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Fray José Antonio Martínez Puche, protagonista de un asalto a mano armada al Seminario de Abidjan

11 de diciembre de 2012

En la noche del 2 al 3 de diciembre, el dominico y periodista José Antonio Martínez Puche estuvo entre la vida y la muerte. Durante tres largas horas de terror y violencia sufrió en primera persona el asalto de tres jóvenes armados al Seminario de Abidjan, en Costa de Marfil. El suceso ha conmocionado a los católicos marfileños.

Fray José Antonio Martínez Puche, protagonista de

-“Uno, dos y tres”: fueron las cuatro palabras, -en francés, UN, DEUX ET TROIS- que Martínez Puche pensó que iban a ser las últimas que oiría en esta vida. Las pronunció un atracador, empuñando un revólver de gran calibre, directamente pegado a la sien izquierda del P. Thomas Kubala, polaco, Rector del Seminario “Redemptoris Mater” de Yopougon-Abidjan (Costa de Marfil), hacia las 00,40 horas del lunes, 3 de diciembre de 2012. El P. Thomas estaba tendido en el suelo de su cuarto de baño, con un fuerte golpe en la cabeza, que ya cubría de sangre toda su cara, y seguía fluyendo lentamente. Junto a él, estaban un seminarista marfileño y fray José Antonio Martínez Puche, dominico, actualmente Director Espiritual del Seminario. Siguiendo órdenes de los ladrones, estos dos estaban sentados en el suelo, con la espalda apoyada en la pared. A sus pies, tendido en el suelo boca abajo, el P. Rector, que también había sido conducido por el bandido hasta su cuarto de baño, después de interminables minutos en su despacho, donde fue durísimamente herido con un golpe del revólver en la cabeza, dejando un gran charco de sangre en el suelo.

El P. Thomas, según cuenta Martínez Puche, repetía insistentemente esta oración: Señor, guarda la vida de los seminaristas, guarda la vida de los seminaristas. Fue el momento culminante de un drama que había comenzado a las 23:15 del domingo, 2 de diciembre, en la calle del Seminario, a pocos metros de la entrada. Fray José Antonio había salido a hacer un paseo-marcha de paso ligero por la calle iluminada, adjunta al Seminario, como hace cada noche, siguiendo los consejos de los endrocrinos que han tratado su diabetes en Madrid. Estaba rezando el rosario, cuando, de repente, le abordaron bruscamente tres jóvenes de unos 25 años. Uno de ellos, empuñando un revólver de tamaño considerable que fijó en su sien derecha, y agarrándole fuertemente la camisa por el pecho, le gritó: -¡¡No grites, no grites!!

Los asaltantes, tras una serie de golpes y empujones, le obligaron a entrar dentro del edificio del Seminario y amenazaron a los jóvenes seminaristas (entre ellos dos españoles) y al Rector. Se llevaron todo el dinero que encontraron, sorprendidos y enfadados porque era una cantidad ridícula. Se llevaron los ordenadores, los teléfonos móviles, los relojes, y destrozaron un montón de material, entre otras cosas, los colchones de las camas buscando un dinero que no había. Hirieron a dos seminaristas y al Rector.

Encontraron un rosario de oro muy especial: el rosario que llegó a Camerún junto al cuerpo sin vida de la hermana de un seminarista camerunés. Esta, desde Bruselas le había prometido, un mes antes, “un regalo muy especial” para cuando recibiera los ministerios previos al diaconado: el mismo día de la celebración llegaba el cadáver de su hermana y el rosario. Cuando el seminarista les suplicó que se lo dejaran, le amenazaron de muerte.

El comportamiento de todos los seminaristas fue ejemplar: estos jóvenes podrían haber plantado cara a los otros jóvenes que venían a atracarlos. No por cobardía, sino por convencimiento, todos optaron, no por contestar a la violencia con violencia, sino por no ofrecer ninguna resistencia al mal que les estaban haciendo los bandidos. Seguro que pensaron en la imagen del futuro Mesías que ofrece el profeta Isaías (53,7): Como cordero llevado al matadero, no abrió la boca.

Sorprendentemente, tras aquellas palabras, con la boca del revólver pegada a la sien de Thomas -UN, DEUX, ET TROIS-, el bandido salió del cuarto de baño y, al parecer, de la habitación rectoral. Ante el silencio que les rodeaba, el seminarista salió para cerciorarse de que todo había terminado. Así fue. Los ladrones habían escapado con su abultado botín. Pero lo más importante, la vida humana de todos, seminaristas y formadores, se había salvado. Y la vida del alma, que vale más, había crecido considerablemente en unión con Cristo. Tras comprobar que todos estaban vivos, llevaron a los dos heridos al Hospital y avisaron a la policía.

En los días siguientes al asalto, los seminaristas y sus formadores, en la Eucaristía, rezaron por los asaltantes y pedían insistentemente al Señor que bendijera a sus familias, a sus esposas e hijos si los tenían y también a sus padres.