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Claves para una teología de la ternura

19 de febrero de 2014

La última sesión de las Conversaciones de San Esteban de este curso corrió a cargo de Víctor Morla Asensio, especialista en los libros Sapienciales de la Biblia, ha sido traductor y comentarista de cuatro de las traducciones oficiales de la Biblia al castellano.

Victor Morla. Conversaciones de San EstebanVíctor Morla Asensio, es especialista en los libros Sapienciales de la Biblia, ha sido traductor y comentarista de cuatro de las traducciones oficiales de la Biblia al castellano (Casa de la Biblia), la de la Biblia de Jerusalén, la biblia ecuménica y, recientemente, la de la comisión episcopal española, que fija el texto de las lecturas litúrgicas. Entre sus importantes contribuciones a la investigación bíblica, tanto en sus aspectos filológicos como teológicos y literarios, queremos destacar: Poemas de amor y deseo: Cantar de los Cantares; Lamentaciones; Libro de Job, 2 vols.; Proverbios; y el más reciente: Los manuscritos hebreos de Ben Sira.

En su charla, que tituló “Claves para una teología de la ternura”, sobre el Cantar de los Cantares, cierra el ciclo “Los pasos del hombres, las huellas de Dios. El mundo literario y la sensibilidad religiosa” del curso 2013-2014, Víctor Morla comenzó diciendo: “En una de sus alocuciones, el papa Francisco decía que urge para el mundo una revolución: la revolución de la ternura. Y eso lo decía un anciano que sabe acariciar, abrazar y besar. Y ha sido precisamente esta actitud del papa la que me ha animado a escribir estas líneas”.

A continuación, a modo de introducción, señaló que cuando los primeros prehomínidos se desprendieron de su soledad creatural y de su anonimato metafísico al abrirse a la alteridad y llegar a la comprensión de su ser-con-otro, emprendieron una prodigiosa historia: la del conocimiento, la de la comprensión de lo existente y fueron incubando la convicción de que algo o alguien era capaz de explicar su vinculación con el resto de la realidad. Es decir, comenzaron a sentirse interpelados. De manera sorprendente, el ser humano adquiere conocimiento pleno de su ser cuando sale de sí mismo. Una salida de sí que plasma en un tímido cultivo de las artes y sobre todo en la aparición del lenguaje. Es entonces cuando el primitivismo horizontal deja paso a la verticalidad. Es entonces cuando el ser humano es consciente de que forma parte de lo creado y que al propio tiempo es su intérprete. Lo dice el salmista: “Cuando miro el cielo, obra de tus dedos…, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?”. Expresa así su verticalidad y comienza a descubrir su ser relacional: “Yahvé es bueno y tierno con todas sus creaturas”; “El amor y la ternura de Yahvé son eternos”; “Dad gracias a Yahvé porque es bueno, porque es eterno su amor”…

El Antiguo Testamento habla con mucha frecuencia de las “entrañas” del Dios bíblico: rahamin. La forma singular de este plural hebreo (rehem) es un atributo físico de la mujer: el útero. Los escritores bíblicos recurren a la fisiología femenina para describir la ternura compasiva de Yahvé.

A partir de aquí, el conferenciante comenzó a desgranar preguntas: “¿Por qué se han ido perdiendo por el camino, a lo largo de la historia, todas estas ricas connotaciones? No hago ningún descubrimiento al afirmar que en la historia de la piedad cristiana se ha recelado con demasiada frecuencia de las manifestaciones ajenas al amor espiritual, de esos “oscuros aledaños” donde son cultivados el afecto, el cariño, la ternura. En tales circunstancias, propongo que reflexionemos a partir de un libro de la Biblia donde el amor humano (también erótico) sirve de imagen del amor de Dios.

Desde esta perspectiva propone la recuperación del Cantar de los Cantares, una de las cumbres universales de la lírica amorosa: “Aparte de que sus frescos y vigorosos versos han inspirado a un interminable cortejo de poetas de todos los tiempos, la ambigüedad de sus atrevidas imágenes ha fascinado a toda una legión de místicos, que han incorporado al lenguaje sobre Dios. Pensemos, sin ir más lejos, en nuestro san Juan de la Cruz”. “Pero ¿no conocen realmente los creyentes el Cantar de los Cantares? ¿Por qué este hermoso libro sigue siendo la Cenicienta en el hogar de las Iglesias cristianas?”

