UN MINUTO DE SILENCIO EN EL MUNDIAL DE QATAR DEL 2022

            En días pasados se han destapado los escandalosos sobornos a los más altos dirigentes de la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociado). Parte de ese dinero parece ser que vino de fuentes qataríes, que así compraron el derecho a organizar el Mundial del 2022.
            Pero nadie se escandaliza por las condiciones de trabajo de los obreros que construyen los estadios. Son casi todos inmigrantes. En Qatar, cuyos dos millones de ciudadanos tienen el mayor producto interior bruto per cápita del mundo –unos 90.000 euros al año–, los trabajos duros quedan para ellos. Son un millón y medio -la mayoría indios, nepalíes, malasios, filipinos- que lo hacen sin ninguna garantía. Trabajan 60 o 70 horas por semana al Sol del desierto y su sueldo no llega a 250 euros por mes, que gastan entre la subsistencia y el pago de la deuda contraída por el coste de su viaje desde sus países de origen; sin olvidar que les retienen el pasaporte y sólo se lo devolverán cuando acaben de pagar. Mientras tanto, soportan el agobiante calor, las condiciones precarias, el desespero y el amontonamiento de los barracones, la deficiente comida, el casi no poder tomar agua y, sobre todo, los repetidos accidentes (heridos, inválidos y muertos).
            La International Trade Union Confederation (ITUC) ha denunciado que, al ritmo actual, más de 4.000 trabajadores morirán antes de la patada inaugural del Mundial dentro de siete años. En los cuatro que se llevan construyendo las infraestructuras, ya han muerto más de 1.200, son cinco por semana.
            Y no es que estas grandes obras sean siempre así: en las seis últimas grandes citas –Mundiales, Juegos Olímpicos de invierno y de verano, etc.– murieron en accidentes laborales 80 trabajadores. Pero es que en Qatar, no hay nada más barato que un trabajador extranjero: son perfectos para usar y tirar. Como usarán y tirarán, seguramente, los nueve estadios nuevos que se están construyendo para el torneo, por unos 3.500 millones de euros, en un país que tiene -si acaso- público para llenar uno o dos. Pero esto es otra cuestión.
            La mencionada ITUC hizo también esta cuenta: si en el Mundial se quisiera hacer un minuto de silencio por cada trabajador muerto, habría que hacer una hora de silencio antes de cada partido. Sería una experiencia fascinante: horas vacías en el campo de juego o frente al televisor. El mundo se volvería zen y podría pensar en cosas tales como la forma de terminar con el trabajo esclavo; pero tampoco es necesario esperar hasta entonces para tomar las medidas pertinentes.

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