Experiencia personal

Fray Julián de Cos, OP

Los expertos en el pensamiento tomista coinciden en destacar que santo Tomás de Aquino (1225-1274) no fue un mero “intelectual”. Su extensa obra es fruto en buena medida de su experiencia de Dios. Se trató de un hombre de profunda oración. Como contemplativo, “supo alternar el estudio y la oración, haciendo del estudio oración y de la oración estudio”(1).

Fray Reginaldo, el secretario de santo Tomás, cuenta que éste, “antes de ponerse a estudiar, sostener una discusión, enseñar, escribir, o dictar, recurría a la oración en secreto, con frecuencia deshecho en lágrimas. Si alguna duda se le ofrecía, interrumpía el trabajo mental para acudir nuevamente a sus plegarias”(2).

Las dos grandes devociones de santo Tomás fueron la cruz y la eucaristía. Pasaba largas horas de oración ante el crucifijo cuando escribía la tercera parte de la Suma Teológica, que trata sobre la pasión y resurrección de Cristo y sobre los sacramentos.

Estando orando santo Tomás ante un crucifijo, el sacristán del convento de San Nicolás de Salerno oyó una voz procedente de dicho crucifijo que le decía al santo: “Tomás, has escrito muy bien sobre mí; ¿qué recompensa quieres por tu trabajo?” Y éste le contestó rápidamente: “¡Sólo a ti, mi Señor!”.(3)

La eucaristía era para santo Tomás el gesto de mayor caridad de Cristo y el alimento de nuestra esperanza, porque en ella se da una unión muy familiar entre Jesucristo y nosotros. Destaca en su obra la composición del oficio litúrgico de la fiesta del Corpus y Adoro Te, su oración más bella a Cristo en la eucaristía.(4)

Afirma Manuel Ángel Martínez: “Toda la obra y la vida del Doctor Angélico fue un esfuerzo por buscar a Dios a través del estudio y la contemplación y por comunicar a los demás el resultado de este esfuerzo”(5).


1 M. A. Martínez Juan, “Santo Tomás de Aquino, maestro de vida espiritual”, en Vida Sobrenatural, 81 (2001) 263-272, 269. Manuel Ángel Martínez se apoya en el P. Ramírez, en su “Introducción general” a la Suma Teológica (Madrid, t. I, 63). En esta línea, Johnston afirma: “No puede haber duda alguna de que su profundo magisterio y sus obras fueron producto no sólo de un estudio intensivo, sino de un corazón que estaba inflamado de amor por Dios y por los textos sagrados de los que hablaba” (W. Johnston, Teología mística. Ciencia del amor, Herder, Barcelona, 20032, 59).

2 Martínez Juan, o.c., 269.

3 Cf. ibid., 270-271.

4 Cf. ibid., 271.

5 Ibid., 272.