Sáb
30
Mar
2013

Homilía Vigilia Pascual

Año litúrgico 2012 - 2013 - (Ciclo C)

¡Aleluya! Cristo, el Señor, ha resucitado ¡Aleluya!.

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

La abundancia de la Palabra de Dios en la Vigilia permite hacer un recorrido completo por la historia de la salvación. De este recorrido destacamos una perspectiva.

Todo se inicia con la Creación, acto gratuito y sorprende de Dios, que deja la impronta de bondad del Hacedor en todo lo creado (la luz y la vida). De manera especial, la criatura humana, hombre y mujer, llevan en sí la imagen de Dios. La palabra es el instrumento creador. El diálogo, pues, será la expresión de la buena relación de Dios con el mundo. Un diálogo que, desde el lado creado, capitalizará el ser humano. Desde esta óptica, la revelación y la fe son la palabra y la respuesta en la conversación Dios/hombre.

La ruptura de esta conversación por parte del ser humano (el pecado), supone su desdicha y esclavitud (la oscuridad). Sin embargo, el Dios creador y salvador no abandona la comunicación. La mantiene por medio de personajes emblemáticos (como Abraham) y termina por darle la figura de un pacto, de una Alianza, tras la maravillosa experiencia de la salida de Egipto de Israel en el éxodo. Dios se compromete a hablar y orientar al pueblo elegido y éste promete oír su voz y seguir las palabras de la Ley.

Con todo, la vulnerabilidad del pueblo y del ser humano quiebra sin cesar la conversación salvífica y la Alianza. Dada esta situación, la palabra de Dios, resonando por medio de los profetas, va perfilando la perspectiva de una nueva Alianza, de una Palabra de Dios última que hará posible el diálogo definitivo de la salvación (“esa Palabra no volverá a Dios vacía”). Esa Palabra cercana, diáfana y comprensible, llena del Espíritu de Dios, se hace realidad en el misterio de la encarnación: Jesús de Nazaret es la Palabra de Dios hecha carne, el creador de la Nueva y definitiva Alianza; es la luz y la vida, el restaurador y plenificador del diálogo de la salvación.

Jesús con su vida y en su enseñanza dice y hace presente la vida y la luz de la Palabra de Dios para el ser humano. Él muestra la viabilidad y la fecundidad de una conversación leal y sin interrupciones entre Dios y el hombre. Pero, para ello, ha de asumir las consecuencias de la ruptura (pecado) del diálogo entre el Creador y la criatura. El amor de Dios en Jesús es tan grande que el Nazareno carga con la cruz del desprecio, del odio, del olvido de Dios, para transformarla en cruz gloriosa, conversación luminosa y de vida entre Dios y la humanidad. La Pascua manifiesta esta dinámica misteriosa e impresionante que, ahora, permite no sólo reanudar el diálogo humano con Dios en Jesús, sino descubrir toda la luminosidad y fecundidad que de él se derivan y que, finalmente, desarrolla, realiza y humaniza a la criatura en su verdad.

El bautismo, el nacimiento del agua y del Espíritu, es el gesto que sella en el ser humano la experiencia de la Pascua y que configura, reviste y conforma al bautizado con Jesucristo. El bautismo asemeja al cristiano con Cristo y, por tanto, lo cualifica para ser un hijo de la luz y de la vida. La marca bautismal ya no se borra. Ella prolonga el diálogo de la salvación en la misión y el testimonio de la Iglesia.

La escena del sepulcro vacío según Lucas corona todo este recorrido. Las mujeres al rayar la luz del alba visitan el lugar de la muerte (el sepulcro de Jesús) y lo hallan vacío. No saben qué pensar. Necesitan de las palabras de los dos seres angélicos para entender que Jesús ha resucitado. Pero él ya lo había anunciado. Entonces recuerdan. La memoria de la Palabra de Dios ayuda a entrar en el diálogo de la salvación. La Palabra evocada da luz y, además, orienta la vida en la línea de una misión y de un testimonio que cumplir.

La Palabra de Dios, que lo creó todo, es Cristo y ha vencido la muerte y la oscuridad. Ella es la luz de los hombres y por ella fue hecho todo. Ella es el sentido de la vida de los cristianos. Los cristianos han de dar testimonio de la Palabra ante el mundo. La celebración de esta Pascua nos invita a hacerlo con toda la esperanza posible y con la fuerza de una comunidad eclesial renovada en su ser pascual/bautismal más profundo.