Estudio compasivo

18 de julio de 2020

Estudio compasivo

"Estudio compasivo", ponencia del dominico Fr. Felicísimo Martínez para el XLVIII Encuentro de Familia Dominicana, que en 2020 tiene lugar online

Sobre la naturaleza del estudio dominicano se ha escrito suficiente. Hay abundantes materiales para quienes deseen profundizar en el tema. Bastaría repasar lo que dicen las Actas de los Capítulos Generales de los frailes, especialmente el de Ávila (1986) y, sobre todo, el de Providence (2001).

Si he entendido bien, el propósito del tema que se me ha encomendado no es abundar en la naturaleza del estudio, sino reflexionar sobre la eventual relación entre la tarea del estudio y la virtud de la compasión, analizar la dimensión compasiva del estudio dominicano. Tratándose de un subtema situado en el contexto del tema central del encuentro, que lleva por título “En la mesa de la compasión”, presiento que la intención de esta encomienda pone especialmente el acento en el adjetivo “compasivo” más que en el sustantivo “estudio”. He procurado entretejer ambos. Haré una meditación sobre el estudio dominicano como un ejercicio de la compasión dominicana.

Y parto de una observación elemental. La compasión tiene básicamente dos sentidos. Uno de ellos es tener pasión por algo, vivir con pasión, en este caso vivir la pasión por la verdad. El otro es padecer con, vivir compadeciendo, padeciendo con alguien, compartiendo su sufrimiento. Es este caso padecer con la humanidad, tener compasión con la humanidad.

La paradoja del título.

Muchas personas encontrarán paradójico el título de esta ponencia: “Estudio compasivo”. Normal. El estudio tiene casi todo que ver con la inteligencia y la razón. Es un ejercicio de la inteligencia, un esfuerzo por conocer, por entender, por comprender. El corazón y la sensibilidad parecen quedar fuera de este ejercicio.

Por su parte la compasión tiene mucho que ver con el corazón y la sensibilidad. Es un ejercicio de la voluntad, el afecto, la sensibilidad para sentir lo mismo y al mismo tiempo que sienten otras personas, para com-padecer con otras personas alegrías y tristezas, gozos y sufrimientos. La inteligencia parece estar bastante alejada de este ejercicio de sensibilidad, afecto y pasión.

Las razones de la razón y del corazón son distintas. Lo decía muy bien Pascal. El corazón tiene razones que la razón no entiende. Esta es de alguna forma la misma paradoja que nos presenta el título “estudio compasivo”.

Los dominicos, la familia dominicana, hemos sido acusados con frecuencia de intelectualismo e incluso de soberbia intelectual. Quizá esta acusación obedece a que nuestro estudio ha carecido con frecuencia de las razones del corazón y no ha conectado con el corazón, con los afectos y con la sensibilidad del pueblo y probablemente ha dado poca cabida al propio corazón y la propia sensibilidad. Han tenido que venir en nuestra ayuda las recientes teorías pedagógicas sobre las inteligencias múltiples y la inteligencia sentiente para obligarnos a repensar la tarea intelectual en su integridad.

Por eso y por tratarse de un título paradójico el asunto nos merece y nos exige una atención especial, un plus de esfuerzo para desentrañar qué puede haber detrás de un estudio compasivo o, dicho de otra forma, qué puede añadir la compasión al estudio o incluso que puede aportar el estudio a la compasión.

¿Por qué sucedió desde el principio?

Me refiero a los orígenes de la Orden y a esa distancia entre el estudio y la compasión. ¿Por qué prevaleció en la familia dominicana esa dimensión más intelectualista del estudio? ¿Por qué quedó debilitada y disminuida la dimensión compasiva del estudio?

Considero que hay dos razones de fondo que responden a estos interrogantes.

En primer lugar, la opción de la primera generación dominicana por lo que en aquel momento se llamaba la Escuela de los Maestros. En los tiempos de los orígenes de la Orden había básicamente dos Escuelas o dos enfoques del estudio.

