"Evolución doctrinal" (1911)

              Arintero vuelve de nuevo a Salamanca y publica en 1911 el segundo tomo de su eclesiología, titulado Evolución doctrinal. Esta obra fue muy criticada. Apareció una reseña dura del P. Emilio Colunga, que había sido discípulo suyo, en la revista La Ciencia Tomista, en la que el P. Arintero era asiduo colaborador desde su comienzo. A. Huerga califica esta reseña de fría, de estilo conciso, de inmisericorde. El P. E. Colunga critica el arsenal de citas que aparece en el libro y que entorpece la lectura y convierte su contenido en algo heterogéneo. Le critica también porque para amoldarse a la mentalidad moderna, reviste los conceptos religiosos de una forma que parece profana para un tomista. Critica su posición de ser más voluntarista que intelectualista, de tener más preferencia por Newmann y Blondel que por santo Tomás, incluso de ser en muchos párrafos “antitomista” y “anti-intelectualista”, de guiarse muchas veces por el “sentimentalismo”. También le acusa de pecar por su evolucionismo que el P. E. Colunga considera inaplicable al dogma[1].

            La crítica es tan negativa, que el P. Getino encomendó al P. Graín un “Boletín” con el fin de destacar los valores positivos de la obra en cuestión. Para el P. Graín, la idea capital que domina la parte que constituye el nervio de la obra (cap. III) es la siguiente: El dogma no es una verdad muerta, petrificada; no es una fórmula abstracta, estéril, incapaz de expansionamientos, sino, más bien, un principio o serie de principios o verdades esencialmente vitales, encarnados en la conciencia cristiana antes que escritos en pergaminos; por lo tanto, según su propia naturaleza tienden a desarrollarse, a fructificar de un modo maravilloso y constante, sin alterarse jamás. A partir de la plenitud de la revelación que tuvo lugar en los Apóstoles, no hay aumento o mayor número de verdades distintas de los primeros, sino crecimiento orgánico de éstos dentro de su propio ser ontológico, que, a manera de germen vital, va expansionando su contenido tanto intelectual como moral[2].

            Otra crítica más despiadada fue la que apreció en la revista dominicana El Santísimo Rosario, firmada por “Un tomista”. El autor era el dominico Norberto del Prado, profesor en la universidad de Friburgo (Suiza). Arintero y Norberto del Prado se conocían desde antiguo. Norberto del Prado fue el mayor teólogo de entonces. Dice que el libro del P. Arintero es un “notable testimonio de laboriosidad”… de hormiga, que, con afanosa solicitud, acumula “grano y paja”, amontona materiales heterogéneos “sin imprimir hondamente en ellos el sello de la forma sustancial”. Dice también que el libro “está saturado de una atmósfera moderna” –que en este caso quería decir lo mismo que modernista–. Critica la preferencia de la práctica sobre la especulación o la teoría –como si la práctica no debiera estar regulada por la especulación–; critica la primacía de la voluntad sobre el entendimiento –como si el entendimiento no debiera ir delante abriendo e iluminando el camino–; critica la piedad de los sencillos que se adelanta a las enseñanzas de los doctores, los instintos del pueblo presentados como precursores de la teología…, “estas y otras señales –dice– características de una filosofía sospechosa abundan en el libro; más aún: hay en él frases favoritas de los partidarios del modernismo”. Critica también el que no sea muy tomista[3].

            Por su parte el P. Lino Murillo, S.J., profesor de la Gregoriana le acusó en la revista Razón y Fe de “contagio modernista”. Según el mismo Arintero esta crítica dejó atrás y cortas las de Emilio Colunga y Norberto del Prado. Pero en realidad la crítica que más daño le hizo fue la del P. Norberto del Prado a causa del gran prestigio que tenía como teólogo. Además, al P. Emilio Colunga le había replicado indirectamente el P. Graín. Y al P. Murillo, que no había leído la obra sino solamente un artículo publicado en La Ciencia Tomista, le replicó el P. Getino diciendo que ese artículo podía y debía tomarse, sin tergiversaciones, en el más auténtico sentido ortodoxo. El P. Gardeil terció también en el asunto para replicar al P. Murillo en defensa de Arintero, diciendo que se percibe enseguida el buen sentido de las afirmaciones arinterianas. En cambio, a Norberto del Prado nadie le replicó.

            El P. Arintero enfermó gravemente por estas críticas. Todo esto no dejó de ser una prueba dura para alguien que siempre se distinguió por su fe íntegra, por su adhesión ardiente y por su amor entrañable a la Iglesia. Pero poco a poco la tormenta se fue calmando. El 7 de junio de 1912 el P. Garrigou le escribió a Arintero desde Roma diciéndole: “Por lo que toca al Índice, podéis estar tranquilo. Por muy segura fuente he llegado a saber que el Índice responderá que vuestro libro no podía ser condenado”. En la misma carta le dice: “Lo que tengo por evidente es que nadie podrá haceros sospechoso de modernismo, ya que, lejos de inclinaros al naturalismo, parece que exageráis un poco el punto de vista sobrenatural”. La única crítica que el mismo Garrigou le hace es la siguiente: “Me inclino, sin embargo a creer que exageráis un poco la influencia de las revelaciones privadas, para explicar el progreso de las formulaciones dogmáticas”.

Fray Manuel Ángel Martínez de Juan, OP


[1] Cf. ID., p. 141.

[2] Cf. ID., p. 142.

[3] Cf. ID., p. 143.