Sáb
6
Ago
2011
Su rostro resplandecía como el sol

Primera lectura

Lectura de la segunda carta según San Pedro 1, 16-19

Queridos hermanos:
No nos fundábamos en fábulas fantasiosas cuando os dimos a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, sino en que habíamos sido testigos oculares de su grandeza.
Porque él recibió de Dios Padre honor y gloria cuando desde la sublime Gloria se le transmitió aquella voz:
«Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido».
Y esta misma voz, transmitida desde el cielo, es la que nosotros oímos estando con él en la montaña sagrada.
Así tenemos más confirmada la palabra profética y hacéis muy bien en prestarle atención como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro hasta que despunte el día y el lucero amanezca en vuestros corazones.

Salmo de hoy

Salmo 96, 1-2. 5-6. 9 R. El Señor reina, Altísimo sobre toda la tierra

El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono. R/.

Los montes se derriten como cera ante el Señor,
ante el Señor de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria. R/.

Porque tú eres, Señor,
Altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses. R/.

Evangelio del día

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 17, 1-9

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto.
Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
De repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
«Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía:
«Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo».
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:
«Levantaos, no temáis».
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó:
«No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».

Reflexión del Evangelio de hoy

  • Nosotros escuchamos esta voz del cielo."

 En la primera lectura nos cuenta San Pedro que ha visto a Jesús” en toda su grandeza”; por eso no tiene miedo de anunciar su venida gloriosa y llena de poder. Sus palabras no se basan en fábulas hechas con astucia, sino en un acontecimiento central en su vida, capaz de cambiarlo todo y ver la historia con ojos nuevos.

 La resurrección de Jesucristo ya estaba anunciada en los profetas. Elías fue arrebatado al cielo en un torbellino. Moisés hablaba “cara a cara” con Dios y su rostro resplandecía hasta el punto de tener que cubrirse con un velo porque tenía radiante la cara.

 En medio de nuestra oscuridad tenemos una lámpara encendida: La Palabra de Dios, que va guiando nuestros torpes pasos en el camino de la fe, hasta que despunte el día y veamos con claridad el poder de Dios. Pidamos a Jesús que nos de sus ojos para que podamos vernos y ver a nuestros hermanos como Él nos ve.  

  • “Su rostro resplandecía como el sol"

En el evangelio vemos a Jesús que toma aparte a tres de sus discípulos para orar. Son los mismos que en otra ocasión llevó consigo aparte en el huerto de los olivos y allí también se durmieron. Ante el misterio incomprensible de Dios nos entra el sueño y como Pedro, decimos palabras incoherentes. No podemos contener la gloria de Dios en una choza, hemos de bajar la montaña para manifestar al mundo lo que contemplamos.

 El lugar que Jesús ocupa en medio de Moisés y Elías señala su papel fundamental en la historia de la revelación. Al final la ley y los profetas desaparecen y se queda Jesús solo; ya no son necesarios, nos basta con escuchar al Hijo para acercarnos a Dios.

 Jesús nos considera de sus discípulos íntimos y nos lleva aparte a un lugar óptimo para el encuentro con Dios. Necesitamos acudir a la oración para recibir la guía necesaria y seguir el camino adecuado.

 Sabemos que al final el Señor transformará nuestro cuerpo humilde según el modelo de su cuerpo glorioso, mientras tanto dejémosle que transfigure poco a poco nuestro corazón, participando de su divinidad y caminando al resplandor de su luz, que transfigurará también nuestro alrededor alumbrando el mundo nuevo que Cristo nos presagia en su transfiguración.