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La huella de Dios en la literatura árabe

13 de diciembre de 2013

Sexta sesión de las Conversaciones de San Esteban, con la profesora Montserrat Abumalham, Catedrática de árabe de la Univ. Complutense con la conferencia "La huella de Dios en la literatura árabe”

La huella de Dios en la literatura árabe

Montserrat Abumalham, doctora en filología semítica y licenciada en filología francesa, es catedrática del Departamento de Estudios Árabes e Islam de la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid. Directora de la revista Anaquel de Estudios Arabes (UCM) y vicepresidenta de la Sociedad Española de Ciencias de las Religiones (SECR). Sus libros más recientes, imprescindibles para nuestro conocimiento de la cultura árabe, son: Comunidades islámicas en Europa (1995). Textos fundamentales de la tradición religiosa musulmana (2003), El Islam. De religión de los árabes a religión universal (2007).

En las Conversaciones de San Esteban desarrolló el tema que le habíamos encomendado: La huella de Dios en la literatura árabe. Muchos consideran que el Corán no es propiamente una pieza literaria, posiblemente en atención a su carácter de texto revelado. Sin embargo, el Corán no es únicamente un texto religioso revelado y fundacional. Aunque la tradición musulmana lo haya considerado un texto directamente inspirado y por ello inimitable, es un texto literario profundamente incardinado en una muy profunda tradición escrituraria. Por ello, es así mismo, una pieza fundamental en el desarrollo de la prosa, un texto que inaugura la prosa árabe. Su carácter de modelo inimitable favorece la permanencia de la poesía.

Siendo obra divina, el Corán es una muestra imprescindible de la imagen de Dios y sus textos o bien son expresión directa de Dios o bien nos lo definen en sus atributos. La poesía, por su parte se verá influida por el giro adoptado por la comunidad de los árabes tras la recepción de la revelación. No obstante, serán autores marginales en su experiencia espiritual los que mejor reflejarán la huella de Dios. Dicho de otro modo, Dios aparece de manera particular en la obra de poetas ascéticos y místicos, y en cambio, en los poetas religiosos aparece de una forma más tópica uy menos apasionada.

El rostro de Dios en el Corán es multifacético. Hay un dios sensible, delicado, comprensivo de las debilidades humanas, junto a otro justiciero y feroz. Hay un dios de la naturaleza, los montes, los ríos y los relámpagos; un dios con manos y boca, frente a un dios lejano, carente de materia, al menos de una materia comprensible y susceptible de ser percibida por el ser humano. Dios se esfuerza por revelar su voluntad de manera clara y comprensible mediante relatos narrativos: En la azora de José, que cuenta la historia del hijo de Jacob y de cómo lo venden sus hermanos, se pone de manifiesto cómo Dios elige a quien desea para que sirva de modelo a los creyentes. El relato nos muestra que el Dios sensible a la debilidad humana es también el Señor de todo lo creado. Pero también aparece el Dios vengativo, que persigue a los que no le obedecen, a los que atacan a sus fieles y, en ello, se comporta como el fiero jefe de la tribu, tierno y providente con los suyos, pero feroz con los que atacan a los miembros de su clan… Sin embargo el mejor retrato de Dios lo constituye la Fatiha, primera azora del texto coránico, texto utilizado por los creyentes como oración frecuente:

“En el nombre de Dios, Todo Misericordia. Gloria a Dios, Señor de lo visible a invisible, Comprensivo y Misericordioso, Rey en el día de la Justicia. A Ti adoramos y en Ti confiamos. Condúcenos por la vía recta, la senda que han seguido aquellos que gozan de tu favor y no la de los que Te ofenden ni la de los extraviados”.

En los primeros tiempos del Islam, aunque había muchos poetas, éstos pierden parte de su presencia e influencia social al ser denigrados por el Enviado de Dios como embusteros, debido a la afición a las metáforas e hipérboles. Sin embargo, este rechazo por parte del Profeta no dura mucho tiempo pues comprende que no puede ir contra el gusto por la poesía y los admitirá como sus propios panegiristas.

En los siglos de esplendor del Islam, en la época Omeya, cuando la religión es parte del aparato del poder, tendrá la función de legitimar a éste, pero no se desarrollará una imagen de Dios cercana y sugerente que pueda ser cantada por los poetas. De ahí que, para hallar la huella divina, debamos dirigirnos a personalidades que se mantienen al margen de los centros del gobierno. Los ascetas y místicos serán los que nos den una imagen muy cercana al espíritu del Corán:

“Si os ocurriera algo terrible que no pudiérais evitar, /
No tengáis temor de lo que Dios ha decidido y soportadlo”.

