Dom
16
May
2010

Homilía Séptimo Domingo de Pascua

Año litúrgico 2009 - 2010 - (Ciclo C)

Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía.

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • “Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía” (Hech. 1, 3)


¿Qué pruebas nos da Jesús para demostrarnos que vive? Hace poco un sacerdote decía en la Homilía que si miramos hacia el último lugar (y siempre hay alguien en el último lugar) ahí está Jesús, ahí lo vamos a ver. También alguna vez oímos decir a Mamerto Menapace que no tendríamos que pedir a Dios maravillas sino la capacidad de maravillarnos.

Jesús obra milagros pero las pruebas de vida que nos da nos hablan de lo que sucede en la vida de todos los días: come con sus discípulos, les muestra sus heridas, camina con ellos, reza con ellos, les explica las escrituras…

“¿Por qué miran al cielo?” Les preguntan a los apóstoles los hombres vestidos de blanco que aparecen al costado de Jesús. Y a continuación les dicen que Jesús volverá de la misma manera en que lo han visto partir. Jesús vivió como hombre siendo Dios para que nosotros conozcamos el amor que Dios Padre y Madre nos tiene.

De Santo Domingo decían que “Hablaba a Dios de los hombres y a los hombres de Dios”. De Don Bosco que “vivía con los pies en la tierra y el corazón en el cielo”. Que la comunión con los hermanos y hermanas nos permita encontrar a Dios y reconocerlo. Que podamos dar nosotros numerosas pruebas de que Jesús vive estando con el que más sufre, visitando un enfermo, encontrándonos con los presos, poniéndonos en el último lugar, en el lugar del que no vino a ser servido sino a servir…

  • “Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría” (Lc. 24, 51-52)

Bendecir: es decir bien acerca del otro, de lo bueno que hay en él. Cuántas veces se fundan las relaciones o las imágenes acerca de los otros sobre lo malo que hay, sobre lo que los otros no pueden. Qué diferente que es partir y sostener una mirada positiva acerca del otro que es siempre y en todo lugar imagen y semejanza de Dios.

Jesús se va pero su partida no provoca tristeza ni desasosiego. Su bendición es palabra que obra y que transforma. Que transforma a sus discípulos (hombres de Galilea, pescadores, trabajadores) en testigos, predicadores, amigos, comunidad cristiana que vive y vibra con el mensaje del Evangelio.

La bendición es palabra que obra, que transforma. Es ese el poder de Cristo. El poder del amor.

  • “¿Es ahora cuando vas a restaurar el Reino de Israel?” (Hch. 1, 6)

La partida de Jesús definitivamente no es lo que los discípulos esperaban… Y sin embargo, es una partida que nos habla de encuentro: Jesús les pide que permanezcan unidos… Ellos permanecen en el Templo alabando a Dios… Y finalmente, el Espíritu desciende sobre ellos. Este encuentro, entonces, es un encuentro de alegría, de comunión. Es un encuentro con el verdadero plan de Dios, que suele ser bastante diferente a lo que nos imaginamos desde nuestros parámetros humanos.

Jesús invita a entender que la restauración del Reino tiene que ver con la bendición: palabra que transforma la vida cotidiana, con la capacidad de ver más allá de lo que esperamos. El poder de Jesús es el poder de la levadura, de la sal, de aquello que parece pequeño e insignificante pero que transforma la realidad. El poder del grano de mostaza: una pequeña semilla que se convierte en cobijo de las aves del cielo...

Muchas veces sucede que Dios nos sorprende con cosas que no esperamos: ¿Cómo reaccionamos ante ello? ¿Qué experiencia de fe tenemos ante situaciones extremas? ¿Qué generan las partidas de seres queridos en nosotros? ¿Qué nos dice la Palabra acerca de la vida que está y se transforma? En un mundo que muchas veces niega o silencia las partidas estamos llamados a descubrir la bendición que toda vida encierra y su invitación al encuentro. En un mundo que equipara el éxito y el bienestar a las hazañas militares o económicas, estamos llamados a contemplar el poder de lo sencillo, lo humilde, lo cotidiano…

Tal como expresa un himno del breviario, podemos exclamar: “Quien diga que Dios ha muerto, que salga a la luz y vea, si el mundo es o no tarea de un Dios que sigue despierto. Ya no es su sitio el desierto ni en la montaña se esconde. Responded si preguntan dónde que Dios está sin mortaja en donde un hombre trabaja y un corazón le responde”. Respondamos con alegría a la invitación de Jesús que nos dice: “Recibirán la fuerza del Espíritu y serán mis testigos hasta los confines de la tierra” (Hch. 1, 8)