El éxito del monacato benedictino en la espiritualidad

La Regla de San Benito fue muy importante para la vida monástica y espiritual, y las mejoras de las reformas aniana y cluniacense frente al feudalismo.


Regla de san Benito

En comparación con otras Reglas, la de san Benito es bastante extensa y completa. Fue escrita de forma clara y metódica. El programa de vida que propone es muy humano y espiritual, y se adapta a las circunstancias del lugar y de los propios monjes. Por ello fue apoyada por el Papado. Además, su espiritualidad resulta también beneficiosa para los laicos. Veamos ahora algunos de sus elementos más importantes.

San Benito concibe la vida monástica en comunidad. Y a la cabeza de ella sitúa al abad, que ha sido elegido democráticamente por sus hermanos y hace las veces de Cristo en el monasterio. Por ello el abad no es sólo el superior, también es el padre espiritual de los monjes. La obediencia al abad o a otro superior es muy importante para el crecimiento espiritual de los monjes, pues es considerada como el primer grado de humildad, la cual es una virtud fundamental del benedictino.

¿Qué obligaciones tienen los benedictinos?

El buen monje ha de saber guardar silencio y cuidar sus modales. Asimismo, ha de estudiar más allá de lo que dice la Regla, pues ésta no es más que el principio de un largo recorrido que pasa por las Sagradas Escrituras, los Padres de la Iglesia y los autores monásticos. El modo de estudio benedictino es la lectio divina, es decir, una meditación pausada de los textos que lleva a la contemplación de Dios.

San Benito reglamenta minuciosamente el Oficio divino en siete Horas: Maitines y Laudes (a media noche), Pri­ma, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas (antes de acostarse). Con ciertas variaciones, el Oficio benedictino acabó imponiéndose en la Iglesia occidental.

¿Cuál es el lema de San Benito?

Pero san Benito no sólo quiere que sus hermanos destaquen por su devota oración. El lema benedictino es muy conocido: ora et labora. Se trata de un imperativo: «ora y trabaja». Efectivamente, aunque no aparece en la Regla, san Benito consideraba que los monjes no sólo deben orar, sino también trabajar, pues la ociosidad es la escuela de todos los vicios.

Otra característica muy típica de los benedictinos es la hospitalidad. La Regla pide que se acoja a los huéspedes como al mismo Cristo. Pero se prohíbe hablar con ellos, salvo al hospedero. La Regla también habla de la importancia de la clausura, pues ayuda a los monjes a vivir en un ambiente de recogimiento, separados del bullicio del mundo. Además, en el monacato benedictino es fundamental la estabilidad, es decir, pertenecer para toda la vida al monasterio donde se profesa, salvo que circunstancias especiales obliguen a cambiar de monasterio.

Difusión de la Regla benedictina y reforma aniana

Hemos visto que con ayuda de los Papas y los monarcas, la Regla de san Benito se extendió rápidamente, de tal forma que fue reemplazando a las otras Reglas monásticas. Ya en el siglo IX todos los monasterios –femeninos y masculinos– de la Europa occidental eran benedictinos, a excepción de los monasterios celtas de Irlanda y Escocia, que mantuvieron las dos Reglas de san Columbano hasta el siglo XII.

Durante cuatro siglos (IX al XII) Europa era fundamentalmente benedictina, de modo que los monasterios difundían los valores de la Regla de san Benito entre el pueblo fiel, y así, eran de gran ayuda para que la gente mantuviese la fe y perseverase en el seguimiento de Cristo, a pesar de las muchas influencias germanas y celtas.

Además, gracias a las bibliotecas y escuelas monásticas se conservó y difundió la cultura en aquellos tiempos tan difíciles. También es importante subrayar que los benedictinos promovieron el desarrollo demográfico y económico de Europa, pues sus monasterios organizaban la explotación de bosques, cultivos, ganado, etc. De hecho, muchas ciudades europeas han nacido alrededor de monasterios benedictinos.

Cuando Carlomagno decidió imponer la Regla de san Benito en los monasterios de su Imperio, no sólo pretendía el bien del monacato, también buscaba aprovecharse de él para favorecer al Imperio, sirviéndose de los monasterios con el fin de asentar población en los territorios recién conquistados y difundir la cultura carolingia.

Entre otras medidas, Carlomagno no respetó su derecho a elegir democráticamente al abad, sino que permitió que fuese impuesto según el criterio del poder civil. También decretó que éste pudiese obligar a los monjes a abrir escuelas para laicos en sus monasterios. Estos cambios, por desgracia, provocaron una grave crisis en el monacato benedictino.

¿Por qué surge la reforma aniana?

Tras la muerte de Carlomagno, Luis el Piadoso dio más independencia a los monjes y promovió una reforma que ayudase a los monasterios a superar la crisis en la que estaban sumidos. Este proyecto lo puso en manos de un monje ejemplar: san Witiza Benito Aniano (750-821). Este monje redactó el Capitulario monástico, que consistía en un conjunto de cánones que completaban y modificaban ciertos aspectos de la Regla de san Benito.

Entre otras cosas:

  • volvió a dar derecho a los monjes a elegir su abad
  • eliminó la posibilidad de que el poder civil pudiese obligar a los monjes a abrir escuelas monásticas para laicos
  • e incrementó el Oficio divino

Pues bien, la reforma aniana, aunque altera la Regla de san Benito, es considerada, en general, como una buena reforma, pues ayudó a los monjes a situarse en la Europa del siglo IX. Pero sólo duró unos 40 años, porque la pronta caída del Imperio Carolingio hizo que dejase de aplicarse en los monasterios.

¿Qué fue la reforma cluniacense?

