Sáb
28
Ene
2012
Vamos a la otra orilla

Primera lectura

Lectura del segundo libro de Samuel 12, 1-7a. 10-17

En aquellos días, el Señor envió a Natán a ver a David y, llegado a su presencia, le dijo:
«Había dos hombres en una ciudad, uno rico y el otro pobre. El rico tenía muchas ovejas y vacas. El pobre, en cambio, no tenía más que una cordera pequeña que había comprado. La alimentaba y la criaba con él y con sus hijos. Ella comía de su pan, bebía de su copa y reposaba en su regazo; era para él como una hija.
Llegó un peregrino a casa del rico, y no quiso coger una de sus ovejas o de sus vacas y preparar el banquete para el hombre que había llegado a su casa, sino que cogió la cordera del pobre y la aderezó para el hombre que había llegado a su casa».
La cólera de David se encendió contra aquel hombre y replicó a Natán:
«Vive el Señor que el hombre que ha hecho tal cosa es reo de muerte. Resarcirá cuatro veces la cordera, por haber obrado así y por no haber tenido compasión».
Entonces Natán dijo a David:
«Tú eres ese hombre. Pues bien, la espada no se apartará de tu casa jamás, por haberme despreciado y haber tomado como esposa a la mujer de Urías, el hitita”. Así dice el Señor:
“Yo voy a traer la desgracia sobre ti, desde tu propia casa. Cogeré a tus mujeres ante tus ojos y las entregaré a otro, que se acostará con ellas a la luz misma del sol. Tú has obrado a escondidas. Yo, en cambio, haré esto a la vista de todo Israel y a la luz del sol”».
David respondió a Natán:
«He pecado contra el Señor».
Y Natán le dijo:
«También el Señor ha perdonado tu pecado. No morirás. Ahora bien, por haber despreciado al Señor con esa acción, el hijo que te va a nacer morirá sin remedio».
Natán se fue a su casa.
El Señor hirió al niño que la mujer de Urías había dado a David y cayó enfermo.
David oró con insistencia a Dios por el niño. Ayunaba y pasaba las noches acostado en tierra.
Los ancianos de su casa se acercaron a él e intentaban obligarlo a que se levantara del suelo, pero no accedió, ni quiso tomar con ellos alimento alguno.

Salmo de hoy

Salmo 50, 12-13. 14-15. 16-17 R/. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro

Oh, Dios, crea en mi un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti. R/.

Líbrame de la sangre, oh, Dios,
Dios, Salvador mio,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 4, 35-41

Aquel día, al atardecer, dice Jesús a sus discípulos:
«Vamos a la otra orilla».
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole:
«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar:
«¡Silencio, enmudece!».
El viento cesó y vino una gran calma.
Él les dijo:
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».
Se llenaron de miedo y se decían unos a otros:
«¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».

Reflexión del Evangelio de hoy

  • “He pecado contra el Señor”

Es la historia de David, una historia de luces y sombras, pero sostenida y encaminada siempre por la misericordia de Dios. Creemos que este relato bíblico de hoy no solo nos lleva a mirarnos para reconocer nuestros pecados, sino también al estar siempre lo más encima de nosotros mismos posible. Vemos como a partir de las pequeñas desatenciones podemos ir metiéndonos en grandes dificultades. El no mantener la mirada fija en Dios y el vivir un poco en la inconsciencia de nuestros actos nos puede llevar a caer en errores cada vez mayores para cubrir los anteriores. En nuestro corazón reside el amor, la justicia, la lealtad sellada a fuego por el Espíritu y lo vemos en la reacción de condena hecha por David, ante lo que le cuenta el profeta. Dice el Cardenal Martini que «es nuestra naturaleza la que se encuentra en un destino de desorden» asi que, para no llegar a ser prisioneros de nosotros mismos y nuestros actos, vivamos intentando ser lo más conscientes posible de aquello que llevamos a cabo, fijando nuestra mirada en Dios.

  • “Vamos a la otra orilla”

Este pasaje se encuentra después del discurso de las parábolas. Nos gustaría fijar la mirada y la atención, en las primeras palabras de Jesús a los discípulos; «Vamos a la otra orilla». Cuantas veces en las miles de vicisitudes de nuestra vida podemos sentir la invitación de seguir adelante dejando atrás lo ya pasado, la alegría o la tristeza de lo vivido para poder abrirnos a la novedad que se nos presenta con el nuevo amanecer. Saber vivir desde el tiempo de Dios y no solo desde el nuestro, nos abrirá horizontes insospechables. Aquí, en este abrirse a la acción de Dios, entra la segunda parte de este Evangelio: los discípulos están dispuestos a pasar a la otra orilla, esperando lo que vendrá. Pero aparece la tempestad y no solo hace temblar la barca sino también la fe y el corazón de sus ocupantes. Confiar es “creer juntos”, no solo creer en Jesús en individual, sino creer en Jesús en común. En plural encontramos el reproche de Jesús: ninguno fue capaz de confiar, animar y tranquilizar a los demás y no solo eso sino que el miedo los hizo dudar del poder de Dios en Jesús. Meditemos cómo enfrentamos nosotros las dificultades comunitarias y cuáles son nuestros reproches al Señor, dejando caer muchas veces en saco roto, aquello que nos prometió Jesús el día de su Ascensión «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».