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Cuando se está mucho tiempo fuera de casa no es extraño decir u oír algo así como: “¡qué bien está uno en su casa!” A la casa volvemos cuando hemos acabado nuestros quehaceres de cada día y ahí nos encontramos con los que amamos y ahí celebramos, ahí lloramos y reímos
No es una necesidad solo de nuestro tiempo, siempre ha sido saludable tomar distancia, ser espectador y analizar, tomar conciencia de la vida que vivimos, de los datos que manejamos, de los valores en los que creemos y de las valoraciones que concedemos, de nuestra realidad: la de cada uno y de todo lo que le rodea.
Sentarse a la mesa todos juntos para comer, para charlar, para resolver conflictos, para diseñar proyectos, para firmar compromisos, por razones materiales. Sentarse a la mesa por razones vitales, unos a otros nos enriquecemos cuando compartimos, estamos juntos, alimentamos las propias necesidades: presencia, hospitalidad, compañía, palabra, cuidado, afecto y amistad.
En las ciudades, somos testigos de la realidad de hombres y mujeres durmiendo en la calle, en los portales de comercios y bancos, en los espacios hondos de las entradas de los edificios, ahí se montan, con cartones, su zona para descansar, para protegerse… todo lo verán desde el suelo y hace mucho frío.