El evangelizador

a) Evangelizador itinerante

Nos permitimos transcribir literalmente la acertada síntesis que sobre este aspecto misionero ha hecho la dominica Cecilia Valbuena en su folleto sobre el P. Zubieta:

                        «Se puede definir la obra iniciada por el P. Zubieta como una “evangelización itinerante”, siempre en camino, en el amplio sentido evangélico, saliendo al encuentro de las personas como objetivo fundamental, interesándose por su vida, su entorno, sus problemas y necesidades. Recorrió los caminos de la selva una y otra vez, superando las inmensas dificultades y superándose a sí mismo, a veces cansado y enfermo.

                        Al establecer la misión como lugar de referencia central no era para instalarse en ella a esperar a que llegaran allí los nativos; la misión más que connotación de Parroquia era el lugar social donde las tribus, con frecuencia nómadas, podían irse agrupando y formar poblados. El misionero alternaba el trabajo de la Misión con largas salidas hacia el interior de la selva. La Misión cambiaba de lugar según las necesidades de acercamiento a las tribus, que eran la referencia principal».

            Para ser más exactos diremos que el P. Zubieta y sus primeros compañeros de misión tuvieron que caminar tras los pasos y al ritmo impuesto por sus feligreses. Habituados los selvícolas a una vida nómada o seminómada, no fue nada fácil agruparlos en poblados estables. Por poner un ejemplo significativo de lo que acabamos de decir, podemos anotar que una buena parte de los primeros puestos misioneros (La Asunción de Ccosñipata, San Luis del Manu, Santa Rosa del Tahuamanu,…) no llegaron a consolidarse, y en un tiempo relativamente corto desaparecieron.

            Este apostolado itinerante, por la complicada selva y los peligrosos ríos y quebradas, supuso por parte del P. Zubieta y los suyos, un esfuerzo y derroche de generosidad considerable. Y por supuesto, también una gran paciencia, ya que de vez en cuando los nativos abandonaban con cualquier pretexto los poblados que con tanto esfuerzo y sacrificios de todo tipo se habían levantado, y regresaban a sus paseos por la selva.

b) Defensa del Nativo

De inmediato el P. Zubieta percibió que los nativos, moradores de siempre de la selva, se encontraban en una situación muy difícil y complicada a causa de la invasión de los aventureros del caucho y los grandes hacendados, que no sólo fueron adueñándose de los terrenos de los selvícolas, sino que utilizaron a estos como herramienta de trabajo.

            Tanto el P. Zubieta como su mano derecha, el P. Pío Aza, denunciaron vigorosamente ante las autoridades esta situación lamentable. En 1910 el P. Zubieta presentó un escrito-denuncia al gobierno peruano sobre la situación de indefensión en que se encontraban los nativos, pidiendo para ellos: «Protección… ya que, son perseguidos y cazados como fieras, resultando de esas cacerías la muerte de unos y la esclavitud de otros. Reúnense tres o cuatro individuos bien armados, que penetran en una tribu dócil y hospitalaria con carácter pacífico y comercial, y cuando ven la ocasión propicia acometen a los nativos haciendo uso de las armas de fuego. Unos nativos huyen a ocultarse, otros caen heridos mortalmente y otros más tímidos quedan a disposición de los criminales para ser vendidos según edad, sexo y condiciones de cada uno. Causa horror el solo hecho de recordar semejantes crímenes, pero es necesario hablar claro y poner remedio».

            En una carta que el P. Pío Aza dirigió al P. Zubieta le notifica que, como condición imprescindible para la evangelización de los selvícolas, hay que «cortar de raíz las correrías, el tráfico escandaloso que se está realizando con los salvajes, es indispensable recabar del Supremo Gobierno una ley que ordene que todo indio que se recoja en la montaña se entregue a las Misiones para su educación… De lo contrario, nosotros estamos de más, porque con estas correrías y atropellos que con los salvajes se cometen, no es posible entablar con ellos relaciones amistosas, y mucho menos atraerlos y catequizarlos».

            El P. Zubieta presentó un informe –a modo de proyecto ley–, al gobierno del Presidente Leguía y al Delegado Apostólico, en defensa de los nativos, y también como apología de la presencia misionera entre estos, que molestó a aquellos que mediante acosos o correrías inhumanas, habían esclavizado hasta entonces a los hijos de la selva sin testigo alguno.

