Mar
2
Feb
2010
Mis ojos han visto a tu Salvador, luz para alumbrar a las naciones

Primera lectura

Lectura del libro de Malaquías 3,1-4:

Esto dice el Señor Dios:
«Voy a enviar a mi mensajero para que prepare el camino ante mí.

De repente llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando; y el mensajero de la alianza en quien os regocijáis, mirad que está llegando, dice el Señor del universo.

¿Quién resistirá el día de su llegada? ¿Quién se mantendrá en pie ante su mirada?

Pues es como fuego de fundidor, como lejía de lavandero. Se sentará como fundidor que refina la plata; refinará a los levitas y los acrisolará como oro y plata, y el Señor recibirá ofrenda y oblación justas.

Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en tiempos pasados, como antaño».

Salmo de hoy

Salmo 23 R/. El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las puertas eternales:
va a entrar el Rey de la gloria. R/.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso,
el Señor, valeroso en la batalla. R/.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las puertas eternales:
va a entrar el Rey de la gloria. R/.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios del universo,
él es el Rey de la gloria. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta a los Hebreos 2,14-18

Lo mismo que los hijos participan de la carne y de la sangre, así también participó Jesús de nuestra carne y sangre, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y liberar a cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos.

Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar los pecados del pueblo. Pues, por el hecho de haber padecido sufriendo la tentación, puede auxiliar a los que son tentados.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 2,22-40

Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».

Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.

Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

«Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel».

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.

Reflexión del Evangelio de hoy

  • " Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén ".

En este día se interrumpe la lectura continuada porque se celebra la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo. Es éste un misterio muy rico en contenido, y el Espíritu Santo puede iluminar cada faceta.

La primera lectura es de la profecía de Malaquías, uno de los profetas menores, que vivió cuando el templo ya estaba edificador; y, como puede ocurrir por la debilidad humana, los sacerdotes habían decaído en su primitivo fervor, pues ofrecían víctimas indignas del culto debido a Dios. El profeta anuncia entonces un mensajero que prepare el camino para la vuelta de Dios a su pueblo. Se trata de una purificación a fondo: como se refinan la plata y el oro; y entonces las ofrendas serán agradables a Dios.

  • " Mis ojos han visto a tu Salvador".

Son María y José los que presentan a Jesús en el templo de Jerusalén, con la ofrenda que prescribía la ley. Ha llegado la salvación, y los dos ancianos, Simeón y Ana, han descubierto en el Hijo de María al Salvador; ellos, que esperaban el consuelo de Israel, han visto colmadas sus esperanzas. Ya no les interesa nada de aquí “abajo”. Lo dice Simeón en una plegaria que la Iglesia hace suya cana noche en la oración litúrgica de Completas: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador”.

Cristo quiere hacerse presente hoy en nuestras vidas, quiere que le acojamos. El Espíritu Santo mora en nosotros, como en Simeón y Ana, para que podamos “ver al Salvador, a la luz que alumbra a todas las naciones”. Qué maravilla si a lo largo de cada día, nuestra fe descubriera al Señor en cada hermano que se acerca, en cada situación y acontecer; algo extraordinario que se da en lo ordinario. Entonces, el abrazo definitivo con Él, podremos esperarlo en paz.

En este día celebramos también la Jornada de la Vida Consagrada. Renovemos nuestra respuesta a la llamada recibida. Y presentemos al Señor esta porción de su Iglesia que quiere hacer presente aquí y ahora la vida y misión de Jesucristo en pobreza, castidad y obediencia.