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Vida religiosa, vida eucarística

2 de mayo de 2017
Vida religiosa, vida eucarística

Sínodo de los obispos. XIª asamblea general ordinaria. Instrumentum laboris, IVª parte: Eucaristía y misión de la iglesia personas y comunidades eucarísticas (nn. 75 –76)

La doctrina y la experiencia de los santos nos «contagia» y, por así decir, nos «enciende» (Cf. Ecclesia de Eucharistia 62). Santo Tomás de Aquino, teólogo eximio y cantor apasionado de Cristo eucarístico, nos ayuda a comprender el misterio de la Eucaristía como MEMORIA (prefigurada en el cordero pascual, su origen hay que colocarlo en la pasión de Cristo); PRESENCIA (hace presente la pasión de Cristo y contiene al mismo  Cristo);  ANTICIPO  (es  puente  que perfecciona en orden al fin y en ella se abre la puerta del cielo).

Cuando el Doctor Universal habla de la VIDA RELIGIOSA usa análogamente el mismo esquema:

•    MEMORIA - La consagración religiosa está prefigurada en los holocaustos de la Ley Antigua: El ‘holocausto’ era el más perfecto entre los sacrificios; todo se quemaba en honor de Dios y nada de él se comía (S. Th. 1-2, q. 102, a. 3, ad 8, ad 9, ad 10).
•    PRESENCIA - La consagración religiosa se realiza en el sacrificio de Cristo que se hace presente en la Eucaristía: Todo lo que el hombre tiene, todo lo que vive, todo lo que sabe, si se ofrece a Dios, es holocausto (De perfectione spiritualis vitae, cap. 12). Los religiosos se ofrecen a sí mismos, y a Dios, a modo de cierto sacrificio, en cuanto a las cosas por la pobreza, en cuanto al cuerpo por la continencia, y en cuanto a la voluntad por la obediencia (Contra gent. Lib. III, cap. 130, n. 6). La perfección de la vida presente consiste en dedicarse más libremente y adherirse totalmente a Dios (S. Th. II-II, q. 184, a. 5, c.; q. 186, a. 6, c).
•    ANTICIPO - La consagración religiosa es en la tierra anticipo de los bienes futuros. Ello implica el compromiso de tender a la perfección de la caridad o del amor de Dios en el cual consiste máximamente el último fin (S. Th. II-II, q. 186, a. 1 c.).

Continuando esta bella analogía «EUCARISTÍA – VIDA RELIGIOSA», en la Plegaria Eucarística se mencionan las acciones de Jesús: tomó pan, lo bendijo , lo partió y lo dio.

Por la misericordia de Dios hemos sido escogidos para participar en la vida de Jesús. Los apóstoles fueron ‘llamados’ y seguían teniendo sus propias ideas, ambiciones y expectativas. Así percibimos en nosotros también los ecos del
 
mundo ‘en el cual’ y ‘desde el cual’ hemos sido ‘tomados’. Las mujeres que siguen a Jesús en el evangelio parecen haberse acercado impulsadas por el amor a Dios que descubrieron en su corazón, así expresan de modo original la dimensión eucarística de la vocación a la vida consagrada.

Fray Pierre Claverie, Obispo Dominico cuya sangre ha sido derramada en Argelia (+ 1º.08.1996), decía que, más que el sentido del pecado, en mayor medida hemos perdido el sentido del amor y de la misericordia de Dios; nuestros desequilibrios proceden más bien de este olvido de la misericordia de Jesús que nos ha tomado en sus brazos.

Jesús da gracias al Padre por nuestra respuesta a la llamada y nos bendice. La confirmación por parte de la Iglesia de nuestra profesión da objetividad a la bendición divina que hemos recibido. En una sociedad que parece no sentir la necesidad de la vida religiosa y que quizás nos considera ejerciendo una función social o meramente utilitaria, el hecho de haber sido bendecidos por Jesús nos da la certeza de que estamos en el corazón mismo de la Iglesia y en el centro del misterio que celebramos en la Eucaristía. En un mundo de personas ‘sin raíces’ esa bendición significa que la vida religiosa está enraizada en la misma vida íntima de la Trinidad.

El dar está precedido por el partir. Cada día vivimos el proceso doloroso de la purificación. Aquello que no se convierte en presencia transfigurante de Dios se rompe (destruye) para que podamos luego ser entregados por Jesús al mundo. El romper nuestras resistencias interiores y nuestras innatas insuficiencias, precede la distribución del don divino. Nuestras debilidades son la cruz más grande que debemos llevar. Experimentamos primero en nosotros el dolor por nuestros pecados y el amor de Cristo que es más grande que nuestro pecado. Como sucedió ‘camino de Emaús’, el horror, la confusión y el dolor de la cruz adquieren sentido cuando son iluminados por la Palabra de Dios y en la Fracción del Pan. Jesús murió para abrir nuestros ojos y para que la muerte fuera vencida definitivamente.

En nuestra vida y misión necesitamos pasar por la experiencia pascual. ¡Es normal que en la Iglesia existan momentos de crisis y de purificación!

Los religiosos y las religiosas, llamados a ser ‘vino que alegra el corazón’ quizás ofrecemos en ocasiones más bien el vinagre de la auto conmiseración, del conflicto, de la indiferencia, o aún del desprecio de las cosas de Dios para gozar del propio poder. A veces podemos promover también una tolerancia que -lejos de la mirada divina- puede convertirse en hipocresía (Cf. Benedicto XVI, Homilía del 2 de octubre 2005 en la Inauguración del Sínodo).

La alegría de la conversión brota al reconocer nuestras miserias, nuestras ambiciones inconscientes y al mismo tiempo la infinita misericordia del Señor sin la cual nada podemos hacer. La fecundidad de nuestra misión depende de Dios y la calidad de nuestro servicio se manifiesta en la calidad de nuestra vida comunitaria pues la caridad bien entendida empieza en nuestra casa.
 
Santa Catalina de Siena en su lecho de muerte suspiraba: «Estén seguros que he dado la vida por la santa Iglesia» (Cf. Beato Raimundo de Capua, Vida de santa Catalina de Siena, Lib. III, c. IV).

Con  ella  también  los  religiosos  y  religiosas  ofrecemos  hoy  nuestra   propia «plegaria eucarística» expresión de un ferviente deseo: “Dios eterno, recibe el sacrificio de nuestra vida en favor del Cuerpo místico de la santa Iglesia. No tenemos otra cosa que darte sino lo que tú nos has dado. Toma nuestro corazón y estrújalo sobre la faz de esta tu Esposa” (Cf. Carta a Urbano VI, nº 371)



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