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La predicación itinerante

30 de marzo de 2017
La predicación itinerante

Carta dirigida a la Orden, el 25 de septiembre de 1978, en vísperas de la Beatificación del P. Coll, O.P., fundador de la Congregación de Dominicas de la Anunciata.

Que la beatificación de Francisco Coll sea una lección y una fuente de renovación para la Congregación por él fundada, es algo evidente. ¿Se puede decir lo mismo respecto a sus hermanos? En medio de la tormenta que se abatió entonces sobre su país, ¿cómo ha vivido nuestra vocación? Oficio coral, vida común, observancia regular, obediencia y pobreza religiosas ¿han sido vividos por él, al menos en su corazón? ¿Basta esto para verlo como un modelo digno de imitación? En vísperas de su beatificación por el Papa Juan Pablo 1, creo que Francisco Coll nos propone los mensajes de suma actualidad.

1. Una defensa de la predicación itinerante

En tiempos del P. Coll la mayor parte de los religiosos, condenados a vivir fuera de su convento, se ponen al servicio de los obispos y aceptan una parroquia, esperando, dentro del corazón de muchos de ellos, ser incardinados a la diócesis. Francisco fue vicario de dos parroquias durante unos doce años, aunque sin dejar de ser dominico.

En esta situación, orgulloso de su título de «fraile predicador», se dedica con todas sus fuerzas a la predicación. Pero esto no llega a satisfacerle. Apenas encuentra un sustituto, deja la parroquia, se libera de todo cargo pastoral y consagra sus restantes 25 años a la «predicación itinerante». Entonces reconoce en la vida que lleva, pobre según el Evangelio y predicando de pueblo en pueblo, el mismo estilo de vida de santo Domingo Y se siente muy feliz. Tal es el «fraile predicador» que el Santo Padre elevará a los altares.

Lejos de mí - y del P. Coll... ! - la idea de criticar la existencia de parroquias dominicanas o de otros ministerios estables, como las actividades y obras - tan numerosas hoy en día- que requieren la presencia continua de frailes en el mismo lugar. De país a país, las situaciones y necesidades de la Iglesia son, por lo demás, diferentes. Sin embargo, la cuestión que me plantea el nuevo Beato es la siguiente: ¿cuál es, actualmente, la importancia de la predicación itinerante en la Orden?

Nadie trata de poner en duda el papel que ella ha jugado en nuestra historia. Nuestros mayores predicadores -San Vicente Ferrer, entre otros- se han hecho así famosos. Pablo VI, hace tres años (3-XII-1975), decía, durante una audiencia general, a los aspirantes y novicios dominicos: «Se dice que los dominicos son predicadores, pero resulta difícil entender la predicación de un dominico». ¿Es cierto?

Se suele decir que los párrocos no nos llaman más. En mi visita a las Provincias he tenido ocasión de hablar con algunos religiosos dedicados totalmente a la predicación. Y me ha llamado la atención que, durante la mayor parte del tiempo, no se bastan para responder a todas las demandas. Prueba de que la predicación itinerante es más viva de lo que, a veces, se piensa. Prueba también de que si se sabe proponer una palabra que llegue a los hombres y mujeres de hoy en sus cuestiones, situaciones sociales, problemas de sus respectivas profesiones..., será escuchada y apreciada. ¿Nuestra sensibilidad al mundo moderno y a los diferentes ambientes, es suficiente? ¿Trabajamos bastante para que nuestra palabra resulte actual y viva? Me ha impresionado igualmente que, entre los menos jóvenes llamados para este apostolado, existe un deseo de formación ('reciclaje') regular.

«No se pide ya nuestra predicación...». Mas los verdaderos apóstoles, ¿esperan que se los solicite? Ellos mismos escuchan los gritos que otros no oyen y saben emprender nuevos caminos. para llegar al corazón de los hombres. Ante nuestro mundo técnico-científico son cada vez más numerosos en la Orden los especialistas de este o de aquel apostolado. Y es algo muy hermoso. Sin embargo, ¿cuántos son los «especialistas de la predicación»? Habría que hacer una encuesta y dar algunas estadísticas a este respecto.

El Capítulo General de Quezon City habla de «nuevos lugares de predicación» (Act., cap. II, n. 3). Ciertamente no se predica sólo desde lo alto de una cátedra, dentro de una iglesia. Los «nuevos lugares» pueden ser muy distintos: por ejemplo, una sala donde se reúnen personas que no suelen verse en otro lugar, así como los sitios donde los hombres y mujeres se encuentran espontáneamente - y donde es posible intervenir: cine o teleclub, salas de recreación, de grupos informales, etc... - Sería interesante, y muy beneficioso, escuchar a aquellos hermanos que tienen experiencia en este campo. Ellos pudieran decirnos, en particular, cómo su predicación tiene en cuenta actualmente los puntos señalados en el mismo capítulo de las «Actas de Quezon City»: el fenómeno de descristianización, las fuerzas socio-culturales, los pueblos jóvenes y los países nuevos (Id., n. 4). Sin duda, también las situaciones son muy diversas según cada país. Pero la Orden, ¿no debe hacer nada por renovar la predicación?

