El Nuevo Testamento: tras la experiencia de la Resurrección

Relata la experiencia de la Resurrección de Jesús de un pequeño grupo de judíos de Galilea, su separación del judaísmo y cómo surgen los cristianos.


Hasta que el cristianismo se separó del judaísmo, la espiritualidad inicial que se vivía en el seno de la Iglesia tenía como base fundamental la espiritualidad judía, aunque muy enriquecida, claro está, por el Evangelio predicado por Jesucristo. Podemos decir que, básicamente, los primeros cristianos eran judíos que creían en la resurrección de Jesús y en su Evangelio.

Un paso muy importante se produjo hacia el año 49 en el llamado «Concilio de Jerusalén», en el que las autoridades cristianas decidieron no exigir el cumplimiento de la Ley Mosaica a los miembros de la Iglesia, abriéndola así a los paganos. Aquello fue decisivo para dejar de ser una especie de secta judía y pasar a ser una nueva religión, lo cual se consiguió definitivamente unos veinte años más tarde a raíz de un drástico acontecimiento: la destrucción de Jerusalén y de su Templo por las legiones romanas en el año 70. Como veremos más adelante, esto trajo, a la postre, la ruptura definitiva entre judíos y cristianos.

A medida que el cristianismo fue inculturándose en la sociedad grecorromana y tomando contacto con sus movimientos filosóficos, fue incorporando elementos espirituales que, con el paso del tiempo, le fueron distanciando aún más del judaísmo. Pues bien, en este proceso de «independización» cristiana respecto de la religión judía, jugó un papel fundamental la formación del Nuevo Testamento, pues se constituyó en la base fundamental de la fe de la Iglesia.

¿Qué supuso la experiencia de la resurrección de Jesús?

Hacia el año 30 d.C., un pequeño grupo de judíos procedentes de Galilea comenzó a proclamar públicamente en Jerusalén que había resucitado Aquel que era su maestro: Jesús de Nazaret, quien semanas antes había sido condenado a muerte en la Cruz por haber sido fiel a lo que Dios le había pedido: predicar la venida de su Reino.

Aquellos judíos aseguraban que no se trataba de un engaño ni de una ilusión psicológica, sino que daban fehaciente testimonio de que Jesús es realmente el Hijo de Dios y el Mesías esperado por el pueblo judío. Por ello había resucitado y les había pedido que continuasen la misión de extender su mensaje: el Evangelio –que en griego significa «Buena Noticia»–, hasta que Él regresara para establecer plena y definitivamente el Reino de Dios. Asimismo, tras subir Jesús al Cielo, Él y su Padre les enviaron su Santo Espíritu para que les iluminase y guiase en esta importante misión, configurándose así la Iglesia como la nueva comunidad de hijos de Dios.

Pronto, a estos judíos se les unieron otros de lengua griega que procedían de fuera de Palestina y que estaban en Jerusalén. Esto puso en alerta a las autoridades judías de la ciudad, que optaron por promover una persecución contra ellos hacia el año 34, muriendo apedreado san Esteban, el primer mártir de la Iglesia.

Muchos de aquellos judíos que creían en Jesús huyeron y extendieron el Evangelio por las regiones limítrofes de Palestina. En Antioquía de Siria, donde formaron una fervorosa comunidad, fue donde se les comenzó a llamar cristianos (cf. Hch 11,26), es decir, seguidores de «Cristo», que en griego significa «Mesías».

¿Quién fue San Pablo?

En torno al año 43 llegó a aquella comunidad de Antioquía un judío llamado Pablo. Se trataba de un antiguo fariseo perseguidor de cristianos a quien se le apareció Jesús resucitado siete años atrás, transformando totalmente su vida y pidiéndole que predicase el Evangelio. San Pablo entonces se retiró por tres años a Arabia y después estuvo cuatro años en Tarso –su ciudad natal–, hasta que, acompañado por san Bernabé, se incorporó a la comunidad de Antioquía.

Meses más tarde, ambos subieron a Jerusalén para hablar con los Apóstoles: aquellos a los que Jesús había encomendado la guía de la Iglesia y entre los que había escogido a san Pedro como Apóstol principal. Pablo y Bernabé, tras hablar con ellos y recibir su enseñanza, regresaron a Antioquía y, un tiempo más tarde –hacia el año 45–, iniciaron un viaje misionero de unos cuatro años de duración que les llevó por Chipre y Asia Menor (actual Turquía).

¿Qué acordó el "Concilio de Jerusalén"?

