Unión en el amor

Fr. Manuel Santos Sánchez O.P.

Los cristianos, y por tanto los religiosos, somos esas personas que nos hemos encontrado con Jesús. Después de enseñarnos dónde vive y cómo vive, se ha atrevido a invitarnos: “Ven y sígueme” (Mt 19,21). Nosotros, seducidos por él, le hemos respondido afirmativamente: “Te seguiré donde quiera que vayas” (Lc 9,57).

La primitiva Iglesia entendió muy bien el proyecto de unión amorosa que Jesús quería para sus seguidores. Los Hechos de los Apóstoles nos relatan tres sumarios de la vida en común vivida por los primeros cristianos: “Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían las posesiones y las haciendas y lo distribuían entre todos según la necesidad de cada uno. Acudían cada día, constantes y unánimes, al templo, partían el pan en las casas y compartían el alimento con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y ganándose el favor de todo el pueblo” (Hch 2,44-47; 4,32-35; 5,12-16).

A continuación, por razón de espacio, voy a recordar una sola frase de San Pablo, insistiéndonos en cuál debe ser nuestra actitud de comunión ante “el otro” (2) . Sabiendo que estas palabras van dirigidas a todo cristiano, haré una aplicación para nuestra vida religiosa.

* “Así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros” (Rm 12,5; 1 Cor 12).

Cuando San Pablo quiere explicar la relación, la unión que debe haber entre los cristianos, recurre a la unión profunda que hay entre los distintos miembros de un cuerpo. En esta misma línea dice: “A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad” (1 Cor 12,6). No para el servicio propio y exclusivo de cada uno.

a. Aplicación a la vida fraterna comunitaria

Ente los religiosos, entre los dominicos, en nuestro lenguaje y en nuestra vida nunca debemos contraponer el “nosotros” y el “vosotros”, el “ellos”, el “yo” y el “tú”, ajeno al “un solo cuerpo en Cristo”. San Pablo nos explica lo de la pluralidad y la unidad: “El cuerpo no es un único miembro, sino muchos… si todo el cuerpo fuera ojos, ¿dónde estaría el oído?, ¿dónde estaría el olfato?... Ciertamente los miembros son muchos, pero uno sólo es el cuerpo. Y no puede el ojo decir a la mano: no tengo necesidad de ti; o la cabeza a los pies: no necesito de vosotros” (1 Cor 12,21). Parafraseando a San Pablo: Un grupo de dominicos no puede decir a otro grupo: “es que ‘nosotros’ no tenemos necesidad de ‘vosotros’ y no somos del mismo cuerpo” (3).

Ante la siempre vanidosa tentación de sentirnos superiores a otros, por razón del cargo, de los estudios, de los títulos, de la familia de origen, de la raza… con la consiguiente actitud de menosprecio, de no igualdad, de no fraternidad, hacia otros miembros de la comunidad, San Pablo vuelve a las andadas: “Hay diversidad de carismas, pero uno mismo es el Espíritu. Hay diversidad de servicios, pero uno mismo es el Señor. Hay diversidad de actuaciones, pero uno mismo es Dios que obra todas las cosas en todos. Y a cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para comunidad utilidad” (1 Cor 12,4-7). Nada, pues, de creerse superior a nadie en dignidad. Además, lo nuestro es trabajar, no para el servicio propio y exclusivo de cada uno, de mi comunidad, de mi grupo… sino “para común utilidad”.

b. Conclusión

Como resumen de este apartado nos pueden servir estas palabras: “La comunión es la palabra evangelizadora por excelencia. La primera palabra. Sin la que se tambalean las demás. Nunca la pronunciaremos perfecta, pero tartamudearla siquiera trabajosamente significará que la queremos decir y llenará de sentido todas las demás palabras que digamos... Por eso, se puede afirmar que el objetivo indivisible y primero de la Iglesia es la comunión-evangelización”(4).

 


2. Pueden verse otros textos en la misma línea: Rm 13,8; Lc 12, 21; 1 Cor 6,19; Gal 5,13; Lc 9,46.

3. “Es a través de la conversación con otras personas como puedo descubrir quién soy yo y quiénes somos nosotros… Cuando entré en la Orden, aprendí a decir ‘nosotros los dominicos’… El hecho de ser un miembro de esta comunidad puede a veces exigir que la historia que refiero acerca de mí mismo no se desarrollará tal y como yo había esperado y anticipado previamente… Tal vez tenga que sacrificar mis prioridades a favor de las decisiones tomadas por mi comunidad. Esto es lo que significa para mí aceptar que soy uno de los hermanos… La Orden es una comunidad en la que florezco y soy feliz precisamente porque descubro lo que soy en mi condición de ser uno más de los hermanos… La Iglesia debería ser un lugar en el que aprender a entablar una conversación… que nos ayudará mutuamente a decir ‘yo’ porque he aprendido a decir ‘nosotros’, y viceversa… La pertenencia parece amenazar nuestra preciada autonomía, el ‘nosotros’ parece amenazar con extinguir al precario ‘yo’. Pero la comunidad cristiana debería ser un lugar en el que pudiéramos aprender a decir ‘yo’ con confianza y con seguridad en nosotros mismos… Estamos hechos los unos para los otros. No podemos florecer solos. Y estamos hechos para el Reino, en el que finalmente floreceremos juntos… Podemos aprender la alegría… de decidirnos a mirarnos mutuamente, a volver el rostro los unos a los otros y recibir vida los unos de los otros” –T. RADCLIFFE, ¿Qué sentido tiene ser cristiano?, Desclée de Brouwer, Bilbao 2007, 221-228–.

4. I. IGLESIAS, Discurso a la CONFER, octubre 1993, 2.