Estaba en primer lugar la Escuela monástica, llamada también Schola Christi. Era la escuela que cultivaba el estudio en los monasterios. El método utilizado era el siguiente: lectio, meditatio, contemplatio(lectura, meditación, contemplación). Es decir, se partía de la lectura espiritual para alimenta meditación y evolucionar hacia la contemplación. La actual Lectio divina reproduce de alguna forma aquel método. Lo más característicos de este estudio, si se puede llamar así, era precisamente su propósito. El objetivo fundamental era fomentar el fervor, avivar los afectos, caldear el corazón, alimentar la pasión por Dios.

Estaba en segundo lugar la Escuela de las escuelas urbanas y las universidades nacientes, llamada Schola Magistrorum. Era la escuela que cultivaba el estudio en las escuelas catedralicias y en las Universidades. El método utilizado era el siguiente: lectio, quaestio, disputatio (lectura, cuestión, disputa). Es decir, se partía de la lectura de un texto para pasar a las cuestiones disputadas sobre asuntos de interés teológico, filosófico, sociológico…Lo más característico de este estudio era su propósito u objetivo: buscar la verdad, iluminar la inteligencia. Prevalecía aquí la pasión por la verdad y se asomaba la compasión con la humanidad.

Desde el principio el estudio dominicano se interpretó y se orientó básicamente en la dirección de la Escuela de los Maestros. Prevaleció pues la dimensión intelectual sobre la dimensión afectiva.

En segundo lugar, desde el principio en la escuela dominicana la orientación del estudio estuvo inspirada básicamente por la filosofía aristotélica, especialmente a partir de Santo Tomás. Esta opción por la filosofía aristotélica supuso la prioridad de la dimensión intelectual sobre la dimensión afectiva en la interpretación de la realidad y en la búsqueda de la felicidad. La inteligencia tiene la prioridad. El fin del ser humano y la felicidad plena consiste en la contemplación de la verdad Suprema, la contemplación de la esencia divina, la visión beatífica. Esta orientación parece poco propicia para la compasión.

Por el contrario, en la escuela franciscana la orientación del estudio estuvo más inspirada por la filosofía platónica, especialmente a partir de San Buenaventura. Consiguientemente la escuela franciscana dio prioridad a la dimensión afectiva sobre la dimensión intelectual. El amor tiene la prioridad. El fin del ser humano y la felicidad plena consisten en el amor y el disfrute del Bien Supremo. Esta orientación parece más propicia para la pasión por Dios y la compasión con la humanidad. (La cultura contemporánea se siente más en sintonía con la escuela franciscana, porque da prioridad a los afectos sobre las ideas).

Los dos factores explican en cierto sentido por qué desde los orígenes se ha asociado el estudio dominicano más con la teoría, con el intelectualismo, que con la pasión y la compasión. Pero ni las dos razones juntas son capaces de excluir algún carácter compasivo en el estudio dominicano. Ni las dos razones juntas deben excluir la sensibilidad, los afectos y el corazón del ejercicio del estudio dominicano.

Santo Tomás estaba muy claro en la estrecha relación que existe entre la inteligencia y el corazón, entre el conocimiento y el amor. Tenía la seguridad plena que lo primero es el conocimiento: nada es amado si previamente no es conocido. Y tenía también la seguridad plena que el amor intensifica el conocimiento. No llegamos a conocer en profundidad, si no es a través de la experiencia del amor. Esta dialéctica permitió a Santo Tomás combinar estudio y compasión, convertir el estudio en un estudio compasivo. Pero esta combinación venía ya de la persona de Domingo. De él dice el Beato Jordán que “penetraba en las cuestiones más difíciles con la humildad de su inteligencia y de su corazón”. Y San Alberto también asociaba la búsqueda de la verdad con la dimensión afectiva de la vida. Hablaba de “buscar la verdad en la dulzura de la fraternidad”.

¿Por qué puertas entró la compasión en el estudio dominicano? ¿Por qué el estudio dominicano auténtico nunca ha dejado de ser un estudio compasivo? Aunque resulte paradójico, el título “estudio compasivo” es perfectamente aplicable al estudio dominicano.