Por entonces, los cristianos anunciaban el Evangelio sólo a los judíos. De hecho, como ya hemos dicho anteriormente, cuando llegaban a una ciudad, el primer lugar donde predicaban era en la sinagoga, hasta que eran expulsados y entonces predicaban en las calles y plazas. Así, san Pablo y san Bernabé fueron constatando que el Evangelio era generalmente mejor recibido por los paganos que por los judíos.

San Pedro había comprobado lo mismo en sus misiones fuera de Jerusalén. Aquello provocó que, hacia el año 49, Pablo y Bernabé se dirigieran a Jerusalén para reunirse con Pedro y el resto de aquella comunidad para discernir comunitariamente si Dios quería que el Evangelio se predicase a los paganos, de tal forma que no se les exigiera cumplir la Ley Mosaica. Es el ya comentado «Concilio de Jerusalén». Su resultado fue muy positivo: desde entonces la Iglesia se abrió a la universalidad, pues cualquiera que creyese que Jesús es el Hijo de Dios y se comprometiese a ser coherente con su Evangelio podía pertenecer a ella (cf. Hch 15,1-35).

¿Cuál es el mensaje de las cartas de San Pablo?

En torno al año 50, san Pablo partió de Antioquía en su segundo viaje misionero, en el que predicó el Evangelio por Asia Menor y Grecia. Pero este viaje tiene algo muy especial: inspirado por el Espíritu Santo, Pablo escribió varias cartas a ciertas comunidades cristianas con el fin de clarificar diversos aspectos del Evangelio o para corregir desviaciones doctrinales y morales.

Estas cartas se copiaron y fueron enviadas a otras comunidades, comenzando así a fraguarse lo que será el Nuevo Testamento. Tras la muerte de san Pablo, algunos discípulos suyos, inspirados por el Espíritu Santo, escribieron cartas en su nombre con el fin de enmendar ciertos errores que surgieron en algunas comunidades cristianas y para adaptar el mensaje de san Pablo a los nuevos tiempos. Estas cartas también pasaron a formar parte del Nuevo Testamento.

¿Cómo contribuyó San Pablo a la espiritualidad cristiana?

La espiritualidad de san Pablo es muy significativa. Este gran apóstol experimentó intensamente la gracia de Dios, sin hacer nada para merecerlo, Jesús resucitado se hizo presente en su vida y cambió radicalmente su existencia. Por eso, para Pablo era tan importante la fe en Dios y, por el contrario, rechazaba el estricto cumplimiento de la Ley Mosaica que viven los judíos. Él había experimentado en carne propia cómo Dios derrama su amor y su perdón en aquellos que le abren confiadamente su corazón, pero también exigía que nuestro obrar fuese coherente con la fe que profesamos. Por ello debemos obrar por amor. Dice san Pablo:

«Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe.

Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy.

Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, nada me aprovecha» (1Cor 13,1-3, cf. 13,1-13).

Pablo concebía la comunidad eclesial como un único cuerpo en el que Cristo es la cabeza (cf. Col 1,18). Ante tantas divisiones como estaban surgiendo en las primeras comunidades cristianas a causa de la inmadurez de sus miembros y a numerosas interferencias externas, Pablo exhortaba con fuerza a que cada comunidad particular y la Iglesia en su conjunto, se mantuviesen unidas en torno a Cristo.

Y es que él tenía una profunda experiencia mística de unión con Jesús, de tal forma que llegó a afirmar: «he quedado crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). Y exhortó a los cristianos de Corinto diciéndoles: «el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con Él» (1Cor 6,17). Y así, con ayuda de Dios y mucho esfuerzo, Pablo consiguió eliminar a su hombre viejo, que era esclavo del pecado, para transformarse en un hombre nuevo en el que Cristo era el centro de su vida.

En muchas ocasiones hacía referencia a la tercera Persona de la Trinidad: el Espíritu Santo que, siendo un único Dios, es el Espíritu del Padre y el Hijo. Y sentía cómo ese Espíritu moraba en su corazón permitiéndole relacionarse más intensamente con el Padre. Por eso afirmó: «aunque nosotros no sabemos pedir como es debido, el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rm 8,26). Ciertamente, san Pablo ayudó de un modo determinante al desarrollo de la espiritualidad cristiana.

¿Cuántos son los Evangelios y quién los escribió?

La Providencia quiso que hubiera cuatro versiones escritas de la Buena Noticia predicada por Jesús: son los cuatro evangelios, que datan de la segunda mitad del siglo I. Veamos cómo fueron apareciendo.

¿Cuándo y por qué escribe San Marcos su evangelio?

