Mar
29
Sep
2009
Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.

Primera lectura

Lectura de la profecía de Daniel 7,9-10.13-14

Miré y vi que colocaban unos tronos. Un anciano se sentó.

Su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas; un río impetuoso de fuego brotaba y corría ante él. Miles y miles lo servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros.

Seguí mirando. Y en mi visión nocturna vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo.

Avanzó hacia el anciano y llegó hasta su presencia.

A él se le dio poder, honor y reino.

Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron.

Su poder es un poder eterno, no cesará.

Su reino no acabará.

Salmo de hoy

Salmo 137,1-2a.2b-3.4-5.7c-8 R/. Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque escuchaste las palabras de mi boca;
delante de los ángeles tañeré para ti;
me postraré hacia tu santuario. R.

Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R.

Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande. R.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 1,47-51

En aquel tiempo, vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él:
«Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño».

Natanael le contesta:
«¿De qué me conoces?».

Jesús le responde:
«Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi».

Natanael respondió:
«Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel».

Jesús le contestó:
«¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores».

Y le añadió:
«En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».

Reflexión del Evangelio de hoy

  • Señor, te pedimos que nuestra vida esté siempre protegida en la tierra por aquellos que te asisten continuamente en el cielo.

La fiesta que hoy celebramos de los tres arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael nos trae un mensaje de esperanza, de victoria, de alegría.

San Gregorio Magno nos explica en una de sus homilías que los santos espíritus de la patria celestial son siempre espíritus, pero no siempre pueden ser llamados ángeles, ya que solamente lo son cuando ejercen su oficio de mensajeros. Los que transmiten mensajes de menor importancia se llaman ángeles, los que anuncian cosas de gran transcendencia se llaman arcángeles, como son estos tres que hoy recordamos. Continúa diciéndonos que a través de sus nombres conocemos cuál es la misión específica para la cual nos son enviados. Y así, Miguel significa “¿Quién como Dios?”, Gabriel: “Fortaleza de Dios”, y Rafael: “Medicina de Dios”.

En la visión que nos presenta el profeta Daniel por medio de comparaciones adivinamos algo de la majestad de nuestro Dios a quien “miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes”. Pero estos seres angélicos muy superiores en poder y perfección a los hombres, están por debajo de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, a quien “todos los pueblos, naciones y lenguas respetarán, y cuyo “dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin”.

El Apocalipsis habla de una batalla que se trabó en el cielo, y cómo Miguel y sus ángeles vencieron al dragón y su ejército, que acusaba día y noche a los hombres. Pero estos, los hombres, vencieron con la sangre del Cordero, de Cristo. La victoria es nuestra.

Nuestra respuesta por tanto ha de ser de alabanza y de acción de gracias a Dios por la gloria de que gozan los ángeles y de cual nos hacen partícipes a todos nosotros: “Delante de los ángeles tañaré para ti, Señor”.

En el Evangelio nos asegura el mismo Jesucristo, el Hijo del Hombre, que los ángeles de Dios le hacen escolta, porque Él es la misma presencia de Dios entre los hombres, es “Dios con nosotros”.

Concédenos Padre ser con nuestra vida un reflejo de tu ternura, de tu compasión frente a nuestros hermanos, y te pedimos que nuestra vida esté siempre protegida en la tierra por aquellos que te asisten continuamente en el cielo.