Estudio compasivo en la motivación.

Hay una escena muy citada en la familia dominicana que sin embargo no siempre es bien interpretada. Reaccionando ante la hambruna de Palencia, en un arranque de compasión, Domingo vendió sus libros para socorrer a los pobres. Pareciera que su compasión se orientaba solo en la dirección de la caridad y se alejaba del estudio. Pero la venta de los libros no fue en absoluto ni renuncia al estudio, ni renuncia a la pasión por la verdad. De hecho, Domingo siguió leyendo, estudiando y promoviendo el estudio como elemento esencial de su proyecto fundacional y como dedicación personal. En Toulouse asistía a las clases del maestro Alejandro Stavensvi como cualquier otro alumno.

Dos han sido fundamentalmente las motivaciones del estudio dominicano.

En primer lugar, la curiosidad intelectual. La curiosidad intelectual es legítima y, en principio, es fecunda. Desde su infancia en Montecasino el niño Tomás ya tenía una intensa curiosidad por responder a la pregunta: “¿Quién es Dios?” La curiosidad es el primer paso en la búsqueda. Aristóteles observó que la admiración es el punto de partida en la búsqueda de la verdad.

La curiosidad se vuelve perversa cuando no está inspirada o no conduce a la pasión por la verdad, cuando solamente procura el engrandecimiento del ego. De hecho, a esa curiosidad malsana o simplemente vacía Santo Tomás la considera un vicio o un pecado contra la verdadera naturaleza del estudio (STh II-II, 167, 1c), porque no tiene como objeto directamente el conocimiento de la verdad, sino el apetito de conocer (STh II-II, 167, 1c). De hecho, dice Santo Tomás que a la curiosidad debe oponerse la “estudiosidad”, que es parte de la virtud de la templanza, y está encargada de moderar el apetito de conocer (STh II-II, 160, 2; 166, 2). 

En segundo lugar, son motivación para el estudio la pasión por la verdad y la compasión con la humanidad. Esta fue la motivación fundamental que inspiró a Domingo la decisión de colocar el estudio como un elemento esencial del proyecto fundacional. Para realizar con competencia y autoridad evangélica el ministerio de la predicación es preciso un estudio que esté motivado por la pasión de la verdad y la compasión con la humanidad.

Domingo no estudió por curiosidad. Su estudio fue compasivo desde la motivación. Su estudio estuvo motivado por la compasión con la humanidad. Dos pasiones o padecimientos de la gente en aquel momento conmovieron las entrañas de Domingo. En primer lugar, la ignorancia religiosa o el desconocimiento del Evangelio, causa fundamental de la crisis de la Iglesia. Lo había dicho el IV Concilio de Letrán (1215). “No hay quien parta el pan de la Palabra a los fieles”. La gente se ve privada de la luz del Evangelio. Son como ciegos necesitados de sanación. Compasión con un mundo ciego. “Señor, que vea”. La curación de ciegos en los evangelios fue sugerente para Domingo. De aquí la importancia de la predicación y, por consiguiente, del estudio. En segundo lugar, la situación de los pecadores, las personas privadas de salvación, de gracia, de esperanza. “Como ovejas descarriadas”. La compasión con esta humanidad dio origen a la pasión de Domingo por la búsqueda de la verdad a través del estudio. “¡Qué será de los pobres pecadores!”. De aquí la importancia de una predicación de la gracia y, por consiguiente, de un estudio previo de la sagrada doctrina.

Esta misma pasión por la verdad a través del estudio estuvo motivada por la compasión con la humanidad en los momentos más fecundos de la Orden.

En su vocación intelectual Alberto Magno, Tomás de Aquino y los primeros Maestros Dominicos demostraron estar motivados por la pasión por la verdad, por la compasión con el mundo. Lo demostraron sobre todo en las cuestiones disputadas, en los debates que mantuvieron con distintos representantes de la sociedad y de la Iglesia sobre las cuestiones que más dolían en aquella sociedad.

