Dom
3
Abr
2011

Homilía IV Domingo de Cuaresma

Año litúrgico 2010 - 2011 - (Ciclo A)

Jesús es la luz del mundo

Introducción

En nuestro itinerario cuaresmal alcanzamos el cuarto domingo. Tras las Tentaciones y la Transfiguración, el ciclo A que estamos siguiendo nos propone sucesivamente tres evangelios, los tres joánicos, claramente relacionados con el sentido pascual que conduce la cuaresma: la samaritana, el ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro. En ellos, el agua, la luz y la victoria sobre la muerte expresan simbólica y realmente quién es Jesucristo y, al mismo tiempo, quién es el cristiano: un iluminado por el Señor que, por el bautismo, ha pasado de la muerte a la vida y halla en él su identidad.

En este cuarto domingo de cuaresma la clave de la Palabra de Dios es la luz. La luz es una de las imágenes recurrentes para expresar la experiencia religiosa. Por oposición, nuestra imagen suele ir relacionada con la de la tiniebla y, en el desarrollo de la misma lógica, al binomio luz-mirada se contrapone el de oscuridad-ceguera. Toda la riqueza del campo semántico de la luz se halla presente en las lecturas de este domingo.

La luminosidad que caracteriza a Dios se refleja, entre otras cosas, en su mirada. La primera lectura (1 Sa 16, 1b.6-7.10-13a) nos lo recuerda en un relato singular y lleno de colorido: la unción de David como rey por el profeta Samuel. Dice en un momento dado el texto: La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón.

El evangelio de Juan (9, 1-41) nos explica, en un texto lleno de matices, el efecto del encuentro de la luz de Dios con el ser humano. Jesús es el mediador de este encuentro, por eso es proclamado la luz del mundo. El creyente es un iluminado por Cristo; gracias a él, ve, liberándose así de la ceguera que cierra sus ojos. En este proceso se aprende que la fe consiste en ver y que el que ve, porque cree en Jesús, se transforma en un hijo de la luz.

La segunda lectura (Ef, 5,8-14), precisamente, recuerda que los cristianos son hijos de la luz y que han de comportarse conforme a esa identidad (caminad como hijos de la luz… buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras de las tinieblas).