Austeridad, pobreza, humildad, dependencia

 Fr. Cándido Aniz Iriarte O.P.

3.1. Austeridad dominicana

Este rasgo alude a una actitud general no relajada en personas y comunidades, con reflejo material en edificios y otros bienes. La austeridad general es como el primer nivel de una vida en espíritu mendicante, pobre. Fija o exige un mínimo indispensable para poder hablar de seguimiento de Cristo en la vida de los frailes predicadores. Quien no aprecie la austeridad como un valor climático indispensable para poder cultivar otros, mal puede ser dominico.

De acuerdo con esa idea, la Regla de San Agustín, que solía aprenderse de memoria en el noviciado dominicano, enseña que no debe tener acceso a la profesión de Fraile Predicador quien pretenda mantener en el convento una vida regalada. Quien se consideraba rico en bienes materiales o culturales, en prestigio o dignidad social, ha de moderarse y controlar su autoestima y no ‘vanagloriarse’ de lo que dejó; y quien se veía pobre no se engañará con el señuelo de satisfacer en el convento una autoestima soñada con ‘vanaglorias’.

Austeridad es moderación.

En la filosofía de la vida dominicana, tomista, ningún exceso es bueno, salvo en Amor-Caridad. Por eso sus moralistas repiten con frecuencia, tanto a reformadores como a relajados esta experiencia: cuando se quiebra el nivel saludable de austeridad de vida, sea rebajando o aflojando la tensión en las costumbres de moderado bienestar, o sea elevando los rigores ascéticos a niveles que deterioran a la persona y convivencia, la calidad de la comunidad dominicana queda desvirtuada. El santo, ¡bendito sea!, que viva en extremos heroicos, pero que no exija heroísmos; y el mediocre, ¡y nunca falta!, que salga de su mezquindad y aspire a una vida más digna.

¿Cuál sería el ideal? Ser santos prudentes.

3.2. Pobreza dominicana

Este rasgo, cultivable en clima de austeridad, tiene varios matices y grados:

1) el primer grado equivale a moderación general en personas, comunidades y edificios, y comienza por el cumplimiento del voto que prescribe no tener peculio propio y entregar en la caja común todo lo honestamente alcanzado o recibido;

2) el segundo grado se alcanza viviendo con alegre conformidad las jornadas o tiempos de carestía, sintiendo el hambre por falta de trabajo o de limosnas;

3) el tercer grado supone cierta elevación habitual de espíritu y cultivo gradual del desposeimiento virtuoso de todo afán de posesión o comodidad, tratando de que ningún apego a intereses materiales enfríe la relación con Dios y con la salvación de los hombres;

4) el cuarto y último se alcanza en el amor y gozo de ser pobre, es decir, en el vaciamiento de todo apetecer, ambición, angustia del hoy o del mañana. Felicidad de vivir en Dios y de sustentarse de pura caridad o limosna. Es obvio que quien llega al cuarto grado irradia, casi insensiblemente, gratuidad, amor, solicitud por los demás. Todo en él es pobreza-signo para los ojos.

Todos y cada uno de esos grados se pueden ver reflejados en la vida heroica de Santo Domingo Predicador mendicante, con una particularidad: él, con respecto a los demás, no imponía su rigor de desapego total; simplemente lo sugería, proponía, animaba a cultivarlo y se entristecía ante la falta en algunos frailes de magnanimidad en su entrega personal confiando en Dios. El ‘amor a la pobreza’ en santo Domingo era proverbial. Estaba al nivel del amor a la ‘señora pobreza’ en san Francisco de Asís. Los documentos lo acreditan. Y precisamente por esa grandeza de santo Domingo pobre, admirable pero no imitable, desde el inicio de la Orden la ‘pobreza dominicana mendicante’ sufrió muchas matizaciones.

Para captar la hondura del amor a la pobreza en Domingo, y lo que eso supuso en su vida, hay que escarbar hasta descubrir en su alma una huella muy profunda: la que se produjo y grabó en un encuentro pentecostal del obispo Don Diego de Acebes y de él mismo, con los Obispos, Legados pontificios y Abades, en Montpellier, en el verano de 1206. En aquel lugar y fecha, cuando los Legados, Obispos y Abades mostraron su decepción misionera y reconocieron su fracaso en la evangelización y lucha contra los cátaros y valdenses, hubieron de escuchar la voz del Espíritu que hablaba y llamaba a conversión por boca de Don Diego de Acebes:

