Dom
18
Jul
2010

Homilía XVI Domingo del TIempo Ordinario

Año litúrgico 2009 - 2010 - (Ciclo C)

Solo una cosa es necesaria

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • Dichosos los que oyen la Palabra de Dios

Tanto la primera lectura como el evangelio de hoy nos hablan de la visita de Dios y de la reacción de los visitados. Es importante la hospitalidad, pero lo decisivo es que Dios no pasa de largo ante sus hijos. El Señor paga así con creces la hospitalidad y acogida que le prestan. Jesús buscó por todos los medios -palabras y obras- remover los obstáculos que impiden el acceso a Dios. Su predicación del reinado de Dios es el señorío de Dios sobre nuestras vidas. No rechaza los programas humanos, pero advierte que en ellos y por ellos no excluyamos a Dios de nuestro mundo. Lo decisivo para interpretar sus enseñanzas es que todos tienen que escuchar la Palabra de Dios.

En el decurso de su predicación, el evangelio de san Lucas recoge el momento en el que Auna mujer alzó la voz de entre la gente, y dijo, dirigiéndose a Jesús: (Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron! (Lc 11, 27). Pero a la bendición proclamada por aquella mujer respecto a su madre según la carne, Jesús responde de manera significativa: Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la cumplen (Lc 11, 28). Jesús no niega ni rechaza la maternidad entendida sólo como un vínculo de la carne, sino que quiere orientarla hacia aquel misterioso vínculo del espíritu, que se forma en la escucha y en la observancia de la palabra de Dios. Porque el elogio pronunciado por Jesús no se contrapone al formulado por la mujer desconocida, sino que viene a coincidir con ella en la persona de su Madre. Jesús no niega el valor de la que ha sido su madre según la carne ni se aleja de ella, sino que quiere abrir a todos el reino de Dios. Con estas palabras Jesús elevaba el Reino de Dios sobre los motivos y vínculos de la carne y de la sangre. Ahí está la pista de lo Aúnico necesario.

  • La contemplación

En nuestra vida nos planteamos, con frecuencia, la práctica religiosa como una alternativa entre la vida contemplativa de María y la activa de Marta. Muchas veces hemos aplicado este texto en favor de la vida religiosa contemplativa. Pero al poner la contemplación en la cúspide de la vida cristiana en general, hay que aclarar su significado. No es olvido ni menosprecio de la atención a las cosas ordinarias de la vida. El evangelio no plantea así la cuestión. No vale ver en la enseñanza de Jesús un olvido de nuestras necesidades terrenales, pues nos enseña a pedir a Dios el pan de cada día. Lo que indica es que es necesario orar y escuchar la Palabra de Dios para que el servicio a los demás sea efectivo y continuado. En la vida hay momentos muy diversos que no se deben contraponer, pues tanto quien contempla con respeto y como quien se afana en recibir bien están diciendo que la oración y acción deben ir juntas. Pero siempre será importante preguntarnos sobre el puesto de la Palabra de Dios en nuestras vidas. Jesús lo tenía bastante claro y así se lo hace saber a Marta.

Los momentos contemplativos desempeñan un papel importante en el discernimiento de la historia humana y así fecundan el ministerio apostólico. El misterio de la salvación no se inventa, se nos revela y se nos ofrece como gracia. La perspectiva del contemplativo es situarse en el plan salvífico de Dios para comprender esa historia humana que se debate entre la libertad de la gracia como sumisión a Dios y la esclavitud de la arrogancia humana. La contemplación invita a buscar a Dios y, sin olvidarse de las cosas de abajo, a buscar al hombre. Por eso no hay contemplación de espaldas a las necesidades de los hombres. Pero tampoco hablamos de las cosas que interesan a los hombres, si olvidamos a Dios. El evangelio es la invitación a unir ambas realidades. El maestro de la espiritualidad monástica Evagrio Póntico decía: El monje es aquel que se ha separado de todos y está unido a todos. Elegir a Dios es valorar profundamente todas las realidades de este mundo, nunca menospreciarlas.

  • La verdadera sabiduría de la vida

El don de Dios no es esto o aquello, sino Dios mismo. Por eso, ante las cosas de Dios hay que ponerse en actitud de escucha. Este es el don de todos los dones, lo único necesario. Son muchas las faenas y ruidos que interfieren en nuestra vida. Para ir al fondo de las cosas, para distinguir lo esencial de lo accidental, lo necesario de lo inútil, lo absoluto de lo relativo es preciso ejercitarse en el silencio de la contemplación. Es el significado de la escena evangélica de Marta y María. Jesús nos lo dejó bien claro en su original discurso sobre la providencia de Dios: Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura (Mt 6, 31-33).

Necesitamos la sabiduría de lo único necesario para que nos ayude a ir más allá de la inmediata presión de la vida; que ayude a reconocer los límites básicos de la condición humana y capacite para aceptarlos; que enseñe una verdad tan simple como que no sólo existe el mañana sino también el pasado mañana y, por fin, que la distinción que hay entre el éxito y el fracaso es muy incierta. Porque a la luz de la Palabra de Dios: los últimos serán primeros y los primeros, últimos (Mt. 20, 16. Estas palabras debían sonar muy bien a gente perseguida, marginada, acosada, es decir los que están en el puesto de los que nadie se fija en ellos. La sabiduría de lo único necesario nos descubre que la verdadera esperanza no es sólo la que surge de los momentos de euforia, sino sobre todo la que surge de los abismos del dolor.