Espiritualidad en el declive de Roma y el auje de los reinos bárbaros

Se desarrolló el culto a Jesús Pantocrátor y María Theotokos. Se afianzó la Cruz como símbolo religioso y el culto a las reliquias de los mártires.


¿Por qué surge el culto a Cristo Pantocrátor?

Vimos que al convertirse los emperadores romanos al cristianismo, Jesús pasó a ser el «Dios del Imperio». Es el Jesús Pantocrátor, es decir, Todopoderoso, que rige el universo y actúa como juez. A comienzos del siglo V ya se le podía ver representado en el ábside de algunas iglesias, en lo alto, sobre el altar, sentado en un trono, con la apariencia de un emperador celestial, con solemne serenidad, rodeado de una atmósfera sobrenatural, fuera del tiempo. A esta imagen se le agregó más adelante la de gobernantes rindiéndole culto, subrayando aún más su separación del pueblo fiel.

Esta imagen de Jesús Pantocrátor se acentuó durante la caída del Imperio Romano de Occidente, dado que el pueblo buscaba desesperadamente a un Dios salvador omnipotente que le librase del peligro bárbaro.

Después, instituidos los nuevos reinos bárbaros, éstos tomaron para sí esta imagen de Jesús por varios motivos:

  • en el Concilio de Nicea (325) se definió teológicamente que Jesús y su Padre tienen la misma naturaleza divina, lo cual, en cierto modo, predispone a tener la misma imagen mental de ambos;
  • asimismo, el culto a Jesús Pantocrátor era muy útil para luchar contra la extendida herejía arriana, que afirmaba erróneamente que Jesús no tiene naturaleza divina;
  • este culto, además, encajaba muy bien en la religiosidad germana, cuyos antiguos dioses destacaban por su fuerza y poder;
  • y, por último, se adaptaba a la mentalidad cósmica agrícola, típica de la Europa rural, en la que se concebía a la naturaleza siendo regida por Dios desde lo alto.

Promoción del culto a María Theotokos

Por otra parte, es en esta época, una vez que desapareció el culto a las diosas paganas –que confundía espiritualmente al pueblo fiel– cuando la Iglesia promovió profusamente el culto a María, el cual evolucionó de forma similar al de su Hijo, esto es, siendo su imagen elevada a las alturas celestiales.

La primera fiesta mariana es la Asunción –o Dormición–, que nació a comienzos del siglo V en Jerusalén. Poco después, el Concilio de Éfeso (431) declaró que María es la Madre de Dios, es decir, la Theotokos, lo cual fue ratificado en el Concilio de Calcedonia (451). Esto ayudó a promover su culto, pero más como Reina que como Madre. Por ello, a nivel artístico, en las iglesias se representaba a María Theotokos sentada en un trono celeste, con aspecto de «madre del emperador», con el Niño Jesús serio y solemne sentado en sus rodillas. Esta imagen despertaba poca devoción.

Es importante señalar que el culto a Jesús Pantocrátor y María Theotokos perduró ocho siglos en Occidente, hasta la llegada del gótico (siglo XIII). Lo iremos viendo en los próximos capítulos.

¿Cómo evolucionó la imagen de la Cruz?

Sabemos que en el Imperio Romano se ajusticiaba a los peores bandidos clavándolos en cruces. Era una muerte lenta y atroz. Por ello, tras la Paz de Constantino, cuando la Iglesia adoptó la Cruz como símbolo religioso, lo hizo sin la imagen de Cristo crucificado, pues resultaba demasiado hiriente para el pueblo fiel. A la Cruz se la mostraba, no como un signo del sufrimiento y humillación que padeció nuestro Señor, sino como un símbolo de su victoria contra el pecado y la muerte.

De este modo, la Cruz pasó a ser una imagen del poder y la autoridad de Jesús y, sobre todo, de la Iglesia. Consecuentemente, los mandatarios religiosos empleaban impresionantes cruces de oro o plata con piedras preciosas incrustadas para así mostrar claramente al pueblo fiel la autoridad que Dios les había dado. Y de este modo, mostrando su potestad, los gobernantes eclesiásticos podían convencer a las gentes sencillas de que la verdadera religión era la cristiana.

¿Cómo se potenció el culto a los mártires y a sus reliquias?

Como es lógico, dado que a Jesús Pantocrátor se le situaba en lo más alto del Cielo, rodeado de la corte celestial, el pueblo fiel encontró en el culto a los mártires una forma eficaz de acceder a Él. Por ello la Iglesia potenció mucho su culto. Así, en estos tiempos tan convulsos y peligrosos, cada pueblo y ciudad hizo lo posible por tener un santo protector, construyendo una iglesia en su honor.

En algunos casos, el culto al santo reemplazó el antiguo culto a la divinidad pagana local, de tal forma que se derribó el antiguo templo pagano y en su lugar se levantó una iglesia. En ella se mostraba la imagen del santo del pueblo debajo de Jesús Pantocrátor, que estaba situado en lo más alto, en el ábside. Así se indicaba a la gente que dicho santo era su mediador ante Cristo. Por otra parte, cuando los clérigos predicaban a sus fieles el Evangelio y promovían entre ellos las buenas costumbres, mostraban al santo del pueblo como el ejemplo a seguir.

Como consecuencia del culto a los mártires, fue tomando cada vez más fuerza el culto a sus reliquias, pues en la religiosidad cósmica medieval era importante que en la iglesia del pueblo estuviesen presentes físicamente los restos de su santo, porque ello mostraba a aquellas gentes su presencia y su cercanía. Bueno, pues en las diócesis donde no hubo martirios, los obispos se preocuparon de traer el hueso de un mártir de otra diócesis, para animar a sus fieles a dar culto a ese mártir. Y así se fue generalizando el traslado e intercambio de reliquias, que fue muy importante durante muchos siglos.

Celebración de la Eucaristía en decadencia

De la decadencia cultural reinante en esta época no se salvaron las celebraciones eucarísticas, que se empobrecieron mucho debido a varios factores:

  • por una parte, ya no había creatividad, pues los clérigos se limitaban a reproducir, en la medida de lo posible, la liturgia ideada tiempo atrás;
  • además, dado que aumentó mucho el número de clérigos y religiosos, éstos, progresivamente, acapararon buena parte de los cantos y las oraciones de la liturgia, de tal forma que el pueblo fiel se limitaba a escuchar;
  • y, asimismo, cada vez era menos conocido el latín, incluso por el clero, por lo que no se entendía lo que se decía en la liturgia.

Como consecuencia, las celebraciones eucarísticas perdieron gran parte de su carácter vivencial comunitario. Y en buena medida, y salvo algunas excepciones, así continuó, por desgracia, hasta que la reforma emprendida tras el Concilio Vaticano II (1962-1965) lo remedió. Esta carencia fue parcialmente suplida por la piedad popular.