La contemplación adquirida

             En febrero de 1923 se celebró en Madrid un Congreso Teresiano con motivo del tercer centenario de la canonización de santa Teresa de Jesús. El Provincial de los PP. Carmelitas invitó personalmente al P. Arintero a participar en él.

            El P. Arintero consideraba el Congreso como una oportunidad para clarificar una cuestión muy importante para él: el concepto de contemplación adquirida, y, al mismo tiempo, para intentar conciliar con los carmelitas sus posiciones al respecto.

            El P. Arintero había impugnado a ciertos escritores carmelitas por defender unas doctrinas que él consideraba equivocadas y que, en su opinión, no correspondían a las enseñanzas de los grandes místicos carmelitas: santa Teresa y san Juan de la Cruz. El tema en el que convergían esas diferencias era, precisamente, el de la contemplación adquirida.

            Para Arintero -como hemos visto-, la contemplación propiamente dicha no es la adquirida por el esfuerzo humano, sino la infusa, la que el Espíritu Santo infunde mediante la acción de sus dones. Para esta contemplación la persona puede prepararse y debe disponerse, pero no puede ejercitarla por propia iniciativa, porque la iniciativa le corresponde siempre al Espíritu Santo. En cambio, la contemplación adquirida pone de relieve sobre todo la actividad y el esfuerzo del orante, dando siempre por supuesto que se trata de una actividad informada por la gracia.

            Sus grandes opositores fueron el P. Evaristo de la Virgen del Carmen, el P. Conrado de San José y el P. Juan Vicente.

            Esta polémica fue para el P. Arintero un motivo de graves disgustos, no sólo por las acusaciones que recibió, sino porque él mismo tuvo conciencia de haberse excedido en la manera de defender sus propios puntos de vista. A pesar de todo, dicha polémica contribuyó mucho a desarrollar el interés y el gusto por la lectura directa de santa Teresa y san Juan de la Cruz.