Tras el fracaso de la reforma aniana surgieron otros intentos de reforma, pero sólo uno tuvo éxito, ya que, además de ser realmente beneficioso para el monacato, fue apoyado por el Papado y los señores feudales. Se trata de la reforma iniciada el año 910 por Guillermo I el Piadoso, duque de Aquitania, que donó a la Santa Sede un territorio para que en él fundara un monasterio. Ese territorio era Cluny, una zona boscosa situada en la región de la Borgoña (centro de Francia). Como esta reforma tuvo éxito, otros señores feudales decidieron ceder terrenos a la Santa Sede para fundar en ellos «abadías hijas» de Cluny.

Una clave del éxito de esta reforma reside en el buen gobierno que ejercieron los primeros abades de Cluny. La otra clave radica en que esta abadía y todas sus abadías hijas dependían exclusivamente de la Santa Sede y, por tanto, quedaban exentas del poder feudal y del poder episcopal, el cual, a su vez, dependía en exceso del feudal. Dado que las abadías hijas de Cluny fundaron a su vez otras abadías, se creó una red en la que todas las abadías tenían un lazo de dependencia, al estilo del vasallaje, con su respectiva abadía madre. En la cúspide estaba Cluny, y sobre ella estaba la Santa Sede.

El primer abad, Bernon († 926), aplicó el Capitulario monástico de san Witiza Benito Aniano en la abadía de Cluny y lo mismo se hizo en las muchas abadías en las que se extendió la reforma cluniacense. Pasado el tiempo, el Capitulario monástico fue reemplazado por las Costumbres cluniacenses, redactadas por san Hugo Magno (1049-1109), abad de Cluny y, asimismo, se constituyó la Orden Cluniacense, formada por las abadías dependientes de Cluny. Esta fue la primera Orden de la Iglesia, que tuvo también su rama femenina.

¿Cuál fue el impacto de la reforma cluniacense?

Hay que subrayar el testimonio cristiano que dieron las monjas y los monjes cluniacenses en la Europa feudal. Su carisma era muy eclesial, pues en él influía mucho la Santa Sede, de la que dependían las abadías cluniacenses. Esto era muy importante en unos tiempos en los que Europa occidental estaba dividida en infinidad de feudos, pues gracias a la red de abadías dependientes de Cluny, Roma podía hacer llegar rápida y eficazmente sus consignas. Así, en medio de una Europa dividida, la Iglesia se erigía como el gran poder centralizador y unificador.

Destaca mucho su elaborada y prolongada liturgia, pues las abadías cluniacenses pretendían ser ante todo casas de oración continua y devota. Si san Benito indica que hay que rezar los 150 salmos a lo largo de la semana, los cluniacenses rezaban al día 138, si bien, según parece, podían llegar a sobrepasar los 210 en las grandes solemnidades. Su objetivo era reproducir aquí en la tierra la Jerusalén celestial, sumándose al coro de los santos y los ángeles que da culto y alaba de todo corazón a Jesucristo, señor y juez de todo lo creado. Movidos por la devoción, los cluniacenses ofrecían a Cristo todo lo mejor que tenían, de ahí la suntuosidad de sus rezos, vestiduras y templos.

Y hay algo muy significativo que señalar: los cluniacenses mostraban cierta devoción por la humanidad de Jesús. Después de tantos siglos en los que la imagen de Cristo había perdido su carácter humano, los cluniacenses daban los primeros pasos para recuperarlo. Asimismo, siguiendo el camino trazado por la espiritualidad carolingia, María era también centro importante de su contemplación.

Dada la cantidad de horas que dedicaban a la oración comunitaria, estos religiosos no tenían tiempo para trabajar, por lo que en la Orden Cluniacense no se cumplía el equilibrio del ora et labora. Por ello, del trabajo manual se ocupaban ciertos monjes que apenas tenían oración comunitaria. Esto supuso una división entre:

  • los hermanos orantes –que de modo creciente fueron accediendo al orden sacerdotal y al estudio de la teología–
  • y los hermanos trabajadores, llamados «legos» y, más tarde, «cooperadores».

Esta estructura comunitaria, de un modo u otro, fue asumida más tarde por otras Órdenes –masculinas y femeninas– y ha llegado hasta el Concilio Vaticano II. Hay que resaltar la importante labor evangélica que han llevado a cabo las hermanas y hermanos legos mediante su trato cercano con el pueblo fiel.

La influencia de los cluniacenses fue muy grande. Por medio de ellos el Papado pudo unificar la liturgia mediante el Rito Romano, eliminando así los numerosos ritos locales que por entonces había en Europa occidental y que dificultaban celebrar la Eucaristía a los extranjeros y peregrinos. Asimismo, ayudaron a propagar el arte, sobre todo el estilo románico, que veremos en el siguiente capítulo. Y sus abadías sirvieron de apoyo a los peregrinos que cada vez en más cantidad cruzaban Europa en busca de una experiencia profunda de Dios de camino a un santuario. Los monjes cluniacenses también colaboraron en evangelizar a los señores feudales y a sus caballeros, pues les exhortaban a hacer buen uso de su poder y sus espadas.

A nivel económico, las zonas situadas en torno a las abadías cluniacenses prosperaron mucho. Hay que tener en cuenta que la Orden Cluniacense puede ser considerada como la primera «empresa internacional» –o trasnacional– pues podía comercializar sus productos por medio de su red de abadías, que eran independientes de los señores feudales. Pero, si bien las abadías eran prósperas económicamente, y el culto divino era muy suntuoso, a nivel particular, la vida de los monjes era muy austera, pues se seguía esta norma: lo mejor es para Dios y lo peor es para los monjes. A pesar de ello, la prosperidad económica trajo la decadencia a las abadías cluniacenses, pues se enriquecieron en exceso y les condujo a una crisis espiritual. Por ello surgieron otras reformas que recondujeron el monacato.