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Jesús nos pide a todos docilidad interior. Aceptar pasivamente que Él nos lleve a donde quiere. Es el camino místico. Un camino que nos introduce en una densa tiniebla, en un oscuro túnel. Por eso muchos deciden dar media vuelta y seguir donde estaban, seguros en su propio camino. Pero algunos valientes se abrazan a su cruz y, con ayuda de Dios, llegan hasta el final del túnel. Sólo éstos experimentan la unión con Dios. Sólo éstos experimentan la resurrección interior.
Andrea siente cómo entra a una nueva vida cada noche, a la luz de la vela. En la dulce calma de su habitación, cuando el mundo se ha parado a su alrededor, estando a solas con su Amado, su vida entra en otra dimensión. Y aquello lo siente en lo más profundo de su corazón
Unos monjes son expulsados de su Monasterios y comienzan a trabajar en parroquias, pero siguen sintiendo la necesidad de recuperar la vida contemplativa, su verdadera vocación
Una monja en su lecho de muerte recuerda un momento de su juventud en que vivió una experiencia de fe que la reafirmó en su vocación y por la que se entregó completamente al Señor
«La amada: ¡Desfallezco de amor! Ponme la mano izquierda sobre la cabeza y abrázame con la derecha. El Amado: ¡Muchachas de Jerusalén, por la ciervas y gacelas de los campos, os conjuro, que no vayáis a molestar, que no despertéis al amor, hasta que él quiera!» (Can 2,6-7)
Dijo Jesús: «Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos» (Lc 14,13-14).
Dijo Jesús a un grupo de fariseos y saduceos: «Al atardecer decís: “Va a hacer buen tiempo, porque el cielo tiene un rojo de fuego”, y a la mañana: “Hoy habrá tormenta, porque el cielo tiene un rojo sombrío”. ¡Conque sabéis discernir el aspecto del cielo y no podéis discernir los signos de los tiempos!» (Mt 16,2-3)
Dice san Pablo en su Primera Carta a los Corintios: «Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte» (1Cor 1,27).