Dom
12
Sep
2010

Homilía XXIV Domingo del Tiempo Ordinario

Año litúrgico 2009 - 2010 - (Ciclo C)

Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • Dios nos ama

Solo un amor muy fuerte explica y justifica el perdón y la misericordia, y de un amor infinito es natural que salga un infinito perdón. Ese amor, tan retratado a lo largo de todo el Antiguo Testamento, culmina en Jesús (“tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo…” Jn 3,16) y es colocado por Jesús como centro de la actividad divina en su predicación. Y en ese amor sin medida no caben minucias, descuentos ni débitos.

Las personas sí tenemos nuestras medidas y en nuestros relatos, aunque nos refiramos a Dios, de modo inconsciente, hacemos referencia al amor humano, que siempre es limitado e imperfecto, por muy grande que sea. Y pensamos que el amor de Dios podría ser igual. De ahí ese diálogo de Moisés con Dios suplicando el perdón.

  • Padre ¿me admites de nuevo?

Jesús es la encarnación humana de ese amor de Dios y de su perdón ilimitado. Y cuando pensamos en lo que Dios nos ama, tenemos que olvidar los ejemplos humanos porque a veces no nos sirven, o sublimarlos hasta tal grado que escapan a lo humano, como ocurre con estas parábolas, sobre todo con la del hijo pródigo, o la del hijo mayor que también es perdonado en su frialdad, orgullo y distanciamiento.

Las parábolas del amor, son un retrato del amor perfecto, incompatible con ruindades y egoísmos… son en definitiva una meta en el camino de los que queremos ser seguidores de Jesús. Lo nuestro debe ser gozarnos en ese amor, confiarnos a él y seguir la marcha. A Jesús, encarnación del Dios amor, le acusan de sentarse con los pecadores, es decir, de amarles tanto como para desafiar las incomprensiones ajenas y los comentarios malintencionados de fariseos y escribas… pero la razón es fundamental: ama. A su lado, nuestros “amores” se parecen tanto a miedos y prudencias, a componendas con intereses dobles, que nos da vergüenza decir que es “por amor”.

Lo terrible es sentirse satisfecho y creerse buenos; lo cristiano es no hablar y no exigir a cambio… simplemente “intentar amar” y lo demás vendrá solo, aunque a veces venga con la incomprensión de los demás.

Dios no se pronuncia, Dios no se revela nunca mejor, que cuando perdona. Por eso, los que conocen y aman a Dios celebran una gran fiesta en el cielo.

  •  ¡Felicitadme!

Es lo que tendríamos que decir después: “¡felicitadme!”; y felicitarnos, porque hemos encontrado tantas cosas perdidas de nuestra vida, sobre todo, la más importante: el amor que Cristo nos da al tenerle a nuestro lado.

Éramos la oveja perdida y Dios nos ha encontrado… Habíamos perdido una moneda, y la hemos encontrado… Nos habíamos marchado de la casa paterna y hemos encontrado el camino para volver… Hemos encontrado un tesoro si de verdad somos capaces de decir ¡felicitadme! porque esta palabra está llena, repleta de gracia y de amor.

Estos caminos y búsquedas son nuestras experiencias no agotadas, sino muy repetidas hasta sentir el hambre del Padre, que siempre espera y busca hasta cruzarse en nuestros caminos.

Nosotros, los humanos, solemos exigir muchísimo; Dios no, sólo pide que volvamos… “setenta veces siete”. Eso es todo, y como nos recuerda san Pablo: “Dios se fía de mí… Derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor cristiano”.
Y si alguna vez nos sentimos solos y vacíos y nos preguntamos, por cualquier circunstancia ¿dónde está Dios? miremos a nuestro interior, a nuestro corazón, porque quizás está él también sufriendo en nosotros y con nosotros; Dios está siempre junto al que sufre, aunque sea en silencio.