En los años 60 quedaban vivos pocos Apóstoles y apenas había personas que hubiesen conocido de primera mano el anuncio del Evangelio. Por ello surgió en la Iglesia la necesidad de guardar por escrito las enseñanzas de Jesús y los pasajes edificantes de su vida. El primero que emprendió esta tarea fue san Marcos. Era probablemente un colaborador de san Pablo en su primer viaje apostólico que, años más tarde, se estableció en Roma, donde tuvo la suerte de poder escuchar las enseñanzas de Pablo y de Pedro. Inspirado por el Espíritu Santo, escribió su evangelio a mediados de los años 60 a partir de los dichos sobre Jesús que había recopilado. Se trata de un texto muy sencillo y escueto en el que no aparecen ni la infancia de Jesús ni las apariciones tras su resurrección.

Pero en el año 70 ocurrió una catástrofe que influyó enormemente en la Iglesia: tras una insurrección de los judíos de Jerusalén, el general romano Tito destruyó totalmente la ciudad, quedando extinguida la comunidad cristiana de Jerusalén, que era la principal referencia en la Iglesia. Por otra parte, al desaparecer el culto del Templo, la religión judía pasó a estar en manos de los fariseos, los cuales aferraron al estricto cumplimiento de la Ley Mosaica y, por consiguiente, se esforzaron en hacer desaparecer del judaísmo aquellas ramas o sectas que no se ceñían estrictamente a dicha Ley. La principal de esas sectas era el cristianismo, que acabó siendo expulsado del judaísmo y desde entonces se desarrolló como una religión autónoma.

¿Cuándo escriben los evangelios San Mateo y San Lucas?

Esto hizo que la Iglesia buscase con más ahínco poner por escrito las enseñanzas de Jesús. Así, en los años 70 surgieron otros dos evangelios: los escritos por san Mateo y san Lucas que, inspirados por el Espíritu Santo, tomaron como base el evangelio según san Marcos y le añadieron otros pasajes y enseñanzas de Jesús. Asimismo, podemos ver en estos dos nuevos evangelios un mayor desarrollo teológico. Por su semejanza, a los evangelios según Mateo, Marcos y Lucas se les llama sinópticos.

El evangelio según san Mateo destaca por ser el más catequético, de tal forma que su estructura viene marcada por cinco grandes discursos de Jesús. Por eso ha sido el más empleado en la Iglesia desde muy pronto. Por su parte, el evangelio según san Lucas da mucha importancia a la subida de Jesús y sus discípulos a Jerusalén, donde nuestro Salvador murió y resucitó

Lucas completó el evangelio con una segunda parte: los Hechos de los Apóstoles, en la que nos narra la expansión del cristianismo desde Jerusalén: centro del mundo judío, hasta Roma: centro del mundo pagano y capital del Imperio Romano.

Los tres evangelios sinópticos –y más tarde el de san Juan– dedican mucho espacio a describirnos por qué y cómo murió Jesús en la Cruz, pues es la clave del plan salvífico de Dios: al morir por amor, Jesús venció al pecado y a la muerte, de tal forma que, por muy grande que sea nuestro pecado, al estar Dios infinitamente por encima de él, puede librarnos para siempre de su mal. Y también sabemos que la muerte no es el final de nuestra existencia, porque Jesús ha abierto las puertas de la resurrección para que los que le sigamos, por pura gracia divina, podamos vivir eterna y plenamente felices en el Reino de los Cielos junto a Él.

¿Qué narran los 4 evangelios?

Lo que más destaca de los evangelios es que nos narran la vida de Jesús. No hay biografía más edificante que la suya: el Hijo de Dios fue concebido en el seno de la Virgen María por obra del Espíritu Santo y nació pobremente en Belén, a donde María y su esposo san José tuvieron que acudir para empadronarse. Perseguidos por el rey Herodes, María y José huyeron con Él a Egipto. Tras la muerte de Herodes, regresaron a Palestina y se establecieron en Nazaret de Galilea, donde Jesús pasó buena parte de su vida con su familia.

Pero un día, movido por el Espíritu Santo, se dirigió al Jordán y allí san Juan Bautista lo bautizó, momento en el cual Jesús escuchó cómo su Padre desde el Cielo le dijo que es su Hijo amado. Tras vencer las tentaciones del demonio en el desierto, comenzó a anunciar de forma itinerante el Reino de Dios por la zona de Palestina y sus alrededores. Poco a poco se rodeó de discípulos –los Doce– que lo dejaron todo para seguirle.

