Dom
26
Ago
2012

Homilía XXI Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2011 - 2012 - (Ciclo B)

Tú tienes palabra de vida eterna, nosotros creeremos.

Introducción

Hace falta el paso de las generaciones, para dejar en el olvido los esfuerzos que condujeron a un pueblo a elegir a un dios por su liberación. La necesidad, la precariedad, y la esclavitud, muchas veces nos induce a volver la mirada hacia el Dios que ignoramos durante un largo tramo de nuestra existencia, y alzar nuestra súplica y oración puede calmar nuestra sed de justicia y paz. Algo que transforme nuestra conciencia de precariedad y esclavitud en un remanso de paz y sosiego. Una vez calmada nuestra necesidad, en forma de promesa cumplida, el olvido comienza a crecer en nuestra memoria, y olvidamos a quien nos ayudó o nos ofreció un camino de salvación. Esa transformación es como ver la vida o la realidad con otra mirada.

Si miramos atrás, en la época de la dictadura y la transición de nuestro país, la libertad por conquistar era mucho más motivadora que la libertad que viven hoy las generaciones más jóvenes. El hecho de no tener una motivación para conquistarla físicamente es, quizás, una muestra olvidadiza del esfuerzo y los sacrificios que otros, en el pasado, tuvieron que realizar para lograrla. ¿Es valorada la libertad hoy como ayer? ¿Se ha olvidado el motivo y el sentido de su existencia hoy, y del contenido de este derecho?

Las denuncias de hoy parecen nimias con visos alarmantes, y los medios de comunicación ¿qué nos muestran? Por el contenido de su programación, reflejan una sociedad cuya existencia humana parece aburrida de la libertad, o en nombre de ella se traspasan muchos límites, que también son derechos, pero menos valorados, como el respeto. Una programación basada en el cotilleo, en la llamada de atención egocéntrica y por el sólo afán de protagonismo. Tan sólo para llenar un aburrimiento cultural, “Tú eres o serás el protagonista, quieras o no”. Así vemos: a unos jóvenes buscando parejas en programas interminables; a otras familias contando sus verdades por dinero; otras pidiéndose perdón en los medios de comunicación, como si fuera las más heroicas de las hazañas, vendiendo su intimidad. Famosos idolatrados, y perseguidos por cómo viven, cuáles son sus infidelidades o sus delitos. Mientras todo esto entretiene nuestra hastiada libertad, cerramos la mente y la mirada para no ver la realidad económica que hoy está conduciendo a muchas familias a la precariedad, a la carencia de alimentos básicos, el derecho más prioritario u originario de un estado social.
En todos los estamentos y profesiones se ha establecido una persecución inquisitorial, bajo un pretendido convencimiento de hacer lo justo. Pero, sólo fue un camino para la mofa, la satisfacción de la envidia y un medio para un logro la esperada venganza. Toda una vía para hacer inalcanzable la estabilidad de la convivencia social. La cultura y la identidad desterrada de nuestra existencia.

Es esa misma existencia, la que nos reclama una postura más clara, o Dios es Dios en todas las ocasiones, en la precariedad y también en un estado de bienestar, o se nos indica un camino de elección. Así nos lo muestra Samuel, con el pacto de Siquén, buscando la unidad de las tribus, establecidas en Canaá, en lugar de la dispersión de culto, santuarios (,) y dioses.

Otro pacto, llevado a plenitud, fue el realizado por Cristo, que se entregó a su Iglesia para consagrarla desde el amor. Y son semejantes a ese amor ofrecido al nuevo pueblo de Dios, las relaciones que establecemos con vínculos de amor. La llamada a un amor mutuo, es reflejo del respeto por el amor que uno es capaz de ofrecer y recibir. Nadie puede odiar lo que es propio de su existencia, su propia carne. Pablo trasciende el amor mutuo que los seres humanos somos capaces de entregarnos, para comprender como plenitud, el amor que Cristo tiene por su Iglesia.

El Evangelio, nos introducirá en aquel espíritu que da la vida, y en esa carne que no sirve para nada. Esta visión, descrita anteriormente como esa cultura del cotilleo tan desenfadada que nos presenta los medios de comunicación, es esa carne que no sirve para nada. La mirada hacia el espíritu que da vida es una llamada, a pesar de la increencia, para despertar, de una vez, a la lucha real por la justicia. Escuchar el grito del hambriento, del perseguido, del que sufre, tiene que hacernos despertar de alguna manera.