El estudio de los primeros misioneros de la América Latina fue respuesta a la indignación que les produjo la injusta dominación, la explotación y el trato inhumano de los nativos. Esa fue la motivación de Pedro de Córdoba, A. Montesino, Bartolomé de las Casas…  El sermón de Montesino es una notable expresión de esta indignación contra la injusticia y de la entrañable compasión con las víctimas. “¿Estos no son hombres?”  Los poderosos escritos de Bartolomé de las Casas reflejan la misma motivación de su trabajo intelectual: la indignación contra la injusticia y la compasión con las víctimas.

La misma indignación contra la injusticia y semejante compasión con las víctimas llegó hasta los Maestros de Salamanca y Ávila para motivar en ellos el estudio y su pasión por la verdad. Es mérito especial de quien se dedica profesionalmente a las tareas académicas mantener viva la compasión y no perder contacto con los gozos y las esperanzas, las tristezas y los sufrimientos de la humanidad. Solo esta motivación puede animar y mantener viva la pasión por la verdad.

Ejemplos más recientes hemos tenido en los maestros dominicos del siglo pasado, aquellos que hicieron un gran aporte en el Concilio Vaticano II. Atentos, insertos y comprometidos en las cuestiones más sangrantes de la sociedad y de la Iglesia, les tocó sufrir incomprensiones y censuras de parte de la Iglesia. Pero no renunciaron a su pasión por la verdad ni retiraron al mundo sus entrañas de compasión. Eso les permitió, llegado el momento de la verdad, hacer un significativo aporte en el Vaticano II para una presentación más evangélica de la Iglesia, del mundo y del diálogo entre ambos.

El caso de Catalina de Siena es absolutamente singular. Casi nadie se atreve a asociarla con la vocación intelectual. Pero, ¿quién puede desconocer su absoluta pasión por la verdad? ¿Quién puede discutirse su sapiencial y mística penetración en el misterio de Dios y en el misterio del ser humano? ¿Quién puede negar que esta pasión por la verdad estuvo siempre motivada por su compasión con la humanidad? El símbolo de la sangre de Cristo, tan presente en su Diálogo y en sus cartas, lo dice todo sobre el puesto de la compasión en la espiritualidad y en la vocación personal de Catalina.

La historia de la Orden arroja una lección negativa, que nunca se debe olvidar. Cuando desapareció la compasión se debilitaron la pasión por la verdad y el celo en el estudio. Cuando la única motivación del estudio fue la mera curiosidad, el estudio entró en profunda crisis. Alejado de las cuestiones que duelen a la humanidad, el estudio dominicano se convirtió para algunos en dialéctica estéril y vacía de todo contenido y de toda misión. Las crisis de la Escolástica en algunos momentos de su historia son un buen ejemplo.

Estudio compasivo en el ejercicio.

Compasivo en el ejercicio (leer, estudiar, investigar, enseñar, escribir…) significa que el estudio dominicano tiene que estar acompañado siempre por la pasión por la verdad y la compasión con la humanidad.

Para ello es necesario convertir el estudio en una verdadera contemplación. No estudiamos para hacer carrera y menos para engrosar y promover el ego: ni siquiera estudiamos para ejercer un oficio con competencia profesional. Estudiamos para adentrarnos en el misterio de Dios yd e la humanidad, en el misterio de la salvación.  Esta es la dimensión contemplativa del estudio. Y es también la dimensión sapiencial, que implica comprensión y compasión (STh II-II, 188, 6c).

Lo sapiencial abarca la dimensión intelectual y la dimensión afectiva. Santo Tomás lo afirma sobre todo hablando de los dones del Espíritu Santo, especialmente del don de entendimiento. Así -dice el Santo-, mediante los dones del Espíritu Santo Dios nos “asegura contra la necedad e ignorancia, estupidez y dureza de corazón” (STh I-II, 68, 2 ad 3). Y guiados por el don de entendimiento, el estudio es una especie de penetración intuitiva en la verdad (STh I-I, 68, 2). Hablando del don del entendimiento cita a San Gregorio en las siguientes palabras: “el entendimiento, al penetrar las verdades oídas, robusteciendo el corazón, ilumina sus tinieblas” (STh, I-II, 68, 6 ad 2). Desde esta perspectiva el estudio dominicano ha de ser afrontado con mucha oración y con mucha humildad, puesto que como afirma el mismo Santo Tomás, comentando la metafísica de Aristóteles, “los hombres tienen la sabiduría no como posesión, sino como préstamo de Dios” (In X Meta., 1, 3, 64).

