Recursos


Revista CR: Contemplar. “Comprender y conocer el amor que supera todo conocimiento” (Ef 3, 18-19)

2 de noviembre de 2021
Etiquetas: Revista CR

Revista CR: Contemplar. “Comprender y conocer el amor que supera todo conocimiento” (Ef 3, 18-19)

La contemplación: identificarse con la razón de ser de la propia vida.

Estamos perseguidos por todos los lados con noticias, anuncios, promociones… hostigados, sin tiempo para pensar, sin tiempo para valorar y tener conocimiento y tomar conciencia, para elegir, optar.    Es un problema, de contenido y de forma. El hecho de la información se ha convertido en un espectáculo. Somos testigos de que los medios de comunicación hacen espectáculo de los acontecimientos, noticias en general, y, para más inri, cuanta más “sangre” mejor. Constatar que todos los medios (sin distinción) manipulan el contenido en función del éxito que se pretende conseguir, ya sea a nivel individual (el/la periodista), ya sea el periódico, la cadena televisiva o de radio, etc. Se ha empobrecido la vida, manipular es engañar, es mentir… Vivir en la mentira es deshumanizante. 

Pero, no nos quedemos con echar la culpa, que cada uno tome conciencia de su vida, y decida dónde poner sus ojos, sus oídos, su corazón; y elija cómo definirse ante la vida, con los demás, con Dios. 

¡Estamos cansados!, ¡Atención…! No caigamos en la tentación de abandonar, dejarse engañar, perderse, por muchas razones que lo puedan justificar. ¡Vamos a mirar de otra manera! La vida es más importante y hermosa como para dejarla en la manipulación de los medios informativos y de los políticos.

Y, si esto es poco, hoy resulta muy complicado seguir el ritmo de los acontecimientos, no hay tiempo para asimilarlos…Y son más las frustraciones que las alegrías.  

Recuperémonos, fijémonos en lo que nos puede hacer más felices, está en cada uno de nosotros. Hagamos una parada, cerremos los ojos, olvidemos lo que nos gustaría, y en esa oscuridad –primera- atentos porque se hará la luz. ¿Qué se puede encontrar? En el vacío interior el amor está esperando alumbrar si le dejamos. Mirar con ojos de amor, escuchar con oídos de amor, cambia la vida, se hace más bella y nos sorprende.  Alcanzamos dimensiones que no habíamos soñado, dimensiones de sabiduría que más que poseerla nos posee. El amor no puede ocultar la verdad, nos tiene que ayudar a ser conscientes de las dificultades; disponernos para la aceptación y superación de los conflictos y aprender de las dudas y de los errores, avanzar en nuestro camino de crecimiento.

        Mirar, para identificarnos, para captar lo más íntimo. Mirar y adorar, no exigiendo, ni comparando, ni condenando, sino amando. ¿Qué forma de mirar es esa? Mirar en el interior y desde el interior, mirar con ojos de amor, mirar con los ojos de la fe, contemplar. La contemplación: identificarse con la razón de ser de la propia vida. Jesús siempre insistía en que el Padre y El eran uno solo (Jn 10,30), y quien veía a uno veía al otro, y cuando uno actuaba el otro lo hacía también. Es la identificación que se alcanza por la contemplación y la adoración, es el amor, es la vida.

        “Comprender y conocer el amor que supera todo conocimiento” (Ef 3,18-19)

Número 540 (septiembre-octubre 2021)

Una mirada contemplativa nace de un deseo, de una necesidad, una intuición, es una experiencia. Conocer y saber más, de   la realidad, de uno mismo. Apertura con lo Real, con Lo-Único-Necesario. 

Una mirada contemplativa, indagar por un camino o en un espacio nuevo, diferente, acompañados de la alegría inocente y libre (liberada) que va descubriendo lo que no sabe, no imagina, y hace posible la “experiencia personal del misterio”. Y para definir esta experiencia, hacemos referencia a la experiencia de amor, hacemos referencia a la experiencia de libertad. ¿Será un encuentro con el misterio?

        Experiencia, una vía de acceso a lo real distinta a un conocimiento racional, al saber adquirido a través de los libros, por ejemplo. El conocimiento de la experiencia enseña de otra forma. Podemos hablar de “experiencia interna” y de “experiencia externa”. Esta última es la percepción, conocimiento sensorial, mediante los sentidos externos; la “experiencia interna” designa un vivir conscientemente los propios estados y actuaciones interiores (anímicos). Necesitamos saber, comprender, palpar, las cosas, los hechos ¿qué hay o qué es Aquello que late tras aquello que conocemos y experimentamos?