Esta poesía ascética derivará en poesía mística y perdurará a lo largo de la literatura árabe: En los siglos centrales de la Edad Media, hallamos un buen plantel de poetas que expresan su amor a Dios y lo que significa recurriendo a géneros que gozan de poco reconocimiento e incluso persecución por parte de los hombres de religión: la poesía báquica y la poesía amorosa. Estos dos pilares de la poesía profana es una especie de provocación al transformarse en boca de los místicos en modos de nombrar a Dios y a su amor y cercanía. Hay que recordar que en el Islam no sólo está prohibida la embriaguez sino también la simple ingesta de vino. Los poetas místicos presentan, pues, a un Dios que acepta la intimidad con el ser humano que se une a él en un lazo amoroso lleno de pasión. Ese amor, tan embriagador como el vino, produce en quienes aceptan el contacto directo con Dios una especie rebeldía, de rechazo al modo establecido de contemplar lo religioso, cargado de ritualismos. Podríamos decir que el Dios de los místicos es un ser provocador y que pone en cuestión constantemente las normas que imponen los hombres de religión. Así, el egipcio Ibn al-Farid, uno de los mayores poetas místicos comienza un extenso poema:

“Evocando con vino al Amado, bebimos hasta embriagarnos /
cuando aún la viña estaba por crear. /
La copa es como un sol… /
i vibra en el ánimo de alguien, la alegría lo posee /
y le abandona el pesar. […] /
Mi espíritu fue por el vino cautivado y fuimos uno solo, /
pero ninguno por el otro poseído.”

La poesía mística tendrá en Al-Andalus numerosísimos ejemplos. Uno de ellos, al-Shushtari, recurre al género amoroso:

“Por Dios, por Dios, los hombres enloquecen de amor al Amado. /
Dios, Dios, en mí está presente, cercano a mi corazón.
disfruta nombrando a tu Señor, sigue la huella, /
alégrate y vive gozoso entre los hombres”.

La intimidad con que estos poetas hablan de Dios se aleja mucho de una vivencia de fe ritualista y apegada a las normas… Los propios poetas pierden el sentido del decoro, ignoran lo que es un pecado o lo que avergüenza a la sociedad en la que viven, pues están tan llenos de Dios que cualquier otra cosa les es ajena…

La literatura moderna y contemporánea son las que imprimirán un gran giro a esta realidad. Se da un cierto ascetismo, e incluso un impulso místico que aparece en muchos poetas contemporráneos, auqneu en muchos casos se trata de la expresión del desencanto o de las quejas por la situación que padece el mundo árabe en el úlimo siglo. Es el caso del poeta egipcio Salah Abd al-Sabur:

“¡Oh Señor! ¡Señor mío! /
Tu me diste a beber, cuando tu copa /
Pasó por mi tierra. / Me obligaste a callar. Y aquí estoy: /
Mordiéndome, asfixiado, los secretos /
[…] Tumba, habla. Contadme, despojos /
¿Acabó la muerte con los sueños? ¿ha muerto el amor? /
¿Quién lleva muerto un año y quién un millón, /
o es que el tiempo en las tumbas se convierte en nebulosa?”.

O el sirio Nizar Qabbani:

“Lloré hasta que se agotaron las lágrimas. /
Recé hasta que se fundieron los cirios. /
Me prosterné hasta que me aburrieron las postraciones. /
regunté por Mahoma, en ti, por Jesús. /
¡Oh Jerusalem! ¡Oh ciudad que exhalas profetas! /
¡Oh tu, la senda más corta entre la tierra y el cielo! /
¡Oh Jerusalem! ¡Oh faro de las leyes! /
¡Oh hermosa muchacha de ardientes dedos! /
Tus ojos están tristes, ¡oh ciudad de la Virgen! /
¡Oh umbrío oasis por el que pasó el Profeta/
Tristes están las piedras de las calles, /
Tristes están los minaretes de las mezquitas, /
¡Oh Jerusalem, oh hermosa vestida de luto! /
¿quién tocará las campanas de la Iglesia del Santo Sepulcro
Los domingos por la mañana?
¿Quién llevará juguetes a los niños en Nochebuena?
¡Oh Jerusalem! ¡Oh ciudad de las tristezas! …

Montserrat Abumalham, después de leer numerosos poemas actuales, concluyó diciendo: “Podemos observar que en la sensibilidad de los poetas del siglo XX y en los contemporáneos no existe una diferencia radical entre el Dios del Corán y el del Cristianismo. La figura de Jesús redentor y salvador aparece quizá como la mejor expresión del deseo de una intervención de la divinidad en un mundo convulso y cargado de una violencia que se ceba en los más pobres y los más débiles. En cierto modo, ese Jesús, signo máximo del amor de Dios y de su misericordia encaja perfectamente con el sentimiento expresado en el Corán de que Dios es todo Misericordia y Justicia”.

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