Nuestro mundo, en continuo desarrollo, deja al descubierto algunos espacios donde Dios parece que está ausente. Así, pues, la Iglesia tiene necesidad de sacerdotes bastante libres, que no se sientan bastante atados por cualquier clase de lazos, para responder a estas llamadas en el mismo momento de ser escuchadas. Cuando San Pablo decía que la «Palabra de Dios no puede estar encadenada» (2 Tim. 2, 9), ¿no quiere afirmar precisamente esto?

Dicha libertad es también un aspecto querido y vívido por santo Domingo

Evidentemente, todo esto lleva consigo dificultades y problemas, bajo el punto de vista económico en particular, que no son conocidos habitualmente en otros ministerios más estables: una parroquia, una capellanía, la enseñanza de la religión en las escuelas, etc. Pero el P. Coll ha experimentado y amado estas dificultades y estos riesgos. Con plena conciencia y en nombre de su profesión dominicana, ha decidido consagrarse totalmente a la predicación itinerante, siguiendo el estilo de pobreza evangélica que fue propio de Santo Domingo y de sus compañeros. Después de dos mil años, pobreza y predicación van a menudo de la mano. Aceptar ciertos riesgos en este orden de cosas, ¿no es un aspecto de la pobreza evangélica y dominicana, hoy en día?

Y hay algo apasionante en este ministerio de la Palabra: auditorios numerosos y diversos, situaciones nuevas, necesidad de inventiva, alegría de proponer el mensaje de una gracia nueva. Además una predicación, «puesta al día» y «según el estilo dominicano», ¿no llegaría a suscitar vocaciones entre los jóvenes, dándoles a conocer mejor uno de los aspectos más característicos de la Orden?

Al final de esta defensa, he aquí algunas cuestiones que pueden favorecer la reflexión:

1) En nuestros conventos y Provincias ¿cuántos son los predicadores itinerantes con dedicación plena, en comparación a los otros ministerios?

2) ¿Qué lugar ocupa la predicación en la planificación pedida por LCO, nn. 106-107?

3) ¿Qué valor se da prácticamente a los religiosos que se especializan en la predicación, por relación a los otros especialistas?

2. La tenacidad de una vocación dominicana

El P. Coll ha vivido su vocación con tenacidad. Este es el segundo mensaje, a mi parecer, que dirige a sus hermanos de hoy.

Que él haya llamado a la puerta del convento de Gerona, después de haber sufrido un primer rechazo en Vich, no es lo más destacado en su vida. Lo más importante son los años que han venido a continuación. Hay que conocer el ambiente anticlerical que reinaba entonces en España, para apreciar la fuerza de convicción del P. Coll. Él vivió en esta situación como un extranjero. Una vez comprometido en un ministerio itinerante que llena sus aspiraciones, no se interroga más sobre el modo de vida que debe hacer propio: ¿volver a entrar en una diócesis? ¿Abandonar el país? ¿Partir hacia misiones? Fiel al ideal, sigue adelante. En la medida de lo posible, cumple las exigencias de su profesión religiosa, viviendo plenamente, ante todo, lo que constituye la razón de ser más profunda: la predicación itinerante del pobre según el Evangelio.

Aquí el P. Coll debe provocar nuestra reflexión.

Él ha vivido en un «mundo difícil». El nuestro es bien distinto del suyo, pero no es menos duro. Y, sin ser pesimista o profeta, puede pensarse que ser fiel a su vida dominicana, como a toda vida religiosa, será más difícil aún en los años siguientes. Le basta estar atento a lo que supone todo cambio de cultura y de civilización.

Una de las mayores dificultades de nuestra vida ¿no será, quizás, este exceso de facilidades materiales que nos rodean: confort, comodidades de todo tipo, coche, lugares de descanso y de distracciones, etc.? Si somos capaces de utilizarlas siempre para servir mejor a la Palabra de Dios, no habrá más que dar gloria al Señor. ¿Pero es así o somos frecuentemente esclavos de tales medios?

Esta dificultad resulta mayor porque, so pena de ser infieles a nuestra vocación de predicadores de la fe, no tenemos el derecho de cerrar nuestros ojos a la realidad. Un biólogo que prepara nuevas vacunas puede ser afectado por la enfermedad que quiere curar. Y lo mismo nos puede suceder a nosotros. Entonces el mayor mal reside en nuestra falta de convicciones y de vitalidad religiosa ya que, en virtud de la profesión y gracia de estado, debiéramos ser capaces de afrontar estas dificultades sin correr el riesgo de destruirnos.