            Los puntos principales que el P. Zubieta presentó al gobierno como proyecto para la promulgación de una futura ley se pueden resumir en los siguientes: «1º Quedan prohibidas en absoluto las correrías. 2º Absolutamente prohibido el tráfico con los salvajes, u otras personas, bajo ningún pretexto. 3º Los salvajes adquiridos de otro modo cualquiera prohibido en este Decreto serán entregados a la misión apostólica para su educación e instrucción. Los crímenes cometidos por los salvajes serán castigados por las autoridades de la zona correspondiente… 4º Los patronos que tienen personal indígena a su servicio estarán obligados a que los hijos de estos asistan a la escuela».

            Aunque no llegaron a plasmarse estos puntos en leyes, como era el deseo del P. Zubieta, parece que sí se dieron los primeros pasos para la protección y amparo de los nativos y, al menos, supusieron que las denuncias sobre los abusos que se cometían sobre los selvícolas tuvieran un mínimo sustento legal.

c) Pionero en la promoción educativa de la mujer

Una de las primeras y urgentes labores evangelizadoras que se le presentaron al P. Zubieta fue la educativa, reto verdaderamente lleno de dificultades. El selvícola tenía en la exuberante naturaleza de la selva el único y maravilloso libro donde aprender todo lo necesario para su vida. No le faltaba cierta razón en rehuir y considerar extraño, cualquier otro aprendizaje que no fuera el de la madre selva en el que lógicamente era un experto… Pero a las puertas de su mundo inevitablemente se encontraban otras culturas que traían consigo una serie de ventajas para la comunicación, aunque también arrastraran consigo una serie de problemáticas limitaciones.

            Desde el principio del trabajo evangelizador en las humildes viviendas misioneras siempre hubo un espacio para la educación de los más pequeños. Para el misionero este trabajo era un sobreañadido más en las múltiples tareas que a diario tenía que realizar: expediciones, trabajos manuales de todo tipo, especialmente agrícolas para poder subsistir, enfermero, proyectos pastorales-catequéticos, tiempo dedicado al cultivo de su vida religiosa, y un largo e imprevisto etcétera de problemas que a diario surgían en el puesto misionero.

            Pero si algo tocó al alma fuerte del P. Zubieta, fue la situación de la mujer selvícola: «Me conmovió profundamente la situación de la mujer en la selva. Desde ese momento se me clavó en la mente y en el corazón la idea de remediar tanta vileza y no veía otra manera de introducir en el apostolado de la Montaña la colaboración de religiosas. Sólo ellas podían penetrar en el alma de esas mujeres y darles a conocer su propia dignidad». En un mundo sin ley, como era el de la selva, la posesión de la mujer era la causa principal de la mayoría de los enfrentamientos entre los selvícolas, y de la más depravada explotación y esclavitud por parte de la mayoría de los aventureros que entraban en la selva.

            El P. Zubieta le debió dar muchas vueltas en su cabeza para tratar de llevar monjas educadoras a la selva, ya que hasta entonces no había habido ninguna experiencia de ese tipo que le pudiera orientar. «¿Quién se había de atrever a introducir (una) comunidad de religiosas en esas regiones tan llenas de trabajos y de peligros, donde apenas se atreven a resistir largo tiempo los hombres más aguerridos?» Al fin, el año 1913, del convento de dominicas españolas de Huesca partieron cinco religiosas hacia el Perú, al frente de las cuales iba la M. Ascensión Nicol, primera Superiora General y artífice, con el P. Zubieta, de la futura Congregación de las Dominicas Misioneras del Santísimo Rosario. En 1915 emprenden viaje de Lima a Maldonado, la M. Ascensión y dos hermanas más. Desde que salieron de Lima hasta llegar a Maldonado tardaron un mes en hacer un complicado y sufrido recorrido por montañas y ríos llenos de continuos peligros, teniendo que experimentar por primera vez en su vida misionera, transportes muy elementales pero novedosos para ellas, como las caballerías y las canoas.