Pasados tres años predicando y haciendo signos visibles que confirmaban lo que él predicaba, subió a Jerusalén para morir en la Cruz. Tras lo cual, al tercer día resucitó y se apareció a sus discípulos, haciéndoles ver que, efectivamente, es el Hijo de Dios. Pasados cuarenta días, ascendió a los Cielos y se sentó junto a su Padre.

¿Cuál es el mensaje principal de los Evangelios?

Los evangelios subrayan algo muy importante: seguir a Jesús exige de nosotros dejar todo aquello que nos aparta de Él. Este duro proceso de purificación tiene como fruto alcanzar la libertad interior necesaria para poder unirnos íntimamente a Él y actuar, en consecuencia, por amor: pues el amor es lo más importante. En efecto, un doctor de la Ley le preguntó a Jesús:

«“Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?”. Jesús le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Éste es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas”» (Mt 22,36-40).

El amor es tan importante para Jesús, que llega a decir lo siguiente:

«Habéis oído que fue dicho: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los Cielos, que hace salir el sol sobre malos y buenos y llueve sobre justos e injustos. Pues si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen eso también los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen eso también los paganos? Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial» (Mt 5,43-48).

Y así, el Evangelio (la Nueva Alianza) lleva a su plenitud la Ley Mosaica (la Antigua Alianza).

¿Cuáles son los escritos de San Juan?

Llegados los años 90, las comunidades cristianas que se habían formado en torno al Apóstol san Juan, vieron que la doctrina cristiana se estaba tergiversando y contaminando con elementos llegados de filosofías paganas. Ello animó a que en el seno de dichas comunidades surgieran el evangelio, las tres cartas de san Juan y el libro del Apocalipsis por inspiración del Espíritu Santo. Son los llamados textos joánicos. Escritos más de sesenta años después de la resurrección del Señor, son fruto de una profunda y prolongada experiencia espiritual del mensaje y la persona de Jesús.

¿Qué dicen los textos joánicos sobre las dos naturalezas de Jesús?

Ante el peligro de «espiritualizar» o «deshumanizar» a Jesús, el evangelio según san Juan subraya su condición humana –además de divina–. Así lo dice el Prólogo: «La Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14).

Este evangelio, como los sinópticos, narra con detalle la muerte de Jesús y su resurrección, mostrando que ésta también fue física, de tal forma que el propio Jesús resucitado le dice a santo Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente» (Jn 20,27). Siguiendo esta línea, la Primera Carta de san Juan hace hincapié en que la experiencia que los discípulos tuvieron de Jesús fue física –además de espiritual–. Así comienza esta carta:

«Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida –pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó– lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1Jn 1,1-3).

¿A qué tipo de amor se refieren los textos joánicos?

En el modelo de discipulado que aparece en los textos joánicos, el amor es fundamental. Tanto es así que a Juan –ejemplo de buen discípulo– se le llama «el discípulo amado» (cf. Jn 13,23) y en la Primera Carta de Juan se afirma sobre Dios: «Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él» (1Jn 4,8-9). Asimismo, se nos dice que podemos sentir que Dios habita en nuestro corazón cuando amamos a la gente: «Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud» (1Jn 4,16).

El capítulo 17 del evangelio según san Juan es una bella oración de Jesús sobre la unidad fraterna, en la que se subraya su carácter místico, afirmando que por medio del amor fraterno podemos llegar a unirnos a Jesús y al Padre tanto como ambos están unidos el uno al otro. En efecto, dice Jesús:

«Que todos sean uno; como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que les has amado a ellos como me has amado a mí» (Jn 17,21-23).

Como vemos, sólo es posible la unión con Dios si amamos a nuestros hermanos. Y aquí se nos pone el listón muy alto, porque Jesús nos dice que debemos amar a los demás tanto como Él nos ha amado a nosotros: «Os doy un mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros. Como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros» (Jn 13,34). Esto se lo dijo Jesús a sus discípulos antes de la Pasión, en la Última Cena. En ella les lavó los pies para que entendieran la esencia del amor evangélico: el servicio al prójimo (cf. Jn 13,1-16).

Además de estos escritos que acabamos de ver del Nuevo Testamento, la Iglesia incluyó en él otros textos que, si bien habían sido redactados a finales del siglo I o a comienzos del siglo II, ella consideró que fueron inspirados por el Espíritu Santo, pues recogían fehacientemente el mensaje que Jesús trasmitió a sus discípulos. Se trata de la Primera y Segunda Carta de san Pedro, la Carta de san Judas, la Carta de Santiago y Hebreos.