la diversidad de formas "seculares" de estar vinculados a la Orden: no solo para ser aliados en la realización de una función, un proyecto o una obra, ni para estar ligados solo por la amistad con este o aquel individuo o comunidad, sino para participar en la aventura de una fraternidad que aspira a hablar en el mundo de lo que este mundo es esencialmente capaz. En este sentido, creo que debemos más que nunca considerar juntos las diferentes formas en que los laicos desean estar "vinculados" a la Orden de Domingo, es decir, vivir a la vez la experiencia de la Iglesia que el Espíritu establece como fraternidad e invitar a otros a encontrar su alegría en esta misma experiencia.

  Es dentro de este horizonte que me gustaría destacar algunos de los desafíos que los laicos de la Orden deben ayudar a esta última a acoger e identificar por el bien de la misión de predicación de todos.

Fray Bruno Cadoré, op
Maestro de la Orden de Predicadores

 

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