Contemplación, proviene del latín cumtemplus, “hallarse junto o ante el templo”, participar de lo que se da en un espacio, un “lugar de manifestación de lo divino”. Así es como se identifica, habitualmente, la contemplación, sin embargo, la palabra es polivalente, hablamos de contemplación ante la mirada atenta, especial y distinta, ante la naturaleza, ante una obra de arte, ante el amor… La mirada contemplativa se puede dar, por tanto, en el ámbito del conocimiento, en el ámbito de la afectividad y en la acción. Siguiendo al teólogo Jesús Espeja: “Ante esta polivalencia del término contemplación, aquí entendemos la contemplación como una mirada sobre el espesor de la realidad que más allá de lo que aparece en la superficie vislumbra el sentido profundo de las personas, de los acontecimientos y de todas las realidades creadas. Actitud vital que implica como punto de partida una forma de mirar con profundidad sin quedarnos en la cáscara de lo que a primer golpe vemos. En la búsqueda de ese sentido profundo de lo real, que de algún modo está al alcance de todos los humanos…” Y aquello que entra por nuestros ojos, influye y va conformando el modo de pensar, de sentir, de cómo nos relacionamos, de cómo vivir.

Contemplar, convertirse en el otro, y hablar desde la nueva vida que ha surgido dentro, como testimonia Pablo en la carta a los Gálatas: “… He quedado crucificado con el Mesías, y ya no vivo yo, sino que el Mesías vive en mí” (2, 19b-20). Estas palabras de Pablo son el resultado de una experiencia que ha requerido una forma de mirar, de contemplar la realidad del mismo Mesías, que nos hace conscientes de nuestra condición de pecadores y, por otra parte, nos hace conscientes del perdón y amor salvador del mismo Dios.

Hoy, ver, mirar, no es suficiente. Ver, limitarse a ver cómo pasa la vida, puede ser una experiencia; mirar, ya tiene una intención y puede significar un encuentro. Pero para conocer no es suficiente con ver y mirar. La misma condición humana está demandando, para su salud psicológica y espiritual, por necesidad, una mirada contemplativa que nos acerque a las realidades últimas, la más profundas y verdaderas. En la contemplación no hay juicio, solo hay verdad. Querer vivir es mirar la vida cara a cara y, contemplándola, la descubrimos y nos descubrimos. Esto es importante, sobre todo en un mundo donde se valora la eficacia y el rendimiento, y el éxito se mide por el “tener”. Esta lógica de la eficacia, del “tener”, nos aporta cansancio e   insatisfacción, un deterioro de nuestras relaciones con el mundo, con los demás, un vaciamiento interior, Dios ha ido desapareciendo de nuestra mirada, consecuentemente, de nuestra vida. ¡Qué pobreza la del ser humano que su principio y su fin es él mismo!

El olvido de sí y mirar con los ojos del amor y la fe es una gracia, es un don, es una posibilidad divina que nos hace más atentos a todo lo que hay de regalo en la existencia y despierta en nuestro interior el agradecimiento y la alabanza. La contemplación no entiende de “derechos” y “deberes” no se contenta únicamente con los bienes de justicia, es gratuidad, y ésta habla del “ser”. Necesitamos de la contemplación, de una visión que manifieste y desarrolle la dimensión transcendente del ser humano, que no significa ignorar nuestros compromisos, obligaciones, con la vida, con los demás, sino que es un talante, una forma de situarse y de caminar en la existencia. Mirar desde la dimensión que el Señor nos enseñó: el AMOR. “Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os amé. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos” (Jn 15, 12-13) Mirar con amor es contemplar y sentir la necesidad de agradecer y experimentar la bendición de Dios.        

La mirada contemplativa nos lleva a la acción. Recordemos la experiencia de la Ascensión de Jesús: “Hombres de Galilea, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?” (Hch 1,11).  Otra experiencia de Pedro, Santiago y Juan: La Transfiguración, “Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: -Señor, ¡qué bien se está aquí! Si te parece armaré tres tiendas…” (Mt 17,4) No era ese el destino, bajaron de la montaña de vuelta a los caminos, pero cargados de la gloria de Dios que les había presentado a su Hijo: “Éste es mi Hijo querido, mi predilecto. Escuchadle” (Mt 17,5)

No están reñidas la acción y la contemplación. Es verdad que ha sido una cuestión que se ha planteado en épocas o momentos históricos. El evangelio de Lucas nos cuenta la visita de Jesús a Marta y María (Lc 10, 38-42). La persona más activa necesita tomarse un respiro, pararse; la persona más contemplativa, debe actuar. 

Ver texto