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“Mirad que estoy haciendo algo nuevo...” (Meditación para el quinto domingo Cuaresma)

5 de abril de 2019

Imagen: C. D. Friedrich, Mujer frente al sol poniente (1818). Essen, Museo Folkwang - No hay unanimidad entre los críticos para nombrar a esta obra. Unos piensan que el sol se está poniendo, y otros que amanece. Lo que empieza y lo que acaba siempre se dan la mano, el final y el principio. La mujer que llevaron a Jesús venía de la noche, la de Jerusalén y la de su propio interior. Y amaneció para ella diferente aquella mañana, lució un sol que nunca más se puso. Siempre hay un sol a nuestro lado que trae una luz mejor, una nueva oportunidad de crecer. En la imagen la luz parece alumbrar exclusivamente el rostro, la vida, el futuro de la protagonista. - En la imagen tenemos una mujer de espaldas. No conocemos su rostro, ni sus rasgos, ni podemos imaginar nada sobre ella. Se nos esconde su intimidad. ¡Es que nunca podremos adueñarnos del misterio del otro! Aquí no cabe el juicio, sólo la esperanza. Somos iluminados en nuestro futuro, en lo que está llegando. Y esa luz que abre a lo nuevo deja atrás la experiencia de oscuridad y sombra. Sólo la luz es posible para quien se pone en camino. Una luz que renueva desde dentro, que eleva y dignifica. Una luz que no encendemos nosotros, sino que se nos da gratuitamente, generosamente. - El cuadro nos presenta el final del camino. Ahora, o se vuelve hacia atrás o se explora una nueva ruta. No es una vía sin salida, sino más bien lo contrario. Desde esa luz que nos devuelve la dignidad, los sueños, la esencia, estamos llamados a dar un paso, a caminar diferente. Desandar el camino ya realizado, incluso, puede convertirse en un itinerario distinto. Siempre debemos preguntarnos por el pequeño paso que tenemos que dar ahora… - La mujer es el centro de la pintura. Hay un escenario pensado para ella. Para realzarla y dignificarla, para engrandecerla en su misterio e intimidad. La realidad no la esconde ni la abruma, más bien la hace plena. El sol, que supera las montañas que parecieran encerrarla y limitar sus pasos. La quietud, que no es solo del paisaje, sino que sale de dentro de la protagonista e invita a entrar en ella. Las rocas, que no cierran sino que apoyan y hacen fuerte a la mujer. Los cultivos (extraños en un pintor de naturaleza salvaje) que apuntan a lo que nace, al futuro que rodea y llama a la protagonista. - Las manos de la protagonista se adueñan de la escena. No son solo reflejo de su hacer, más o menos acertado. En el cuadro se convierten en alabanza y equilibrio, en comunión con el Misterio que lo llena todo. Son ofrecimiento y quietud, expresión de bendición, generosidad con la que seguir embelleciendo lo creado. Se convierten en lenguaje y expresión de lo que en su interior se está gestando, en su sentimiento más auténtico. Como si la oración sólo pudiese ser expresada con las manos y la acción. - Detrás de la escena, como imponiéndose suavemente, el protagonista: el silencio sereno que se convierte en voz que habla desde dentro hacia afuera, la experiencia de la trascendencia que no se concreta, pero que lo envuelve todo. Que lo hace nuevo todo, que empuja a estrenar caminos, que llama a la comunión serena, a la misericordia y la paz que hacen digno al ser humano. - La imagen nos invita a recordar las palabras de Francisco: “El camino hacia la Pascua nos llama precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para vivir toda la gracia del misterio pascual […] Toda la creación está llamada a salir, junto con nosotros, de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios (Rom 8, 21)”. (Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de 2019). https://www.dominicos.org/espiritualidad/meditacion/meditacion-quinto-domingo-cuaresma-2019/