La pasión por la verdad debe ser el motor del estudio dominicano y debe acompañar todo ejercicio de estudio. La pasión existe cuando se nos va la vida en lo que pensamos, amamos, hacemos…, en este caso en la búsqueda de la verdad. Nos apasionamos cuando hay valores importantes en juego para uno mismo y para los demás. Y en el estudio dominicano hay un valor muy importante en juego: la Verdad del mundo, del ser humano, de Dios. Fuera de la verdad todo se construye en falso. Dios mismo sólo habita en la verdad. Por eso Santo Tomás defiende, contra los maestros seculares, la tarea del estudio y de la predicación como un aspecto esencial de la profesión religiosa de los mendicantes, especialmente de los profesos en la Orden de Predicadores. Y el objetivo final del estudio dominicano no es una verdad teórica, sino una verdad existencial, la verdad de la vida de la que a la postre depende la verdadera salvación. Estar apasionados por la Verdad es para la familia dominicana estar apasionados por la salvación de la humanidad.

Si falta la pasión por la verdad o desaparece el estudio o solo lo sostiene la curiosidad. Pero la curiosidad pervierte el verdadero sentido del estudio dominicano. Por eso Santo Tomás la considera un vicio contrario al estudio. De hecho, cuando la curiosidad es el único motor del estudio, este suele degenerar en dialéctica vacía y retórica estéril. Solo sirve para alimentar el ego y para complicar las cuestiones, no para conducir a la verdad. Algo de esto sucedió en los momentos de mayor crisis en la escolástica, en la historia dominicana.

La pasión por la Verdad existencial, por la verdad de la vida, por la verdad de la salvación introduce necesariamente en el estudio dominicano el componente de la compasión con la humanidad. A esta verdad destinada a procurar la salvación se la puede llamar verdaderamente “la verdad de la misericordia o la misericordia de la verdad”. En ella se juntan la inteligencia y el amor, la verdad y la misericordia. De esta forma el estudio dominicano se convierte en una verdadera versión de la compasión dominicana.

El estudio dominicano es compasivo cuando está atento a los dramas de la humanidad, cuando es respuesta a los grandes interrogantes y a los más hondos sufrimientos de la gente. Se ha repetido con mucha verdad que la gran crisis de la enseñanza teológica y de la predicación tiene lugar cuando contestamos a preguntas y preocupaciones que nadie tiene y dejamos sin contestar las cuestiones y preocupaciones que afectan más de cerca a la vida de las personas. Cuando la búsqueda de la verdad está animada por el amor y la pasión por la humanidad, el estudio dominicano se convierte en un ejercicio de compasión, una forma muy concreta de practicar la compasión dominicana.

A la mentalidad pragmática y utilitaria de nuestro tiempo le cuesta asumir que el estudio sea algo tan importante en la vida. Le cuesta asociar el estudio con la compasión. La mentalidad pragmática y utilitarista solo espera soluciones prácticas a los problemas prácticos. Olvida que los gozos y las angustias más profundas de la humanidad están asociados con el problema del sentido de la vida. Los más dolorosos males son los males morales. El estudio que se hace cargo de estos males morales de las personas y busca respuestas a los mismos ha de ser obligatoriamente ser un estudio compasivo, un estudio que sintoniza o simpatiza con las fibras más hondas del ser humano, en las cuales radican las experiencias más trascendentales de las personas: la felicidad y el sufrimiento, la comunicación y la soledad, la esperanza y el sinsentido de la vida, el éxito y el fracaso. Ayudar a interpretar el drama humano desde la perspectiva de Dios, con la mirada de la fe, es el gran objetivo de un estudio compasivo.

