Sáb
1
Ene
2011

Homilía Santa María, Madre de Dios

Cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer... para que recibiéramos el ser hijos por adopción.

Introducción

Cuando una pareja joven tiene un hijo/a como fruto de su amor, la familia y los amigos solemos acudir enseguida a felicitarles y darles nuestra enhorabuena. Generalmente, en el primer momento, nos fijamos más en el recién nacido, y comentamos su belleza, su ternura y tratamos de adivinar a quién se parece. Pero de la madre casi ni ocupamos. La vemos tan contenta y satisfecha por el alumbramiento de su hijo, que éste acapara casi por completo nuestra atención.

En la liturgia de la Iglesia no sucede así. La fiesta de Navidad y su Octava, “el octavo día” que dirían los Santos Padres, son como una misma fiesta escalonada celebrada en dos actos. El día de Navidad nos fijamos en el Niño-Dios, Hijo de Dios nacido de la raza humana en suma pobreza. El día octavo nuestra mirada se dirige a María, llena de gracia y de ilusión, y con la responsabilidad propia de quien ha recibido una importante misión en el mundo: ser Madre de Dios, ser Madre de los hombres y, en concreto, Madre de la Iglesia. A ella se dirigen hoy nuestras plegarias para gozar de su intercesión, al comenzar un nuevo año civil, como una nueva etapa en el calendario de nuestra historia de salvación.