En las "Confesiones" de San Agustín

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En las "Confesiones" de San Agustín

El mes de Noviembre lo dedica la liturgia, con predilección, a celebrar la santidad de innumerables personas que ya en la tierra dieron gloria a Dios mediante el cultivo de virtudes heroicas. Las dominicas de la Piedad ofrecen una meditación para este mes con textos de San Agustín.


Este mes de Noviembre lo dedica la liturgia, con predilección, a celebrar la santidad de innumerables personas que ya en la tierra dieron gloria a Dios mediante el cultivo de virtudes heroicas. Y, al mismo tiempo, encarece a la comunidad de hermanos en la fe que oren al Señor  en súplica del perdón y por paz eterna para cuantos, aun siendo hijos de Dios y redimidos por Cristo, no brillaron en este mundo terreno por la grandeza de sus virtudes. Dios, Padre misericordioso, conceda a todos vivir eternamente en su amor.

Nosotras, religiosas del monasterio de LA PIEDAD, dominicas de Palencia, hemos creído que una forma adecuada de celebrar la santidad de unos, y de implorar misericordia para todos, sería profundizar en el gran amor que Dios nos tiene a todos, avivar en las conciencias dormidas su vocación a la santidad, y compartir con algún alma grande sus sentimientos de amor y dolor, de arrepentimiento y búsqueda, de ansia de Dios y experiencia de apego a intereses mezquinos.

Bien lo necesitamos, porque hoy, como ayer, el corazón humano anda sobre la tierra tan ocupado en sus afecciones que no sosiega. Unas veces son afecciones que nacen en él y se alimentan de concupiscencias carnales; otras brotan de preocupaciones económicas y familiares; algunas se derivan de apetencias de gloria y ambiciones de poder; y las hay incluso que son llagas proferidas por el desamor, el odio, el terrorismo...

Este mundo, que es muy bello, sangra de dolor porque en él no reina Dios con su mandamiento de amor. ¿Cómo no hemos de pedir al corazón que hable de sus ansias de paz, amor, Dios, en medio de sus desgracias?

Para lograrlo, en nuestra debilidad, hemos elegido tres párrafos de las Confesiones, de san Agustín, como tres momentos de meditación sincera:

Señor, conózcate a ti, y conózcame a mí

“Conózcate a ti, Conocedor mío, conózcate a ti como tú me conoces.

Fuerza de mi alma, entra en ella y ajústala a ti, para que la tengas y poseas sin mancha ni arruga. Esta es mi esperanza, por eso hablo; y en esta esperanza me gozo cuando rectamente me gozo. Las demás cosas de esta vida tanto menos se han de llorar cuanto más se las llora, y tanto más se han de deplorar cuanto menos se las deplora.

He aquí que amaste la verdad, porque el que realiza la verdad se acerca a la luz. Yo quiero obrar según ella, delante de ti por esta mi confesión, y delante de muchos testigos por este mi escrito.

Y ciertamente, Señor, a cuyos ojos está siempre desnu­do el abismo de la conciencia humana, ¿qué podría haber oculto en mí, aunque yo no te lo quisiera confesar? Lo que haría seria esconderte a ti de mí, no a mí de ti. Pero ahora que mi gemido es un testimonio de que tengo desagrado de mí, tú brillas y me llenas de contento, y eres amado y deseado por mí, hasta el punto de llegar a avergonzarme y desecharme a mí mismo y de elegirte sólo a ti, de manera que en adelante no podré ya complacerme si no es en ti, ni podré serte grato si no es por ti".

“Comoquiera, pues, que yo sea, Señor, manifiesto estoy ante ti.

También he dicho ya el fruto que produce en mí esta confesión, porque no la hago con palabras y voces de carne, sino con palabras del alma y clamor de la mente, que son las que tus oídos conocen.

Porque, cuando soy malo, confe­sarte a ti no es otra cosa que tomar disgusto de mí; y, cuan­do soy bueno, confesarte a ti no es otra cosa, que no atri­buirme eso a mí, porque tú, Señor, bendices al justo; pero antes de ello haces justo al impío.