El estudio dominicano es compasivo en la medida que se mantiene firme en las “cuestiones disputadas” de cada momento histórico. Hoy se las llama “cuestiones fronterizas” porque la mayoría de ellas se mueven en la frontera entre la fe y la incredulidad. Pero, en todo caso, se trata de mantener la búsqueda de la verdad, el estudio dominicano, en estrecha relación con los problemas, las necesidades y las búsquedas que ocupan y preocupan a los hombres y mujeres de cada época. Sentir compasivamente no es estar de acuerdo o consensuar. Es hacerse cargo cordialmente de las cuestiones, problemas y preocupaciones del interlocutor, intentar comprender y ofrecer una palabra iluminadora, sanadora, orientadora. ¿Cómo puede ser hoy compasivo el estudio dominicano si no se toma en serio el problema de la justicia y la paz, de los derechos humanos, de las discriminaciones por razón de sexo, raza o religión, de la dramática situación de los pobres, de las minorías marginadas o descartadas, de la ecología? Sobre todo, ¿cómo puede ser compasivo el estudio dominicano si toda la teología no se hace desde la perspectiva de las víctimas, comenzando por la víctima que fue Jesús de Nazaret?

Esto requiere una atención especial a las cuestiones más urgentes de cada sociedad. Por eso insistía el P. De Cuesnongle en la idea que ya había afirmado K. Barth: “es preciso estudiar con ola Biblia en una mano y el periódico en la otra”. La compasión dominicana nos obliga a tener los ojos abiertos para ver los múltiples problemas de nuestros contemporáneos, y los corazones dispuestos a compartir sus sufrimientos. El estudio será compasivo si nos permite “percibir los sufrimientos ajenos como propios”. Eso es la misericordia, según Santo Tomás: “sentir la miseria ajena como propia”. (STh II-II, 30, 2c).

Compasivo es el estudio dominicano cuando busca apasionadamente la verdad, pero no como arma arrojadiza contra nadie, sino como experiencia liberadora. La compasión solo busca la verdad para iluminar y salvar, nunca para juzgar o condenar. La imagen más alejada del estudio compasivo es la del inquisidor incapaz de utilizar la verdad si no es para descubrir enemigos, disidentes, herejes.

Y compasivo es el estudio dominicano cuando mantiene su propósito apostólico, cuando mantiene la pasión por la salvación integral de la humanidad. Porque, ya desde los orígenes, el objetivo fundamental del estudio fue habilitar a los miembros de la familia dominicana para la predicación para la salvación de las almas (para la salvación integral de las personas). El objetivo fundacional de Santo Domingo fue precisamente ese: “servir a la salvación de las almas mediante el ministerio de la predicación”.

Tan intensamente se relacionaba el estudio con la salvación integral de la humanidad en los orígenes de la Orden que de ahí brotaba básicamente la responsabilidad de los frailes en el estudio. Llama la atención el puesto tan destacado que tiene el estudio en las primeras Constituciones de los frailes. La mayor parte de las faltas tienen relación con el estudio. El Beato Jordán deja muy claro en una carta escrita a la Provincia de Lombardía esta relación entre el estudio y la salvación de la humanidad. Dice que algunos hermanos por negligencia en el estudio ponen en peligro la salvación de las almas (Siglos más tarde el gran predicador dominico Agustín Salusio, discípulo de Fray Luis de Granada, con una pizca de humor llega a escribir algo parecido: Algunos predicadores, por negligencia en el estudio, levantan falsos testimonios al Espíritu Santo en su predicación). Santa Catalina es un ejemplo sin par de esa pasión por la salvación de la humanidad. Hasta aquí tiene que llegar la dimensión compasiva del estudio dominicano.

Estudio compasivo para una predicación compasiva.

La predicación es el ministerio específico de la familia dominicana. Es el objetivo terminal de nuestro estudio. La pasión por la verdad debe desembocar en la pasión por la predicación. Y la predicación debe desembocar en el anuncio de la salvación en Cristo Jesús para toda la humanidad.