            Para alegría del Vicariato, y especialmente para el P. Zubieta, pronto se consolidó el proyecto, y el 5 de Octubre de 1918 en el convento del Patrocinio de Lima se celebró el acto fundacional de las Dominicas Misioneras del Santísimo Rosario. La nueva Congregación atrajo a muchas jóvenes peruanas y españolas que hicieron posible la creación de nuevos centros educativos y sanitarios de valiosísima ayuda, no sólo para los selvícolas sino también para las gentes quechuas que vivían junto a los nuevos centros misioneros. A Quillabamba, el otro gran núcleo humano del Vicariato en la cuenca del río Urubamba, llegaron el año 1921.

            Al final de su vida el P. Zubieta escribía con legítima satisfacción acerca del trabajo misionero realizado por las religiosas: «Creo de tan trascendental importancia la obra que tenemos a nuestro cargo que me parece es lo único bueno que he hecho en mi vida. Lo que vosotras hacéis donde quiera que os encontréis, vale más que los trabajos de una comunidad de religiosos, más que todos los sermones, sencillamente porque educáis a la mujer, base de la familia y de la sociedad».

d) Gestor de un Gran Vicariato pobre

Probablemente la labor más ingrata que recayó sobre los hombros del P. Zubieta para poner en marcha el nuevo Vicariato misionero, fue la de conseguir un mínimo de recursos materiales para poder atender las necesidades más elementales, no sólo de los misioneros –sobradamente curtidos en una fuerte austeridad personal–, sino también de los nuevos neófitos que acudían a los puestos misioneros con la esperanza de aliviar sus penalidades corporales.

Hacemos nuestra la reflexión de la Hermana Cecilia Valbuena sobre este aspecto de la vida del P. Zubieta: «La fuerza de la obra de Mons. Zubieta tenía un mínimo sustento económico pues siempre fue un hombre pobre. Carecía de dinero, eran tiempos difíciles para la economía de los países, tiempos de guerra mundial, de baches económicos. No tenía instituciones que apoyaran los proyectos ni la Provincia podía asumirlos. Había que solicitar los ingresos para el sostenimiento de todo el Vicariato al Gobierno de Lima y en ocasiones había que mendigarlo. Con frecuencia se mencionan aquellos tiempos de hambre, escasez, los préstamos, los preciosos regalos que eran propinas de ropa, medicinas y poco más. Monseñor Zubieta era misionero de mochila al hombro, recorriendo caminos y ríos; la obra misionera no se sostenía, pues, en lo económico… Hizo los proyectos más audaces buscando, paso a paso y a medida que avanzaba, los recursos mínimos para seguir. Por eso con frecuencia menciona a la Providencia, que siempre respondía, después de muchos apuros pasados».

Y eso que desde que los misioneros llegaban a su lugar de destino, lo primero que hacían era cultivar el campo con sus fieles catecúmenos, «pero esto –como comenta el P. Wenceslao– sólo alcanzaba para no morir de hambre; todo lo demás debían esperarlo del P. Prefecto Apostólico».

Afortunadamente para el P. Zubieta y sus primeros compañeros mendicantes no faltó el apoyo y la ayuda de gente buena que les sacó de verdaderos apuros, empezando por sus Hermanas y Hermanos Dominicos de Cuzco y Lima; hubo también familias que apoyaron al P. Zubieta con una generosidad fuera de lo común, como fue la familia Yábar-Almanza, uno de cuyos hijos murió ahogado en el naufragio que sufrió en los remolinos del Ccoñec, cuando acompañaba al P. Zubieta en una de sus expediciones misioneras. Por supuesto que no faltaron tampoco las ayudas de asociaciones misioneras de Perú y posteriormente de España. Pero los recursos siempre resultaban escasos para los complicados viajes a la montaña y las necesarias expediciones por la selva.

            Tanto o más que los recursos materiales, lo que causó verdadero agobio en los comienzos de su andadura por el Vicariato fue la escasez de personal, de tal manera que a punto estuvo de renunciar a su puesto de Prefecto Apostólico. Afortunadamente sus sufrimientos en este sentido se vieron aliviados al incorporarse los dominicos de la Provincia de España al Vicariato, aunque siempre el P. Zubieta tenía nuevos proyectos para los que no tenía suficientes misioneros…