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Lo que pide hoy la predicación de la palabra

1 de mayo de 2017
Lo que pide hoy la predicación de la palabra

Carta del Maestro de la Orden Vicente de Couesnongle con varias intuiciones sobre la predicación, publicada el 20 de septiembre de 1982

El Capítulo general de Walberberg habla de "nuevos lugares de predicación” (cf. Actas, p. 19 final y p. 23 nota). Se trata de encontrar a los hombres, a las mujeres, a los jóvenes allá donde ellos viven y se reúnen espontáneamente: centros de salud, balnearios, grupos de yoga, aeropuertos, plazas públicas... se trata de encantarlos, tomar parte en sus conversaciones, dar conferencias a menudo muy alejadas de los problemas religiosos, pero que pueden dar a esas personas que escuchan la ocasión de encontrarse con un religioso o una religiosa y hablar de cuestiones más profundas que llevan dentro.

Así es como cada verano, junto con unos treinta jóvenes dominicos de Europa, he hecho una experiencia de este tipo. Se trataba de una antigua abadía benedictina abandonada desde hacía mucho tiempo. Un fraile de la Orden, que es gran músico y compositor de música religiosa, organizó allí durante años un centro de cultura musical. En medio de muchos y variadas actividades, llevaba profesores afamados de música clásica y moderna. Frecuentemente los estudiantes que los escuchaban y se apuntaban a sus clases no tenían apenas relación con la fe y la Iglesia. Pero iban siendo captados poco a poco por el ambiente, y después de varios días comenzaban a participar en ciertos oficios. No era raro que surgieran luego cuestiones  decisivas.

Pienso que no pocos hermanos y hermanas han sido sensibles a la insistencia de Walberberg acerca de los nuevos lugares de predicación. Sería muy interesante, necesario incluso, que la Orden y la Familia dominicana conocieran las experiencias que han tenido lugar después. Eso proporcionaría ideas y provocaría nuevas experiencias. Si se les dedicara un número completo de IDI tendría una gran influencia en nosotros. Ahí tenemos un medio privilegiado para conectar con miles de personas que no tienen la menor idea de la fe. Si queremos ser "misioneros" hoy, es decir abordar a los no creyentes y a los malos creyentes, tenemos que emprender estos caminos u otros semejantes. La Orden ha señalado de este modo un campo misionero de primera importancia, enormemente actual y urgente. Es preciso apoyar y sistematizar esas experiencias, multiplicarlas. El Tercer Mundo se encuentra abierto igualmente a ello.

La palabra es universal como la humanidad. No debiera haber ámbitos prohibidos a ella, en los cuales no pueda hacerse oír. Lo que interesa, pues, es nuestra capacidad para descubrir esos nuevos lugares, allí donde se encuentren los jóvenes, donde se preparan y se forjan las mentalidades, los modos de pensar y de vivir mañana. Dado que en su tiempo la predicación estaba totalmente decaída, Santo Domingo fue un innovador, un creador que alargó de manera excepcional el poder de conversión de la Palabra de Dios. Los tiempos han cambiado, por supuesto, pero nosotros debemos, como Santo Domingo, ser inventores y creadores de tipos de palabras para nuestro tiempo. Repetir siempre la misma cosa, en los mismos términos, cono los mismos esquemas, no puede satisfacer, especialmente hoy, a los dominicos y dominicas:

¡Continuar no es suficiente!

Continuar, para Santo Domingo, era, en Tolosa, ir a dormir, y no pasar la noche discutiendo con el albigense, que fue lo que hizo.

Continuar, para Las Casas, era ser un predicador como los demás, y no remover cielo y tierra, hasta en España, para que se hiciese justicia, que fue lo que hizo.

Continuar, para Locardaire, era pronunciar hermosas frases de oratoria, y no hacerse cada vez más sensible al mundo nuevo para decirle lo que Dios esperaba de él, que fue lo que hizo.

Desde aquí felicito a todos aquellos de ustedes, hermanos y hermanas, que trabajan en el Tercer Mundo. ¡Cuántas veces, en efecto, he constatado in situ que ustedes están, sin duda alguna, entre los más creativos de la Orden!

Sin embargo en ocasiones me pregunto si, después de haber sido magníficos pioneros en tal o cual región para implantar en ellas la Iglesia, no tenemos cierta tendencia a dejarnos ‘aprisionar' casi totalmente por esos nuevos cristianos. Y así no continuamos suficientemente el trabajo de avanzada ante las gentes, muy numerosas todavía, que desconocen el nombre de Jesucristo. Decir esto es plantear un problema difícil y delicado, aunque no sea más que debido a nuestro pequeño número. Sin embargo, para nosotros como dominicos, ¿dónde está la prioridad? Pensemos en Santo Domingo, que halaba de los cumanos mientras la Orden apenas comenzaba a organizarse y los jóvenes predicadores tenían gran necesidad de su presencia...

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