La predicación en sí misma es ya una obra de misericordia. En ella confluyen varias de las clásicas obras espirituales de misericordia: enseñar al que no sabe, corregir al que hierra, dar buen consejo a quien lo ha menester… Es una obra de misericordia muy importante para llenar de sentido y animar la vida de los oyentes. Puesto que “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4).

Pero sobre todo la predicación es el objetivo terminal del estudio compasivo. Hay una estrecha relación entre el conocimiento y el amor, entre la inteligencia y la pasión o la compasión. Nada se ama apasionadamente si previamente no se ha conocido. Pero también es cierto que todo verdadero conocimiento se consuma en el amor del objeto conocido. El conocimiento por empatía es el conocimiento más completo. Por eso el estudio dominicano, que comenzó motivado por la compasión, debe terminar en un verdadero ejercicio de compasión. Eso es la predicación: un ejercicio de compasión.

La compasión con la humanidad debe llevar al predicador a iluminar el sentido de la vida con la luz del Evangelio. Uno de los dramas más serios de la persona humana es la ausencia del sentido de la vida. Se cree que hoy día es la razón fundamental del preocupante aumento del número de suicidios, especialmente en la sociedad del bienestar. Para muchos de estos suicidios no se encuentran motivos concretos, pues se trata de personas sin especiales problemas en su vida. La única explicación es la falta de sentido -incluso en medio del éxito social-, el absoluto vacío existencial. Viktor Frankl lo dejó muy claro: el drama fundamental de la persona humana no es la falta de placer, sino la falta de sentido. Este es diagnóstico perfecto para definir el mal radical de la sociedad del bienestar. Pretende vender el placer como felicidad y cada vez priva a más personas de las fuentes del sentido. Por eso los predicadores del Evangelio ejercitan sus entrañas compasivas ofreciendo al mundo esa fuente de sentido que es el Evangelio de Jesucristo. Devolver la vista a un ciego es un ejercicio de misericordia. Predicar el Evangelio es, en cierto modo, devolver la vista a los ciegos, es servir o compartir con la gente “la misericordia de la verdad”.

El estudio compasivo dominicano debe desembocar en la “predicación de la gracia”. Esa predicación caracterizó el ministerio personal de Domingo y debe caracterizar la predicación dominicana. Anunciar salvación supone varios ejercicios de compasión. Primero hacerse cargo de los huecos o vacíos existenciales que padecen hoy la mayoría de las personas y hacerse cargo de lo que significa para una persona el vacío existencial. En segundo lugar, supone colocar el mensaje de salvación en los huecos más dolorosos de la vida de las personas. Saber conectar el mensaje evangélico de la salvación con la experiencia humana es la clave de la eficacia de la predicación. Para esto se requiere mucho estudio y un estudio muy compasivo. La predicación de la gracia de la salvación o de la salvación como gracia es urgente en esta cultura comercial y mercantil, en la que va desapareciendo lo gratuito y todo se está volviendo mercancía, incluso los valores más sagrados.

La salvación sólo se puede predicar como gracia a partir de la compasión. El predicador del Evangelio no debe ver delante de sí gente malvada, sino pobres ciegos que no ven. Delante del predicador no hay enemigos de la fe cristiana, sino personas que no han hecho la experiencia de la salvación. Y, sobre todo, es posible que se trate de personas que están padeciendo ese malestar sordo que produce el sentimiento de culpa o porque no lo han reconocido ni asumido, o porque no se les ha anunciado la gracia del perdón. Ser predicador de la gracia supone haberse adentrado en un estudio compasivo del misterio de la encarnación y de la redención. El estudio dominicano debe estar abierto a la sabiduría de la Cruz. Es muy diciente la imagen de Santo Domingo arrodillado al pie de la Cruz, tantas veces pintada por Fra Angélico. Allí confiesa Santo Domingo haber aprendido más que en ningún otro libro. Esa es la verdadera fuente del estudio compasivo dominicano.