El silencio base para asentar la vida

«Si todo cuerpo está iluminado, al no haber en él parte alguna oscura, todo él resplandece» (Lc 11,36)

La vida no es fluida por el ruido que experimentamos. Este afán nos divide como piezas de un rompecabezas. El hombre tiene muchas piezas y el silencio tiene que alcanzar a todo lo que somos. La atención a nuestro cuerpo también tiene que darse porque nuestra corporalidad no se puede excluir en el silencio.

Hay dos silencios corporales: uno de muerte, otro de vida. El de vida se presenta sin estorbos y todo fluye constantemente. Es maravilloso. Pero el silencio del cuerpo no siempre tiene fluidez. En el cuerpo van registrados nuestros ruidos, impulsos, afanes... No se puede disimular. El cuerpo no miente. Revela lo que somos. Todo se refleja en él. Expresa nuestro fingimiento. Hay que saber silenciar el cuerpo porque este silencio incide luego en las profundidades del alma.

Nuestros dolores, gestos, posturas.... son expresiones de aquello que tenemos en el interior. En el cuerpo se pueden ver reflejados gestos de desconfianza. Esta desconfianza crea un gesto exterior de estar en guardia. Alerta siempre.

Hay una desconfianza ante lo oculto. Este miedo nos impide vivir plenamente. Para desterrar esta sensación hay que poner los pies en la tierra. Al hacerlo reencontramos una de las dimensiones básicas de la vida. Si no se pone el pie con firmeza se vive en el temor. Hay gente que anda de puntillas en la vida. La estabilidad de la tierra es necesaria aunque luego haya que dejar que el cielo tire de nosotros. Buscar la postura correcta en la vida. Verdadera. Dejar que la tierra tire de nosotros. Asentarnos sobre la tierra. Establecernos y descansar en ella sin miedos. No desconfiar de la firmeza de la tierra. Ella nos sostiene y nos recoge. El temor siempre endurece el cuerpo. La fluidez de la vida sufre serios atascos. Si notas una postura de temor, reemplázala por otra de abandono total.

Existe otra desconfianza alojada en nuestro cuerpo. Es la desconfianza ante el mundo de los sentimientos. De los míos y de los otros. Cuesta admitirlos. Emociones que desechamos. Otras veces, las buscamos para dejarnos castigar por ellas. Parece ser que esta desconfianza se localiza en el pecho. Cuando se levanta el pecho y se hunde el vientre se demuestra desconfianza. El centro no se asienta en el pecho. Todo se asienta en el bajo vientre. Aprended a sentarse en el bajo vientre. Son las raíces de nuestra vida. De nuestro árbol. Se desarrollan las raíces en función de la magnitud del árbol. Son las que alimentan el árbol. El bajo vientre es la despensa de la vida. Asentarse en él es una manera de encontrar la confianza. La postura corporal ayuda a buscar la dimensión profunda del ser.

Qué duda cabe de que vivir desplazando nuestro centro hacia otros sitios genera desequilibrio. Nuestro centro no está en poseer La confianza no la da la posesión. Nace de otro lado. Por vivir con dependencia, vivimos alterados. No asentarse en nadie. Sólo en sí mismo.

La alteración se da cuando uno encuentra su centro en otra persona. El trabajo del silencio es aprender a descansar en uno mismo. Esto es arriesgado. Es una inmensa felicidad cuando se consigue confiar en nuestro propio centro.

Otra desconfianza es la que se siente ante el porvenir. Es frecuente. Nadie sabe nada del futuro. ¿Qué será del siglo? ¿Qué será de nosotros? Todo es imprevisible y se sufre. Se localiza en los hombros. Las personas que tienen los hombros levantados sufren esta desconfianza. Dejar caer los hombros ya es un signo de aceptar cosas. Admitir cosas libera la tensión y el dolor que crea esta desconfianza. Uno se protege corporalmente con los hombros. El futuro es algo que se nos va a dar pero no se trata de buscarlo, con miedo, antes de tiempo.

Es necesario que toda nuestra razón entre en silencio. Al igual nuestro discurso, nuestro raciocinio. El régimen de la razón se idolatra. No es fácil someter la mente a un silencio.

Hay que entender que la razón no acredita. Nosotros no somos lo que pensamos. Las ideas maravillosas no sirven. Podemos ser egoístas y violentar. Las ideas son sólo ideas. No son el fondo de nuestro ser. Observad cómo la razón no ha estado siempre al servicio de la paz, del amor, de la libertad... Colabora con el mal. A veces, colabora con la guerra. No hay que idolatrar la razón.

Es difícil, pero bueno, dar silencio a nuestra razón. No nos guía la razón. No es el eje de nuestra vida. No es una cultura. El eje no es la razón. La cultura es superficial y la razón es bastante superficial. No sabe responder al misterio de nuestra vida. No puede. La razón está parcelada. Se ha vuelto especialista. Es un índice de que está dividida.

Uno se hace un favor si silencia la razón. Hay resistencias tremendas. A ideas, juicios... El hombre es un tanto por ciento de razón v de otras cosas. La maravilla la hace el hombre cuando no piensa. Es tremendo someter todo a los criterios de la razón. Eso es un atropello.

El hombre tiene otra parcela que es la imaginación. Es una parcela importante. La imaginación trabaja mucho. Te ilusionas. A veces haces horas extraordinarias. No deja de trabajar. Hay que dar descanso. Devolver al silencio la imaginación. Para que luego pueda ser más creativa.

El mundo de nuestra emoción es otra pieza que hay que hacer descansar. En un breve espacio de tiempo se está desalentado, animado, furioso, contento... Las emociones ahogan. Hay que devolver la calma. No excitarlas, darles calma. No nos pueden estrechar in fatigar. Devolver el silencio a la emoción. Es un quehacer lleno de salud.

Otra pieza que existe en nosotros es la voluntad de desearlo todo. De poseerlo. Es bueno dar silencio a nuestra voluntad. El deseo nos orienta hacia afuera. No hay que desear nada. No es preciso. En este campo profundo todo está ya en el hombre. Todos los recursos están dentro. Hay que tener confianza. Hay que sospechar que los recursos que necesitamos para vivir están dentro. El silencio es bueno para alejar los deseos de uno mismo. Si yo vivo deseando algo..., me apoyo en otra cosa. Surge la agitación. Nos aíslan de nosotros mismos. Silencio en nuestros deseos. Para no alejarnos de nuestro corazón.

Cuando todas las piezas entran en sosiego puede brotar la intuición. Es una luz rápida. Se enciende en nosotros y nos anuda a caminar. Cuando algo se ve desde dentro, no se necesita ayuda ni respuesta. Nadie puede cambiarnos si la luz se hace dentro. Nadie puede decirnos nada.

Esta luz sólo se pone en marcha cuando todo se serena. No somos lo que nos empeñamos ser. Un silencio para permitirse ser. Permitirse vivir.

La intuición es hija del silencio. La presencia del Reino en nosotros se intuye desde el silencio. El silencio es el espacio para esta intuición, esta revelación. No es callar por callar. Es callar para permitir que la vida se dilate, se expanda. Son los ruidos los que tapan esa fuerza interior. Los que nos dividen en mil piezas sin sentido. Acallarlos es encontrar de nuevo la confianza y la salud.