Así, pues, mi confesión en tu presencia, Dios mío, es a la vez callada y clamorosa: callada en cuanto que se hace sin ruido de palabras, pero clamorosa en cuanto al clamor con que clama el afecto.

Tú eres, Señor, el que me juzgas; porque, aunque nin­guno de los hombres conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él, con todo, hay algo en el hombre que ignora aun el mismo espíritu que habita dentro de él; pero tú, Señor, conoces todas sus cosas, porque tú lo has hecho. También yo, aunque en tu presencia me desprecie y me tenga por tierra y ceniza, sé algo de ti que ignoro de mí".

Ciertamente ahora te vemos confusamente en un espejo,

Aún no te veo cara a cara; y así, mientras peregrino fuera de ti, me siento más presente a mí mismo que a ti; y sé que no puedo de ningún modo violar el misterio que te envuelve; en cambio, ignoro a qué tentaciones podré yo resistir y a cuáles no podré, estando solamente mi espe­ranza en que eres fiel y no permitirás que seamos tenta­dos más de lo que podamos soportar, antes con la ten­tación das también el éxito, para que podamos resistir.

Confiese, pues, yo lo que sé de mí; confiese también lo que de mí ignoro; porque lo que sé de mí lo sé porque tú me iluminas, y lo que de mí ignoro no lo sabré hasta tanto que mis tinieblas se conviertan en mediodía ante tu presencia".

Confesiones:

Libro 10, 1, 1-- 2, 2; 5, 7

¡Tarde te amé, Hermosura eterna y nueva!

“Señor, ¿dónde te hallé para conocerte?  

Ciertamente no estabas en mi memoria antes que te conociese.

¿Dónde te hallé, pues, para conocerte, sino en ti mis­mo, lo cual estaba muy por encima de mis fuerzas? Pero esto fue independientemente de todo lugar, pues nos apar­tamos y nos acercamos, y, no obstante, esto se lleva a cabo sin importar el lugar.

Oh Verdad!, tú presides en todas partes a todos los que te consultan y, a un mismo tiempo, respondes a todos los que te interrogan sobre las cosas más diversas.

Tú respondes claramente, pero no todos te escuchan con claridad. Todos te consultan sobre lo que quieren, mas no todos oyen siempre lo que quieren. Óptimo servi­dor tuyo es el que no atiende tanto a oír de ti lo que él quisiera, cuanto a querer aquello que de ti escuchare.

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!

Y tú estabas dentro. de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; bri­llaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser, ya no habrá más dolor ni trabajo para mi, y mi vida será realmente viva, llena toda de ti. Tú, al que llenas de ti, lo elevas, mas, como yo aún no me he llenado de ti, soy todavía para mí mismo una carga. Contienden mis alegrías, dig­nas de ser lloradas, con mis tristezas, dignas de ser aplau­didas,y no sé de qué parte está la victoria.

¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí!

Contienden también mis tristezas malas con mis gozos buenos, y no sé a quién se ha de inclinar el triunfo. ¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! Yo no te oculto mis llagas. Tú eres médico, y yo estoy enfermo; tú eres misericordioso, y yo soy miserable.

¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo un servicio? ¿Quién hay que guste de las molestias y tra­bajos? Tú mandas tolerarlos, no amarlos. Nadie ama lo que tolera, aunque ame el tolerarlo. Porque, aunque goce en tolerarlo, más quisiera, sin embargo, que no hubiese qué tolerar. En las cosas adversas deseo las prósperas, en las cosas prósperas temo las adversas. ¿Qué lugar intermedio hay entre estas cosas, en el que la vida humana no sea una lucha? ¡Ay de las prosperidades del mundo, pues están continuamente amenazadas por el temor de que sobrevenga la adversidad y se esfume la alegría! ¡Ay de las adversidades del mundo, una, dos y tres veces, pues están continuamente aguijoneadas por el deseo de la prosperidad, siendo dura la misma adversidad y ponien­do en peligro la paciencia! ¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo sin interrupción un servicio?

Pero toda mi esperanza estriba sólo en tu muy grande misericordia".

