Fue al atardecer de aquel día...

Etiquetas: Pascua / Meditación

Fue al atardecer de aquel día...


Sermón del místico dominico Eckhart del segundo domingo de Pascua sobre el evangelio de San Juan.


Fue al atardecer de aquel día...

        Él dice, pues: «Fue al atardecer de aquel día». Cuando el calor del mediodía se infiltra en el aire acalorándolo, luego se le agrega el calor de la tarde y el calor aumenta todavía: entonces, al atardecer, por el calor que se añade, hace más calor que nunca. De la misma manera, el año tiene también su atardecer, éste es agosto, es entonces cuando más calor hace en el año. De tal modo atardece en un alma amante de Dios. Allí hay puro silencio cuando uno está bien penetrado y totalmente inflamado por el amor divino. «Fue al atardecer de aquel día». En semejante día la mañana y el mediodía y la tarde permanecen unidos unos con otros, y nada se pierde; en el día de este tiempo la mañana y el mediodía pasan y sigue el atardecer. Así no es con el día del alma; ahí sigue siendo uno. La luz natural del alma, ésta es la mañana. Cuando el alma penetra hasta lo más elevado y puro de esta luz, entrando así en la luz del ángel, entonces es de media mañana en esta luz; y así el alma sube con la luz del ángel, entrando en la luz divina, éste es el mediodía; y el alma permanece en la luz de Dios y en el silencio del descanso puro, éste es el atardecer. Es entonces cuando hace más calor en el amor divino. Ahora bien, San Juan dice: «Fue el atardecer de aquel día». Este es el día en el alma.

        «El patriarca Jacobo llegó a un lugar y al atardecer, cuando el sol se había puesto, quiso descansar». Se dice: en un lugar, sin nombrarlo. El lugar es Dios. Dios no tiene nombre propio y es un lugar y una ubicación de todas las cosas y es el lugar natural de todas las criaturas. El cielo en su parte más elevada y acendrada, no tiene lugar; antes bien, en su decadencia, en su efecto, es lugar y ubicación de todas las cosas corpóreas que se hallan por debajo de él. Y el fuego es el lugar del aire y el aire es lugar del agua y de la tierra. Lugar es aquello que me rodea, en cuyo medio estoy. Así el aire rodea a la tierra y al agua. Cuanto más sutil es una cosa, tanto más vigorosa es; por eso es capaz de obrar dentro de las cosas que son más toscas y se hallan por debajo de ella. La tierra no es capaz de ser lugar en el sentido propio, porque es demasiado tosca y es también el más bajo de los elementos. El agua, en parte, es lugar; por ser más sutil es más vigorosa. Cuanto más vigoroso y sutil es el elemento, tanto más se presta para ser ubicación y lugar de otro. Así el cielo es lugar de todas las cosas corpóreas y él mismo no tiene lugar que sea físico; mas aún: su lugar y su orden y su ubicación lo constituye el ángel más bajo, y así siempre hacia arriba; cada ángel, que es más noble, se constituye en lugar y ubicación y medida de otro, y el ángel supremo se constituye en lugar y ubicación y medida de todos los demás ángeles que se encuentran por debajo de él, y él mismo no tiene lugar ni medida. Pero Dios tiene su medida y es su lugar y el ángel es espíritu puro. Dios no es espíritu, según las palabras de San Gregorio quien dice que todas las palabras que enunciamos sobre Dios, son un balbuceo sobre Dios. Por eso dice la Escritura: «Llegó a un lugar». El lugar es Dios que da su ubicación y orden a todas las cosas. He dicho algunas veces: Lo mínimo de Dios llena a todas las criaturas y en ello viven y crecen y reverdecen, y lo máximo de Él no se halla en ninguna parte. Mientras el alma se encuentra en alguna parte, no está en lo máximo de Dios, que no se halla en ninguna parte.

       Ahora bien, él dice: «quiso descansar en el lugar». Toda la riqueza y pobreza y bienaventuranza residen en la voluntad. La voluntad es tan libre y tan noble que no recibe ningún impulso de las cosas corpóreas, sino que opera su obra por su propia libertad. El entendimiento, ciertamente, recibe de las cosas corpóreas; en este aspecto la voluntad es más noble; pero sucede en cierta parte del entendimiento, en un mirar hacia abajo y en una bajada, que este conocimiento recibe la imagen de las cosas corpóreas. Más, en la parte suprema, el entendimiento obra sin agregado de las cosas corpóreas. Dice un gran maestro: Todo cuanto es traído a los sentidos, no llega al alma ni a la potencia suprema del alma. Dice San Agustín, y también lo dice Platón, un maestro pagano, que el alma posee en sí misma, por naturaleza, todo el saber; por eso no hace falta que arrastre el saber hacia dentro, sino que mediante el estudio del saber externo, se revela el saber que, por naturaleza, se halla escondido en el alma. Es como un médico que, si bien me limpia el ojo y quita el obstáculo que impide ver, no otorga la vista. La potencia del alma que obra en el ojo por naturaleza, sólo ella presta la vista al ojo, una vez quitado el impedimento. De la misma manera, no le da luz al alma todo cuanto como imágenes y formas es ofrecido a los sentidos, sino que únicamente prepara y purifica al alma para que, en su parte más elevada, pueda recoger puramente la luz del ángel, y junto con ella la luz divina.

       Ahora bien, se dice: «Jacobo quiso descansar en el lugar». Este lugar es Dios y el ser divino que otorga a todas las cosas lugar y vida y ser y orden. En este lugar el alma debe descansar en lo más elevado y más entrañable del lugar. Y en el mismo fondo donde Él tiene su propio descanso nosotros debemos obtener y poseer junto con Él nuestro propio descanso.

Este lugar es innominado, y de él nadie puede decir una palabra verdadera. Cualquier palabra que sepamos pronunciar sobre él, es más bien una negación acerca de lo que Dios no es, en vez de ser un enunciado de lo que es. Así lo reconoció un gran maestro y opinaba que cualquier cosa que él fuera capaz de decir con palabras sobre Dios, en absoluto estaría dicha con propiedad, ya que siempre contendría algún error. Por eso, se callaba y no quiso decir nunca palabra alguna, por más que otros maestros se burlaran de él. Por lo tanto, vale mucho más callar sobre Dios que hablar.

     Ahora dice también: «Fue al atardecer de aquel día que Nuestro Señor se presentó a sus discípulos, diciendo: “¡La paz sea con vosotros!”».

Que nos ayude el Espíritu Santo para que lleguemos a la paz eterna y al «lugar» innominado que es el ser divino. Amén.

Maestro Eckhart