Me parece imposible [¡Venerables hermanos!] que se pueda hacer volver a esos hombres a la fe sólo con palabras, cuando ellos se apoyan en el ejemplo. Fijaos en los herejes; bajo apariencia de verdad y engañando con ejemplos de mesura y austeridad, inducen a la gente sencilla a seguir sus caminos. Por lo cual, si vosotros dais un ejemplo contrario [de riqueza y poder], edificaréis poco, destruiréis mucho, y no os creerán en modo alguno… [Entonces] los reunidos le preguntaron: ‘¿Qué nos aconsejas, pues, buen Padre?’ Y él les respondió: ‘Haced lo que me veáis hacer’. En seguida, posesionándose de él el Espíritu del Señor, llamó a los suyos y los envió a Osma, con las caballerías, equipajes y séquito, reteniendo consigo a pocos clérigos’ (Jordán, n 20).

Los abades misioneros escucharon este consejo, y animados por el ejemplo, decidieron también ellos intentar algo similar, enviando cada uno a sus casas lo que habían traído consigo, y quedándose únicamente con los libros necesarios para la recitación de las horas canónicas, el estudio y las controversias […]. Y comenzaron a predicar la fe caminando a pie, sin dinero, en pobreza voluntaria’ (Jordán, n. 22).

En esa huella comenzó a fraguarse la futura Orden de Predicadores mendicantes.

3.3. Humildad dominicana.

Este término alude a una actitud virtuosa y a una calidad humana de sencillez de vida y convivencia que viene a ser también piedra angular de todo el edificio de la ‘mendicidad’. Sin humildad y sencillez no se sobrelleva religiosamente la pobreza de mendicidad, viajando, por ejemplo, de Roma a París o Bolonia a pie y pidiendo como limosna el pan al mediodía y refugio en la noche. Esto, a lo más, se sufre o soporta, si no hay humildad.

En la persona de santo Domingo la actitud-virtud de humildad-sencillez es una joya de precio incalculable que está en boca de todos los testigos. Domingo es un pobre entre los pobres por su humildad. ¡Actitud admirable, pero escasamente imitable al nivel de Domingo! Por eso, en la historia de la Orden no es tan seguro que la humildad-sencillez haya sido rasgo dominante de la mayoría de los frailes, como correspondería al título de ‘mendicantes’. Hay florecillas admirables de sencillez y humildad, desde Juan Macías o Martín de Porres a Enrique Susón. Pero el refranero no suele llamar humildes a los frailes dominicos.

Quizás la expresión más frecuente de la humildad en la mentalidad dominicana sea ésta, sumamente valiosa y clásica: ‘la humildad es la verdad’, entendiendo que la verdad del hombre es saber y reconocer vitalmente que ‘no es por sí mismo sino por Otro’, dando así cauce a una ‘humildad de dependencia’ entre nosotros y ante Dios. Hagamos de ello una pequeña glosa.

3.4. Espiritualidad dominicana de dependencia-mendicidad

La espiritualidad de humilde dependencia se basa en el reconocimiento de una realidad antropológica, social y religiosa innegable, y puede extenderse, como signo de pobreza, hasta el extremo de ‘mendigar’ a otro el pan de cada día. En efecto, la escala o grados en la dependencia es muy alargada. Comienza en el reconocimiento de que no somos autocreadores sino criaturas de Dios, pues venimos de Él y volveremos a Él; continúa en la conciencia y experiencia de que no somos autosuficientes sino necesitados de la familia en que nacemos, de la Sociedad en que nos formamos y vivimos, de la empresa en que trabajamos, o del subsidio que recibimos por jubilados o inválidos. Y al final, puede aparecer un grado de humildad-dependencia que es la voluntaria profesión de un género de vida, servicio y trabajo, en que, careciendo de ellas o renunciando a posesiones y otros bienes materiales como base de subsistencia, se mendiga de puerta en puerta o de boca en boca y se recibe ‘como limosna’ el pan de cada día.

Tal es la pobreza y dependencia que se profesa, por amor de Dios y en servicio a las almas, en las ‘Ordenes Mendicantes’, incluida la Orden de Predicadores.

Pero aun esto se apostilla con una prudente cautela moral: no malogremos el espíritu de mendicidad haciendo del ‘mendicante’ un esclavo de señores donantes ni tampoco asegurando con las dádivas nuestra comodidad y vida regalada. El dominico, al emitir sus votos se compromete a vivir en tensión siempre, es decir, a estar libremente disponible para el servicio de misión y para gastar su vida en favor de los demás.