Con estas preguntas de fondo se adentró en los cuatro tipos de interpretaciones que ha ido teniendo esta obra (alegórica, natural o lírica, dramática y mítico-ritual) para centrase en las dos primeras, en el análisis de los actores y espacios y, sobre todo, en el análisis de los tres momentos o etapas compartidas por la experiencia religiosa y representadas en el plano erótico: la contemplación (“¡Qué lindos se ven tus pies…, / tus caderas…, / tu sexo…, / tu vientre…, / tus pechos…, / tu talle…!”); la invitación (“¡Ven, amado mío, / salgamos al campo, / pasemos la noche en los aduares! / De mañana iremos a las viñas, / a ver si la vid está en cierne, / si se abran las yemas, / si florecen los granados. / Allí te entregaré / el don de mis amores…”); la posesión (“Yo dormía; velaba mi corazón. / La voz de mi amado llama: / ‘! Ábreme, hermana, amiga mía, / paloma mía, sin tacha¡ / Mi cabeza está cubierta de rocío, / mis bucles del relente de la noche”… / Mi amado metió la mano / por el hueco de la cerradura: / mis entrañas se estremecieron.”

Victor Mora. Conversaciones San Esteban¿Cuál es el mensaje del Cantar de los Cantares? Más allá de la libertad sexual que dice gozar la sociedad actual y de la turbamulta de sexólogos, esta colección de poemas de amor a la que llamamos Cantar de los Cantares ofrece elementos de reflexión sobre la dignidad del erotismo y del amor sexual. Frente a una concepción negativa de la sexualidad a lo largo de la historia en la que, a lo sumo se toleraba, el Cantar nos enseña que el amor sexual, por su naturaleza, ha de verse libre de imposiciones y que en esa libertad radica su grandeza, su dignidad y su bondad. Pero se trata de una libertad disciplinada, disciplina no impuesta desde fuera con el ánimo de manipular cerebros y conciencias sino de una disciplina intrínseca al propio impulso amoroso. Esa disciplina se manifiesta en dos aspectos:

La primera vertiente de la disciplina amorosa es que en el Cantar de los Cantares el deseo de los amantes nunca se convierte en posesión o imposición: se excluye la cosificación del otro, la brutalidad de la violencia y la seducción maliciosa; siempre apela a los libres sentimientos de la pareja. El deseo, aunque poderoso, siempre deja espacio abierto a la respuesta libre. La finalidad del amor sexual en el Cantar de los Cantares consiste en conducir a dos personas a la intimidad de un encuentro espiritual y físico total. Cada una de ellas es para la otra. Cada cual goza en cuanto que es fuente de placer para el otro. La sabiduría del eros genuino está en llegar a la convicción de que sólo la felicidad del otro me hace a mi feliz. El respeto y la disponibilidad transforman precisamente el sexo en eros creativo y maduro.
La segunda vertiente de esta disciplina amorosa, que se caracteriza por la recreación poética de espacios abiertos, estas sensaciones altamente positivas, sin embargo se relacionan también con un espacio cerrado y la mención de ciertos elementos negativos que sirven de contrapeso a aquellos: la joven es un jardín cerrado, una fuente sellada. Su aposento tiene una cerradura, una muralla… En fin, la ambigüedad de la relación amorosa no es un descubrimiento de la psicología moderna. Los poetas del Cantar sabían que la pasión puede ser cruel, hacer cautiva a la gente, acarrear golpes y heridas, causar trastornos emocionales. Aunque e amor es agua viva, se ve amenazado por aguas torrenciales… Por eso el amor sexual exige una disciplina que genere vida y madurez, que no acabe consumiendo en su fuego a la pareja…

Y tras esta lección humana sobre el amor, la lección teológica sobre Dios y el amor humano. Dios creó al ser humano hombre y mujer…; el amor de los amantes es el símbolo del amor de Dios por el ser humano. Amar como Dios nos ama implicaría el desarrollo y la implantación de una teología de la ternura. “Cultivar sin miedo los sentimientos favorecería el desarrollo y la madure humanos y sociales, pues Dios es el referente ‘natural’ y el garante último de los sentimientos humanos”. Estas palabras dan paso a la conclusión: una ternura interactiva: “El cultivo de la ternura tiene que sortear una barrera de escollos, que aflora durante el proceso socializador del ser humano. Curiosamente, la valoración del afecto y el cariño es más patente en la infancia y la ancianidad. Entre estas dos etapas de la vida la persona va inconscientemente acorazando su corazón para defenderse de supuestas agresiones de afectos exteriores que podrían erosionar su proyecto de vida personal…"

Y una aclaración final: “Al hablar de ternura no me estoy refiriendo al simple gesto ritual de acariciarse o abrazarse (que también a esto), sino principalmente a una ternura que se desborde por el tejido social y lo empape, y que de esa humedad emocional brote la vida. Estoy pensando en la actividad de Vicente Ferrer en la India. Recuerdo, todavía conmovido, su encuentro con una niña paria. La acarició, la besó y le dijo: ‘Vales más que todo el dinero del mundo’. Un momento mágico, sin duda, en que dos manifestaciones de ternura se funden para gestar algo nuevo. Y a esto llamo ternura interactiva…”

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