Confesiones:
Libro 10, 26, 37-29, 40

Ansia de Dios en el corazón del hombre

El hombre, criatura de Dios, desea alabarlo

  "Grande eres, Seiior, y muy digno de alabanza; eres grande y poderoso, tu sabiduría no tiene medida.

El hombre, parte de tu creación, desea alabarte, este hombre que arrastra consigo su condición mortal, la convicción de su pecado y la convicción de que tú resistes a los sober­bios.

Este hombre, parte de tu creación, desea alabarte. De ti proviene esta atracción a tu alabanza, porque nos has hecho para ti, y nuestro corazón no halla sosiego hasta que descansa en ti.

     Haz, Señor, que llegue a saber y entender qué es pri­mero, si invocarte o alabarte, qué es antes, conocerte o invocarte. Pero, ¿quién podrá invocarte sin conocerte? Pues el que te desconoce se expone a invocar una cosa por otra. ¿Será más bien que hay que invocarte para conocerte? Pero, ¿cómo van a invocar a aquel en quien no han creído? Y ¿cómo van a creer sin alguien que pro­clame? A Dios alaban quienes lo buscan, y lo buscan estando Dios en ellos.

Alabarán al Señor los que lo buscan.

Porque los que lo buscan lo encuentran y, al encontrarlo, lo alaban. Haz, Señor, que te busque invocándote, y que te invoque cre­yendo en ti, ya que nos has sido predicado. Te invoca, Señor, mi fe, la que tú me has dado, la que tú me has ins­pirado por tu Hijo hecho hombre, por el ministerio de tu predicador.

    Y ¿cómo invocaré a mi Dios, a mi Dios y Señor? Por­que, al invocarlo, lo llamo para que venga a mi. Y ¿a qué lugar de mi persona puede venir mi Dios? ¿A qué parte de mi ser puede venir el Dios que ha hecho el cielo y la tie­rra? ¿Es que hay algo en mi, Señor, Dios mío, capaz de abarcarte? ¿Es que pueden abarcarte el cielo y la tierra que tú hiciste, y en los cuales me hiciste a mí? O ¿por ventura el hecho de que todo lo que existe no existiría sin ti  hace que todo lo que existe pueda abarcarte?

¿Cómo, pues, yo, que efectivamente existo, pido que vengas a mi, si, por el hecho de existir, ya estás en mí? Porque yo no estoy ya en el abismo y, sin embargo, tú estás también allí. Pues, si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. Por tanto, Dios mío, yo no existiría, no existiría en absoluto, si tú no estuvieras en mí. O ¿será más acertado decir que yo no existiría si no estuviera en ti, origen, guía y meta del universo? También esto, Señor, es verdad. ¿A dónde invocarte que vengas, si es­toy en ti? ¿Desde dónde puedes venir a mí? ¿A dónde puedo ir fuera del cielo y de la tierra, para que desde ellos venga a mi el Señor, que ha dicho: No lleno yo el cielo y la tierra?

Señor, embriágame con tu presencia y dame tu victoria.

   ¿Quién me dará que pueda descansar en ti? ¿Quién me dará que vengas a mi corazón y lo embriagues con tu presencia, para que olvide mis males y te abrace a ti, mi único bien? ¿Quién eres tú para mi? Sé condescendiente conmigo, y permite que te hable. ¿Qué soy yo para ti, que me mandas amarte y que, si no lo hago, te enojas conmigo y me amenazas con ingentes infortunios? ¿No es ya suficiente infortunio el hecho de no amarte?

¡Ay de mí! Dime, Señor, Dios mío, por tu misericordia, qué eres tú para mí. Di a mi alma: «Yo soy tu victoria.» Díselo de manera que lo oiga. Mira, Señor: los oídos de mi corazón están ante ti; ábrelos y di a mi alma: «Yo soy tu victoria. » Correré tras estas palabras tuyas y me afe­rraré a ti. No me escondas tu rostro: muera yo, para que no muera, y pueda así contemplarlo".

Confesiones:
Libro 1, 1, 1-2, 2; 5, 5