El silencio para vivir con atención

«Tened el delantal puesto y encendidos los candiles... Por eso, estad también vosotros preparados, pues cuando menos lo penséis llegará este Hombre» (Lc 12, 35-40)

Este pasaje nos invita a vivir atentos. A veces, el silencio es aprender a vivir una Presencia. Es vivir la eternidad encerrada en el instante. La presencia es todo. Todo está en cada instante. En un instante uno puede abrirse al todo. La naturaleza es silenciosa. Sólo los humanos hacemos ruido. Todo el ruido que hace el hombre, molesta.

Un instante vale para recoger el silencio de las estrellas. Aprender a reconocer ese momento único es vivir en armonía y sosiego. Es el arte de vivir.

A veces no se vive ese instante porque no está uno acostumbrado a él. Aparece la desarmonía y el desequilibrio cuando la atención no es lo normal en nuestra vida. Sus síntomas son: disgusto, impaciencia, desesperanza, desconfianza... Es señal de que las cosas no están sosegadas.

No es cuestión de ser señor de nadie. Hay que ser señor de uno mismo. Por desatender el interior:... surge el mal. Atención a lo que se hace. Lo normal es que estemos pensando en otra cosa mientras se hace algo. Y sentimos la necesidad de recuperar nuestro presente para poder vivir la única vida. Disfrutar es estar atentos. La atención da plenitud a cada situación y renueva el día, sacándolo de la rutina. Cada mañana es distinta y única, pero es necesario estar en ella para descubrir su peculiaridad.

Nada nos separa de la presencia de Dios si estamos atentos. Libres de nuestros egoísmos y. de nuestra ambición. Hay en la Biblia una frase elogiosa para Noé que dice así: «Andaba siempre en la presencia de Dios».

Dios no deja de vocear, pero para recoger su llamada es necesario estar atento..., a la verdad que encierran las cosas. Un proverbio árabe dice: «Busca a la mujer (a la verdad que hay, en ella) y no a su emoción». Busca la verdad. La emoción se nos da en la costa y no en alta mar. La emoción se da en lo más exterior. Es frágil y pasajera. Busca la verdad de todo y no su emoción. Según como esté uno, así nos afectan las cosas. A un mismo estímulo, diversidad de respuestas. Hay que abrirse a lo que hay de eterno en las cosas.

Unos monjes del desierto hablaban de la oración y la expresión de uno de ellos fue: «Cuando vayas a meditar, espía a Dios como el gato espía al ratón».

Es toda una enseñanza magistral. Es una invitación a la vigilancia. Se dice al hablar de la oración: «Haced como si estuvieseis observando como abre Dios los párpados a los pájaros en el amanecer».

Y es que hay que tomar este estilo de atención. Cuando el gato «está ti abajando» da la sensación de que no hace nada. Así caza al ratón. Está presente, espera atento y ...

La tentación de no hacer es tremenda. ¿Hago algo en el silencio? Queremos hacer algo. Por eso el silencio es insoportable. Es una maravillosa actividad; no hacer es la plenitud del hacer.

También es verdad que el gato, para estar atento al ratón, tiene que tener «hambre». Este elemento es necesario porque es lo que le lleva a hacer la labor. En casa, cuando se tiene un gato no se le da la comida para que pueda hacer bien el trabajo de buscar a los ratones.

Por eso el que tiene hambre se decide a hacer silencio. Detrás del silencio siempre hay hambre. No de saberes, ni de doctrinas. Lo eterno no cabe en doctrinas. A lo eterno le basta con ser. La doctrina es superficial. Es lo que busca envolver. Pero no se envuelve a Dios. No hay interpretación de lo eterno.

Cuando estamos atiborrados, no buscamos. Hay una enfermedad: la satisfacción. Tenemos opíparas comidas de emociones, dogmas, doctrinas, programas, ejercicios... Pero eso no es bastante para encontrar a Dios. Por eso el silencio nos llama.

Las Bienaventuranzas se proclaman a los insatisfechos. El hambre de tu vida puede ser señal de salud. «¿Cómo andas de apetito?», pregunta el médico. «¿Bien?». «Si rumia la vaca es buena señal», dicen los veterinarios. El hambre es señal de salud.

Al igual que el dolor, que puede ser una gracia. Siempre nos pone alerta. Puede ser el reclamo de nuestro corazón. Nos despierta con su alarma. Y lo malo es que buscamos anestesiarlo..., para seguir dormidos y amodorrados. El asunto no es buscar la pastilla que lo calme y lo borre, sino que hay que escuchar al dolor porque en él se puede encontrar la raíz que lo causa y la curación será total. Los problemas no se resuelven si no se miran de frente y nos hablan. No se puede echar cemento encima de nuestro sufrimiento.

Nosotros podemos padecer tres dolores tremendos:nel dolor de lo absurdo, el dolor del aislamiento, el dolor de la muerte.

A estos dolores se les pueden encontrar respuestas en el silencio. Cuanto más silencio, menos equivocaciones. Hay una función que cumplir en la vida y esa hay que hacerla bien. Lo importante es que no te confundas con esa función. No buscar el éxito. Esto es sólo un reconocimiento del exterior. La recompensa viene desde el interior. La recompensa de afuera nos llevaría siempre a buscar el aplauso. Hay que verse a uno mismo fuera de la función, ejercerla, pero sin involucrarse con ella. En el corazón, no se necesitan aprobaciones. El interior es eterno y la aprobación es para identificarte con lo que se está representando. Sólo sufre el que se identifica con lo que hace.

El que no está atento y su vida su llena de «movilidad» es que tiene poca salud. La movilidad no favorece. Sólo la atención nos puede dar paso a la presencia de Dios en nuestra vida.