3. Fuertes convicciones

-¿Cuáles son nuestras convicciones? ¿Tenemos esta firmeza, esta perseverancia, esta tenacidad, sin las cuales nuestra vida dominicana no puede más que seguir a remolque, dejándonos insatisfechos?

El mundo que cambia nos interroga sobre nuestro modo de ser dominicos. Sin caer en una política del avestruz, nos debemos preguntar si ciertas cuestiones, que nos planteamos gratuitamente, no nos afectan en mayor grado que aquellas otras que nos ayudan a realizar, ante todo, nuestra identidad dominicana. Los verdaderos esposos no se preguntan durante mucho tiempo, y de una forma casi enfermiza, sobre la «identidad» de su amor. Ellos lo viven. Así debe ser para nosotros.

-Todo esto plantea otra cuestión. ¿Estamos bastante convencidos -yo diría, bastante preocupados- del apostolado que hacemos? Me gusta hablar aquí de la «esperanza apostólica» de una Provincia, de un convento, de un religioso, queriendo designar ese interés y entusiasmo que, con el sentimiento de hacer «algo» por el Reino de Dios, deben animarnos.

Y nuestros compromisos personales deben situarse dentro de la planificación de la Provincia. Se habla cada vez más de planificación, lo cual es estupendo. Pero debo confesar que los que más hablan no están siempre preparados a aceptar los sacrificios que toda planificación supone: no se quiere cambiar de convento, dejar un trabajo al que está aficionado, no se aceptan cargos de responsabilidad... ¿Cómo hablar de planificación si se trata de planificar para los otros... y no para sí mismo? ¿Dónde está la obediencia religiosa, precisamente en un punto que toca el corazón de nuestra vida apostólica?

-Excepto al principio de su vida religiosa, el P. Coll no ha vivido en un convento. Con su ejemplo nos invita a ser más conscientes de las ventajas y de la gracia que nos son ofrecidas. Dentro de nuestros conventos y casas, en efecto, cuántos «exclaustrados vivientes» hay, es decir, religiosos que aquí encuentran comida y alojamiento, pero que no participan, o muy poco, en la vida de comunidad. Y aunque su caso sea bien diferente, pienso también en esos hermanos que viven habitualmente fuera de su convento. ¿Hasta qué punto se trata de una verdadera necesidad apostólica?

Después de más de un siglo, nuestras Constituciones han cambiado. Todos hemos aceptado las nuevas Constituciones que, nacidas del Concilio, son conformes a sus directrices. La cuestión que me viene a la mente es: ¿nos hemos hecho cargo de sus exigencias y de su nuevo espíritu?

Hay estructuras nuevas que nos parecen aún extrañas: «Colloquia» y capítulos regulares renovados, formación permanente (LCO, nn. 84 y ss. sobre la «promoción de los estudios»), «ratio studiorum» particular, etc. Las determinaciones concernientes al silencio, penitencia y otros puntos de nuestra vida regular están confiados en adelante a los Capítulos provinciales y conventuales. ¿En qué han quedado, en realidad? Otros puntos también importantes, como la oración mental, se han dejado a la responsabilidad de cada uno. No sin razón el último Capítulo general ha insistido en este particular. Me pregunto igualmente si la evolución en materia de apostolado no ha desarrollado la «vida privada», que tantos males ha ocasionado en el pasado. Me limito a evocar estos puntos que, así mismo, nos traen a la memoria otros.

La elección de los formadores es capital: Padres maestros y religiosos que los ayudan, formando un equipo de formación o algo parecido. Una Provincia debe estar dispuesta a hacer todos los sacrificios que se requieren a este propósito. La elección del convento y de la casa de formación no es menos importante.

Por otra parte, es siempre preferible retrasar la entrada al noviciado si hay dudas sobre la madurez de los candidatos. De lo contrario, los frailes, en mayor o menor número, abandonarán la Orden durante sus primeros años de formación. Lo cual no es bueno para nadie, porque el nivel de fervor del noviciado o del estudiantado podrán sufrir las consecuencias.

En fin, hay que crear convicciones. Existen motivaciones profundas y personales que cabe suscitar e insertar cada vez más en lo íntimo del ser. Esta inserción no puede crecer más que gracias al desarrollo de toda la personalidad en su encuentro vivo con Dios, luz y fuerza de toda vida.
Predicación itinerante y tenacidad en la vida dominicana: tales son los dos mensajes que nos dirige el P. Coll en la jornada de su beatificación. Mensajes actuales, porque recogen las dos cuestiones que nos interrogan en este momento con agudeza: Nuestra identidad dominicana y nuestra tarea apostólica.

Que, por su intercesión, el Beato Francisco Coll nos ayude a entender las palabras vivas que él nos dirige, inscribiéndolas en nuestra vida.

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